24/10/18

Jordi Amat: el catalanismo es el proyecto político central de la sociedad catalana. Lo que queda en los márgenes no te preguntas si es contrario a lo que tú estás haciendo. El resto no son de segunda, simplemente su participación en la comunidad es átona: piensas que no quieren decir nada, pero llega un momento en que los pones en una disyuntiva. Y además, por primera vez en la historia democrática, cuando hablan se sienten hermanados por el conjunto de los españoles. Esto cambia de manera sustancial la convivencia política en Cataluña...

"(...) Hay quien quisiera que el procés hubiera terminado, y el procés no ha terminado. Sólo acabará el día en que la soberanía menguante de España sea replanteada. Hasta que esto no se produzca, el proceso no se acaba. 

Lo que sí sabemos es que una de las estrategias para quebrar la soberanía del Estado Español, que era la unilateralidad, ha perdido. La paradoja es que pierde después de una victoria, porque el 1 de octubre es una victoria de la unilateralidad, aunque es una victoria estéril. Crea un mito civil, pero las consecuencias políticas de aquella jornada épica, de hecho, aceleran el final de esta etapa unilateral. 

Sin duda, la gestión de la memoria del 1-O es un asunto clave porque no dejará de haber gente que trabajará para que se derive un mandato político, pero es altamente discutible que sea reconocido por nadie más allá de los fanáticos.  (...)

En ese momento revelador de la consejera Ponsatí hablando de que iban de farol se está diciendo: “nosotros, en la mesa de póker, queríamos engañar al gobierno español”. 

¿Al Gobierno de Madrid y no a los ciudadanos? El título de su libro incluía palabras como ‘conjura’ e ‘irresponsables’. 

Yo diría que ella no sabía que estaban engañando a los ciudadanos, pero en todo caso lo estaban haciendo. En un momento de crisis de representación, encuentro altamente peligroso e irresponsable haber hecho este juego sobre cómo la gente debe sentirse parte de la mecánica del sistema.

 No olvidemos que tú les has dicho que se funciona de una determinada manera, ellos han puesto la cara creyendo que esto era así y, a la hora de la verdad, los políticos no tienen los mecanismos para convertir en realidad lo que habían dicho que sí se lograría. 

Mi sensación es que lo único que se consigue en estos intentos de transformación del status quo es votar por formas de regresión democrática. Si tú votas esto, ganas; si tú votas por un ensanchamiento de la democracia, no ganas. Al final, con respecto al tema del ensanchamiento democrático los estados-nación solo tienen fuerza para ir hacia atrás.

¿Entonces el 1 y 3 de octubre fueron una victoria mítica o un momento de derrota trágica, si tenemos en cuenta la imposibilidad de superar las estructuras nacionales y de tener respaldo en el marco europeo? 

Creo que son las dos cosas. Es la paradoja. Yo nunca he visto nada que se parezca tanto a un ejercicio de empoderamiento como el del 1 de octubre, pero, de repente, se crea una brecha infranqueable entre voluntad popular, que no es mayoritaria entre los ciudadanos de Cataluña. Este es el principal problema de todo. 

A ello, sumémosle la ley del referéndum, que me parece autoritaria, y aquella sesión parlamentaria del 6-7 de septiembre. Con ello se demuestra que tú has decidido que aquella parte de la ciudadanía que no participa es irrelevante, y además sabes, aunque no lo digas (Quim Torra sí lo decía), que aquella parte de la ciudadanía que no está incluida no forma parte de la identidad nacional que tiene el poder. 

Llega un momento en que el soberanismo, que durante estos años ha tenido la voluntad de capitalizar en los espacios tradicionales de la vieja inmigración española, a partir de un momento, excluye a aquel mundo de la decisión. Y además, lo excluye siendo el 48%. 

¿Cómo te crees con la autoridad para decidir que aquella gente no debe formar parte de la toma de decisión? Porque crees que tienes más derechos que ellos en la toma de decisión, y creo que tiene que ver con la identidad nacional.   (...)

¿Es realmente una estrategia o una suma de energías aisladas que a través de redes sociales van generando un clima de tensión y de reverberación? Pienso en aquellos que usted denomina 'nuevos influencers', algo así como los sustitutos posmodernos del intelectual orgánico tradicional. Agresivos, fragmentarios… Me daba la impresión, a distancia, de que el mundo independentismo se creía más amplio de lo que era, precisamente por esa reverberación. 

Diría que el catalanismo es el proyecto político central de la sociedad catalana. Cuando ha podido, ha sido siempre el carril central, y este carril de una manera sumamente mayoritaria se hizo soberanista. Lo que queda en los márgenes no te preguntas si es contrario a lo que tú estás haciendo. No es necesario que seas mayoritario porque finalmente el poder catalán mayoritariamente se inscribe en este carril. 

El resto no son de segunda, simplemente su participación en la comunidad es átona: piensas que no quieren decir nada, pero llega un momento en que los pones en una disyuntiva en la que se sienten forzados a tomar la palabra. Y además, por primera vez en la historia democrática, cuando hablan se sienten hermanados por el conjunto de los españoles. Esto cambia de manera sustancial la convivencia política en Cataluña. (...)

 Puigdemont es muy buen agitador, domina el medio. Si yo fuera un ciudadano más o menos moderado español y estuviera pendiente del twitter de Puigdemont, me sentiría permanentemente insultado, porque finalmente está diciendo que España es una mierda. 

¿No el Estado español, sino España?

Sí, claro, pero resulta que si mi Estado es, como él dice, para-fascista y autoritario… En este sentido, sí que es un liderazgo posmoderno sumamente efectivo. De hecho, yo creo que la estrategia de Puigdemont es la destrucción creativa.

 Es decir, cuanto más daño consiga hacer al Estado español, más posibilidades tengo de ganar y, por lo tanto, cuanta más tensión en la red consiga para desacreditarlo, más posibilidades tengo de victoria. De hecho, su campaña electoral se construyó en buena medida con este afán. 

Entonces, el procés no ganó la guerra pero sí la batalla del discurso, y a través de las redes.

España decidió que no era una guerra que tuviera que jugar. Mejor dicho, consideró que no era una guerra relevante. Que la batalla no había que darla en las redes. 

Una decisión errónea. 

Completamente errónea desde su punto de vista. Es no entender el mundo de hoy en día. La respuesta del Estado al desafío planteado es una respuesta decimonónica. Un escenario un poco de pre-guerra mundial: “los jueces lo arreglarán y me da igual que haya gente en la calle”. (...)"                (Entrevista a Jordi Amat, Ignasi Gozalo, CTXT, 03/10/18)

No hay comentarios: