"(...) En aquella época, yo aún era
catalán. Sabía lo que era el nacionalismo, porque sus prosélitos son
extraordinariamente pelmas. Los encontrabas por todas partes y como
descuidaras un flanco ya te estaban atacando con su parloteo y su
cháchara.
En general parecían simpáticos, como puedan serlo los tarados
inofensivos, pobrecillos, pero también abundaba el hijo de puta
integral. No me refiero a los más violentos, sino a los que abusaban de
su poder para imponer sus ideas. Me refiero, claro está, a los
profesores.
Quizá esté equivocado, pero yo he
sentido siempre una inclinación natural a rechazar ideas que me
despreciaran como ser humano. Lo que aquellos zombis de la xenofobia me
decían era que yo, como español, era un ser retardado y casposo mientras
que ellos, como catalanes, eran modernos y superiores. Que nadie le dé
más vueltas: esa es la esencia del catalanismo.
Tenía un compañero de clase, Francesc, que se empeñaba en llamarme Sergi (seryi)
y se sorprendió mucho el día que yo comencé a llamarlo Paco. Esa
sorpresa, disfraz de su candidez, demostraba que era un cenutrio, y eso
puede decirse de todos ellos. Francamente, yo creo que el racismo es una
mala cosa y no le veo defensa alguna, por mucho que quien lo propugne
sea un borrego ingenuo.
Desde chiquiticos les han dicho que son
diferentes —y mejores— por llamar formatge (furmacha) al queso y porque en TV3 ponían Gent del barri y no Curro Jiménez,
o porque Quim Monzó hacía humor inteligente junto a Mikimoto y nosotros
en la Uno teníamos que soportar al Dúo Sacapuntas. Los pobres no se
daban cuenta de que todos nos la cascábamos con la misma intensidad
viendo a las Mamachicho en Tele5 y que nadie es más que nadie.
(...) la forma que han tenido de despeñarse los
nacionalistas en septiembre y octubre de 2017 por los barrancos de la
alucinación. Ha transcurrido ya un año y los pocos libros que se han
ocupado de ello son irrelevantes, pobres de análisis y ayunos de brío
literario. Mucho más teniendo en cuenta que lo sucedido estos meses ha
sido angustioso.
Manuel Arias Maldonado lo explicó en un artículo
inolvidable: «La desesperación y el pesimismo que marcaron a un buen
número de intelectuales del siglo XX se nos han hecho de golpe inteligibles». (...)
La narración de los sucesos está desperdigada en
periódicos y en las redes sociales, ambos carentes de profundidad. La
nueva guerra de los lazos, por ejemplo, está documentada con vídeos y
fotografías y nadie parece dispuesto a contarla con detalle. Dónde están
los periodistas. (...)" (Carta de Batalla, 15/09/18)
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