"Un artículo de Oscar Benítez (https://www.elcatalan.es/por-que-el-separatismo-esta-obsesionado-con-murcia)
sobre la obsesión del separatismo catalán con Murcia y los murcianos
publicado hace unos días en este diario me ha hecho reflexionar sobre
este tema que he seguido siempre con verdadero interés, porque siendo
murciana lo he sufrido en propia carne.
La respuesta puede estar en el
hecho de que por razones históricas, algunos catalanes de ideología
nacionalseparatista, padecen el síndrome de Murcia, que no ha sido
suficientemente analizado, ni mucho menos asimilado, que se ha producido
como consecuencia de las migraciones interiores llegadas a Cataluña
durante décadas.
Los murcianos tienen el mérito o desmérito de haber iniciado la conquista
de Cataluña en los años 20 del pasado siglo cuando llegaron en torno a
100.000 murcianos ─no hay estadísticas fiables─ para trabajar en la
construcción del metro y en las obras de la exposición universal de
1929.
La inmigración continuó posteriormente en los años 30 y en décadas
posteriores a la guerra civil, pero en menor medida y amortiguada por
las corrientes migratorias de otras regiones españolas, especialmente la
andaluza.
Pero ¿por qué perdura en el imaginario colectivo una
imagen tan negativa de los murcianos, y por ende de la región de Murcia?
Seguramente por ser pioneros en la llegada masiva de mano de obra
barata y deslocalizada, demandada por el desarrollo industrial catalán.
Los murcianos realizaron esa gran migración a Cataluña por razones de
pura subsistencia, pero los catalanes la tuvieron que aceptar por
necesidad demográfica. En el manifiesto Per la conservació de la raça catalana
publicado en 1934 y firmado entre otros por Pompeu Fabra, Pi Sunyer y
otros ilustres intelectuales catalanes, se afirmaba que el pueblo
catalán se basaba en una población creciente, sana y homogénea en cuanto
al sentimiento patriótico, pero existía una gran preocupación por el
decrecimiento demográfico lo que comportaba acudir forzosamente a la
inmigración.
Esto planteaba pues graves problemas porque no se podía
dirigir, ni controlar la mezcla de razas y por ello había que buscar
bases científicas para crear una política de la población que permitiera
defender la raza catalana. Todo un libelo racista que sólo puede
explicarse ─aunque no justificarse─ por la época en la que fue escrito:
el mismo momento en que otras partes de Europa se defendía la primacía
de la raza aria.
Algunos periodistas y escritores de la época se
encargaron de forjar una imagen despectiva de los murcianos. Así Ferran
Soldevila en un artículo publicado en 1933 denunció que los emigrantes
murcianos no se adaptaban a vivir en tierras catalanas, porque eran de
baja condición social, analfabetos y no asimilables.
Un joven
periodista, Carles Sentís, ─posteriormente reconocido colaborador
franquista─ escribió en los años 30 varios artículos en la revista Mirador
sobre los murcianos que llegaban a tierras catalanas empujados por la
indigencia y la falta de trabajo en su lugar de origen. Sentís tildó a
los murcianos de seres primitivos, incívicos, con modales rudos, y hasta
de practicar el amor libre ─muy reprobable para la época─ pero que
paradójicamente en la actualidad daría un halo de progresismo y
modernidad a estos pobres emigrantes.
Recordemos que este concepto de
superioridad étnica en Cataluña había tenido defensores tan conspicuos
como el conocido Dr. Robert, quien a finales del s.XIX mantenía sin
tapujos la existencia de una raza catalana superior al resto de pueblos
de la Península Íberica, especialmente aquellos territorios de habla
castellana.
Sentís apodó el Transmiseriano al viejo
autobús que habitualmente utilizaban los murcianos que salían de la
ciudad de Lorca para desplazarse a Cataluña en viajes interminables que
duraban más de 30 horas por carreteras infernales.
Los hombres no venían
solos, se traían a sus mujeres, a los niños, junto con las maletas de
madera, la comida para aguantar el largo viaje y hasta animales vivos
(pollos, conejos, pavos, etc.) que corrían a veces entre las filas del
autobús, lo que escandalizaba profundamente a Sentís.
Pero a pesar de
Sentís, los murcianos llegaron para quedarse y hoy sus hijos y nietos
conviven con el resto de la población de origen genuinamente catalán,
pero siempre ha existido una barrera invisible que les ha separado
socialmente de la verdadera raza, la de los amos de la masía.
Lo
cierto es que esta invasión de murcianos en los años en los que se
potenciaba el mito de las razas superiores en media Europa ha perdurado
en el subconsciente colectivo de una parte de los catalanes ─los
nacionalistas─ que identificaban a estos rudos trabajadores del campo, charnegos o murcianos, con los muertos de hambre
procedentes de ese territorio subdesarrollado que era Murcia en su
xenófobo imaginario colectivo.
Pero los tiempos cambian, el vocabulario
también, así que los murcianos, los charnegos por antonomasia, pasaron a ser colonos enviados por el régimen franquista para españolizar la nación
catalana.
Pero los viejos demonios no desaparecen y en pleno siglo XXI
un murciano es lo que fue: el primer emigrante que amenazó con malear la
raza catalana; todavía hay ciudadanos catalanes que te hablan con
desconocimiento y desprecio de aquella región ignota que está frente a
las costas africanas.
Hasta el expresidente Puigdemont se revolvió
en su casa de Waterloo cuando HOSTETUR, una patronal hotelera de la
Región Murciana, invitó a 200 agentes de la Policía Nacional y de la
Guardia Civil que estuvieron desplazados en Cataluña en octubre de 2017,
para que junto a sus familias pasaran un fin de semana en la región de
Murcia.
Ante tamaño atrevimiento, el fugado de Waterloo rápidamente
cargó contra los incultos hoteleros murcianos con un tuit que
decía: “Gracias a Hostetur, a la delegación del Gobierno, Ayuntamientos y
Ministerio del Interior por el merecido homenaje a los policías que se
dejaron la piel atemorizando, persiguiendo, insultando, amenazando y
pegando a ciudadanos de Cataluña el 1 Oct. Franco estaría muy
orgulloso”.
Tildar de franquistas, charnegos, colonos, fachas o
ultraderechistas a cualquier disidente del régimen nacionalista es lo
habitual en Cataluña ya que el nacionalismo no es más que un odio
irracional.
Hay una expresión que se ha puesto de moda en los
últimos tiempos: “Cataluña no es Murcia”; la utilizan los
nacionalseparatistas a fin y efecto de generar diferentes categorías
entre los territorios españoles y sus gentes, para afirmar que los hay
excelentes como Cataluña y empobrecidos y atrasados como Murcia. Vómito
supremacista en estado puro. (...)" (Mercedes Pérez, El Catalán.es, 21/09/18)
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