"(...) Con mucha frecuencia, desde que está el “procés” en marcha,
dedicas buena parte de la sección a criticar duramente tanto al
independentismo como movimiento como a sus principales protagonistas.
Sin embargo, buena parte de la izquierda de la que formas parte parece
situarse en el ámbito de una supuesta equidistancia. O al menos en
actitud “comprensiva”. Me pregunto qué opinas de todo ello.
Intentaré
responderte con brevedad pero no es fácil. Yo formaba parte de esa
izquierda a la que aludes (incluyendo la sindical), tanto la catalana
como la del conjunto de España, pero cada día me siento más alejado de
sus tesis y, digamos, argumentos. Incluso, para ser sincero, de mí mismo
y mis reflexiones y posiciones de hace unos años.
Por ejemplo, mi
anterior defensa, cerrada y poco documentada, del derecho de
autodeterminación, que no creo ahora aplicable en el caso de una
sociedad como la catalana, que goza de libertades sin que ningún otro
país o pueblo ejerza sobre ella bota opresora alguna.
Sumo a lo anterior
mi incapacidad para llamar a las cosas por su nombre: Cataluña para
hablar de Cataluña; España para hablar de España (término prohibido
durante décadas en la izquierda), o Francia para hablar de Francia.
Una
parte sustantiva de esa supuesta izquierda, sobre todo la catalana, es
ante todo, en mi opinión, identitaria. Se siente muy pero que muy
catalana, en el fondo nacionalista, aunque no lo diga o lo diga solo a
veces.
Basta pensar en algunas cuestiones simbólicas y en sus
prácticas. ¿Por qué lleva años esa izquierda participando en los actos
del 11S? ¿Alguien tiene alguna duda del significado secesionista de
estas manifestaciones en los últimos años? ¿Qué hace el lazo amarillo en
la fachada del Ayuntamiento de Barcelona? ¿Hacer competencia al otro
gran lazo de la fachada de enfrente, de una Generalitat ahora presidida
por Joaquim Torra, un presidente demediado puesto a dedo por el huido
Puigdemont, un presidente ultranacionalista que, quedándome muy corto,
es un supremacista e hispanofóbico de tres pares de narices, que ha
insultado a más de la mitad de la ciudadanía de Cataluña?
“Bestias con
rostro humano” es una de sus tesis antropológicas centrales. Algunos de
sus consejeros han llamado, a gente trabajadora como mis padres,
“colonizadores lingüísticos”. Todo muy bonito, humano y fraternal.
Quizás sea la forma en que esa izquierda intenta tender puentes…
¿Puentes,
qué puentes? No creo que sea posible tender puentes en estos momentos
con gentes que quieren transitar solo un sendero: el que les conduzca
fuera de una España que ellos consideran zafia, fascistoide y cutre. Sin
matices. Lo dijo en términos parecidos Torra, el 25 de junio, en la
presentación de un libro suyo.
Además de no compartir las
posiciones de esa izquierda de la que hablamos, no entiendo sus dudas y
vacilaciones (que son pocas, porque, en la práctica, suelen hacer casi
siempre lo que marca el secesionismo; por ejemplo, el 9N o el 1-O).
Su
lenguaje, además, es calcado del nacionalismo: Estado español, jamás
España, echando a la cuneta toda la historia republicana, antifranquista
y democrática; “conflicto nacional”, uno de los inventos del
nacionalismo; “dret a decidir”, una formulación de laboratorio que
hicieron suya desde el primer momento; “president” para hablar del gran
manipulador, ricachón y defraudador Pujol; defensa (irracionalista y
patriótica, como si fuera un axioma sagrado de la Santa Cataluña) de una
inmersión que no es tal inmersión para la mitad de la población (para
mi hijo, por ejemplo, hablamos en casa en catalán) y para gente rica y
guapa (hijos de Piqué y Mas, por ejemplo, que van o fueron a colegios
donde no se practica inmersión alguna), etc.
Me es imposible comprender,
y me subleva e indigna, que hayamos dejado la hegemonía del movimiento
de respuesta crítica y de oposición al nacional-secesionismo en manos de
Ciudadanos, que se ha ganado su posición por algunos méritos propios
pero, sobre todo, por el inmenso vacío que han dejado las fuerzas de
izquierda de .Cat (y no solo de .Cat).
Por si fuera necesario
destacarlo: yo no tengo simpatía política alguna con esta formación
neoliberal cada día más ubicada en la derecha, pero tampoco por bailar
al son de la música del nacional-secesionismo al que se le suelen
disculpar todas sus barbaridades.
¿Qué respuesta dio la izquierda
en las calles cuando un xenófobo (y clasista) como Torra fue elegido
presidente de la Generalitat? ¿Qué hubiéramos hecho, cómo hubiéramos
intervenido si un ultranacionalista español hubiera sido elegido
presidente del gobierno de España? La izquierda de Cataluña ha influido
–y está influyendo– para mal en el resto de la izquierda española y
ésta, acomplejada, pensando en términos del “todos juntos” del
antifranquismo (la situación no tiene nada que ver), no se ha atrevido a
plantar cara.
Contra el PP todo ha valido, incluso la subordinación a
los planes secesionistas neoliberales. Decir, como ha dicho Pablo
Iglesias tras visitar a Torra (yo no lo hubiera visitado después de su
discurso del 23 de junio), que, le cito, “Los valores republicanos son
la mejor garantía de que España y Cataluña sigan caminando juntas” es
hablar casi como hablan ellos, y no darse cuenta (o aparentar no darse
cuenta) de que los valores republicanos asociados a la tradición de la I
y II Repúblicas españolas no tienen nada que ver con los valores
insolidarios, crematísticos y etnicistas asociados a esa falsa República
de gentes de clase hegemónica y clase media muy bien remunerada que
jugaron y juegan al póker de farol, mientras destilan, cuando hablan
para los suyos, discursos y prácticas que separan a las gentes
trabajadoras y rompen en mil pedazos proyectos de fraternidad.
¿Qué
tiene que ver con la emancipación de las gentes la construcción de un
nuevo muro-Estado? Nada, absolutamente nada. Y esa, lo digan o no,
¡además lo dicen!, es su finalidad esencial. Rompernos, dividirnos por
etnias inventadas, por nacionalidades construidas falsamente.
¿Acusas pues a las izquierdas catalanas de hacerle el juego al nacionalismo?
No acuso a nadie. No va eso conmigo. Doy mi opinión y muestro mi desolación. La construcción de país, el fer país
de Pujol, un “hacer país” en clave nacionalista, no un país fraternal
de todos para con todos, es una finalidad nacionalista que ha sido
compartida por sectores importantes de la autodenominada izquierda
catalana. Si uno mira a los actuales regidores de “Barcelona en comú”
puede darse cuenta fácilmente de los éxitos (estragos para nosotros) de
la ideología nacional-secesionista.
Un sector importante del PSC y
de ICV-EUiA ha pensado también en esos términos o en términos
similares. Yo he escuchado a dirigentes de ICV hacer elogios de Pujol
(¡qué importante que ha sido para nuestro país!) en la Comisión política
de Santa Coloma de Gramenet. ¡En el comité de dirección política de una
formación de izquierdas internacionalista de una ciudad obrera!
Basta
recordar, es algo más que una anécdota, el llanto-emoción mostrado por
Juan Josep Nuet cuando escuchaba en una concentración a una de las
representantes más intransigentes de ese mundo nacionalista, Carme
Forcadell.
No me extraña que dirigentes nacionalistas de ERC (riéndose,
desternillándose más bien) y de la exCDC le felicitaran por su
comportamiento. Roma se siente feliz y contenta con los asimilados.
¿Entonces?
Me
he extendido más de la cuenta y no tengo soluciones ni varitas mágicas
para encontrarlas. Acabo con lo que me produce más dolor: no he esperado
nunca nada del mundo nacionalista pero me han decepcionado mucho
antiguos compañeros, antiguos amigos, que han tomado posiciones que
nunca me hubiera imaginado.
Yo no sé qué tiene de liberador la
construcción de un muro-Estado que nos separe del resto de las clases
trabajadoras españolas. Yo me siento más próximo de amigos y compañeros
madrileños, sevillanos, castellanos o gallegos que de Millet, Mas,
Junqueras o Anna Gabriel, que escribe prólogos a libros de David
Fernàndez con el encabezamiento: “A los españoles” (aparte de contar lo
que cuentan y cómo lo cuentan sobre el atentado a Jiménez Losantos en un
libro reciente suyo sobre August Gil Matamala).
No es ningún horror
pertenecer (sin patriotismo excluyente y chillón, sin excesos y sin que
sea nuestro principal rasgo; nuestras características y valores son
otros: equidad, justicia, libertad, fraternidad, socialismo),
pertenecer, decía, al país de Antonio Machado, García Lorca, Rosa
Chacel, Luis Cernuda, Joan-Salvat Papasseit, Mª Teresa León, Teresa
Pàmies y Manuel Sacristán.
Como me sentiría bien perteneciendo al país
de Brecht, Engels, Jenny y Marx, o al de Vasco Gonçalves y Zeca Afonso,
por ejemplo. Sin orgullo especial, sin pensar que somos mejores que
otros, más cultos, más eficaces, más alemanes-daneses del Mediterráneo o
de la Meseta. (...)"
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