27/9/18

Salvador López Arnal: Yo he escuchado a dirigentes de ICV hacer elogios de Pujol (¡qué importante que ha sido para nuestro país!) en la Comisión política de Santa Coloma de Gramenet. ¡En el comité de dirección política de una formación de izquierdas internacionalista de una ciudad obrera!... Yo no sé qué tiene de liberador la construcción de un muro-Estado que nos separe del resto de las clases trabajadoras españolas. Yo me siento más próximo de amigos y compañeros madrileños, sevillanos, castellanos o gallegos que de Millet, Mas, Junqueras o Anna Gabriel...

"(...) Con mucha frecuencia, desde que está el “procés” en marcha, dedicas buena parte de la sección a criticar duramente tanto al independentismo como movimiento como a sus principales protagonistas. 
Sin embargo, buena parte de la izquierda de la que formas parte parece situarse en el ámbito de una supuesta equidistancia. O al menos en actitud “comprensiva”. Me pregunto qué opinas de todo ello.
 
Intentaré responderte con brevedad pero no es fácil. Yo formaba parte de esa izquierda a la que aludes (incluyendo la sindical), tanto la catalana como la del conjunto de España, pero cada día me siento más alejado de sus tesis y, digamos, argumentos. Incluso, para ser sincero, de mí mismo y mis reflexiones y posiciones de hace unos años.

 Por ejemplo, mi anterior defensa, cerrada y poco documentada, del derecho de autodeterminación, que no creo ahora aplicable en el caso de una sociedad como la catalana, que goza de libertades sin que ningún otro país o pueblo ejerza sobre ella bota opresora alguna. 

Sumo a lo anterior mi incapacidad para llamar a las cosas por su nombre: Cataluña para hablar de Cataluña; España para hablar de España (término prohibido durante décadas en la izquierda), o Francia para hablar de Francia.

Una parte sustantiva de esa supuesta izquierda, sobre todo la catalana, es ante todo, en mi opinión, identitaria. Se siente muy pero que muy catalana, en el fondo nacionalista, aunque no lo diga o lo diga solo a veces.

Basta pensar en algunas cuestiones simbólicas y en sus prácticas. ¿Por qué lleva años esa izquierda participando en los actos del 11S? ¿Alguien tiene alguna duda del significado secesionista de estas manifestaciones en los últimos años? ¿Qué hace el lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona? ¿Hacer competencia al otro gran lazo de la fachada de enfrente, de una Generalitat ahora presidida por Joaquim Torra, un presidente demediado puesto a dedo por el huido Puigdemont, un presidente ultranacionalista que, quedándome muy corto, es un supremacista e hispanofóbico de tres pares de narices, que ha insultado a más de la mitad de la ciudadanía de Cataluña?

 “Bestias con rostro humano” es una de sus tesis antropológicas centrales. Algunos de sus consejeros han llamado, a gente trabajadora como mis padres, “colonizadores lingüísticos”. Todo muy bonito, humano y fraternal.

Quizás sea la forma en que esa izquierda intenta tender puentes…

¿Puentes, qué puentes? No creo que sea posible tender puentes en estos momentos con gentes que quieren transitar solo un sendero: el que les conduzca fuera de una España que ellos consideran zafia, fascistoide y cutre. Sin matices. Lo dijo en términos parecidos Torra, el 25 de junio, en la presentación de un libro suyo.

Además de no compartir las posiciones de esa izquierda de la que hablamos, no entiendo sus dudas y vacilaciones (que son pocas, porque, en la práctica, suelen hacer casi siempre lo que marca el secesionismo; por ejemplo, el 9N o el 1-O). 

Su lenguaje, además, es calcado del nacionalismo: Estado español, jamás España, echando a la cuneta toda la historia republicana, antifranquista y democrática; “conflicto nacional”, uno de los inventos del nacionalismo; “dret a decidir”, una formulación de laboratorio que hicieron suya desde el primer momento; “president” para hablar del gran manipulador, ricachón y defraudador Pujol; defensa (irracionalista y patriótica, como si fuera un axioma sagrado de la Santa Cataluña) de una inmersión que no es tal inmersión para la mitad de la población (para mi hijo, por ejemplo, hablamos en casa en catalán) y para gente rica y guapa (hijos de Piqué y Mas, por ejemplo, que van o fueron a colegios donde no se practica inmersión alguna), etc. 

Me es imposible comprender, y me subleva e indigna, que hayamos dejado la hegemonía del movimiento de respuesta crítica y de oposición al nacional-secesionismo en manos de Ciudadanos, que se ha ganado su posición por algunos méritos propios pero, sobre todo, por el inmenso vacío que han dejado las fuerzas de izquierda de .Cat (y no solo de .Cat). 

Por si fuera necesario destacarlo: yo no tengo simpatía política alguna con esta formación neoliberal cada día más ubicada en la derecha, pero tampoco por bailar al son de la música del nacional-secesionismo al que se le suelen disculpar todas sus barbaridades.

¿Qué respuesta dio la izquierda en las calles cuando un xenófobo (y clasista) como Torra fue elegido presidente de la Generalitat? ¿Qué hubiéramos hecho, cómo hubiéramos intervenido si un ultranacionalista español hubiera sido elegido presidente del gobierno de España? La izquierda de Cataluña ha influido –y está influyendo– para mal en el resto de la izquierda española y ésta, acomplejada, pensando en términos del “todos juntos” del antifranquismo (la situación no tiene nada que ver), no se ha atrevido a plantar cara. 

Contra el PP todo ha valido, incluso la subordinación a los planes secesionistas neoliberales. Decir, como ha dicho Pablo Iglesias tras visitar a Torra (yo no lo hubiera visitado después de su discurso del 23 de junio), que, le cito, “Los valores republicanos son la mejor garantía de que España y Cataluña sigan caminando juntas” es hablar casi como hablan ellos, y no darse cuenta (o aparentar no darse cuenta) de que los valores republicanos asociados a la tradición de la I y II Repúblicas españolas no tienen nada que ver con los valores insolidarios, crematísticos y etnicistas asociados a esa falsa República de gentes de clase hegemónica y clase media muy bien remunerada que jugaron y juegan al póker de farol, mientras destilan, cuando hablan para los suyos, discursos y prácticas que separan a las gentes trabajadoras y rompen en mil pedazos proyectos de fraternidad. 

¿Qué tiene que ver con la emancipación de las gentes la construcción de un nuevo muro-Estado? Nada, absolutamente nada. Y esa, lo digan o no, ¡además lo dicen!, es su finalidad esencial. Rompernos, dividirnos por etnias inventadas, por nacionalidades construidas falsamente.

¿Acusas pues a las izquierdas catalanas de hacerle el juego al nacionalismo?

No acuso a nadie. No va eso conmigo. Doy mi opinión y muestro mi desolación. La construcción de país, el fer país de Pujol, un “hacer país” en clave nacionalista, no un país fraternal de todos para con todos, es una finalidad nacionalista que ha sido compartida por sectores importantes de la autodenominada izquierda catalana. Si uno mira a los actuales regidores de “Barcelona en comú” puede darse cuenta fácilmente de los éxitos (estragos para nosotros) de la ideología nacional-secesionista.

Un sector importante del PSC y de ICV-EUiA ha pensado también en esos términos o en términos similares. Yo he escuchado a dirigentes de ICV hacer elogios de Pujol (¡qué importante que ha sido para nuestro país!) en la Comisión política de Santa Coloma de Gramenet. ¡En el comité de dirección política de una formación de izquierdas internacionalista de una ciudad obrera! 

Basta recordar, es algo más que una anécdota, el llanto-emoción mostrado por Juan Josep Nuet cuando escuchaba en una concentración a una de las representantes más intransigentes de ese mundo nacionalista, Carme Forcadell. 

No me extraña que dirigentes nacionalistas de ERC (riéndose, desternillándose más bien) y de la exCDC le felicitaran por su comportamiento. Roma se siente feliz y contenta con los asimilados.

¿Entonces?

Me he extendido más de la cuenta y no tengo soluciones ni varitas mágicas para encontrarlas. Acabo con lo que me produce más dolor: no he esperado nunca nada del mundo nacionalista pero me han decepcionado mucho antiguos compañeros, antiguos amigos, que han tomado posiciones que nunca me hubiera imaginado.

 Yo no sé qué tiene de liberador la construcción de un muro-Estado que nos separe del resto de las clases trabajadoras españolas. Yo me siento más próximo de amigos y compañeros madrileños, sevillanos, castellanos o gallegos que de Millet, Mas, Junqueras o Anna Gabriel, que escribe prólogos a libros de David Fernàndez con el encabezamiento: “A los españoles” (aparte de contar lo que cuentan y cómo lo cuentan sobre el atentado a Jiménez Losantos en un libro reciente suyo sobre August Gil Matamala). 

No es ningún horror pertenecer (sin patriotismo excluyente y chillón, sin excesos y sin que sea nuestro principal rasgo; nuestras características y valores son otros: equidad, justicia, libertad, fraternidad, socialismo), pertenecer, decía, al país de Antonio Machado, García Lorca, Rosa Chacel, Luis Cernuda, Joan-Salvat Papasseit, Mª Teresa León, Teresa Pàmies y Manuel Sacristán. 

Como me sentiría bien perteneciendo al país de Brecht, Engels, Jenny y Marx, o al de Vasco Gonçalves y Zeca Afonso, por ejemplo. Sin orgullo especial, sin pensar que somos mejores que otros, más cultos, más eficaces, más alemanes-daneses del Mediterráneo o de la Meseta. (...)"    

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