19/6/18

Primero te insultan, y lo hace nada menos que el presidente de la Generalitat y de un modo como no se conocía en España desde el nacionalcatolicismo virulento de los años cuarenta. Después de esa coz ideológica de racismo y xenofobia, solicita negociación, diálogo y buen rollo. Siento un desprecio ontológico hacia los actuales defensores del diálogo sin condiciones, porque son los que crearon "las condiciones". Las de Una minoría bien engrasada que está intentando silenciar, y últimamente desterrar, a unos ciudadanos que se creían vivir en una sociedad madura, valiente e integradora...

"Parece una variante de la ducha escocesa, del frío al calor, del calor al frío. Pero en este caso aplicado a la vida social y con escasa visibilidad política, si es que la política trata de afrontar problemas. 

Primero te insultan, y lo hace nada menos que el presidente de la Generalitat y de un modo como no se conocía en España desde el nacionalcatolicismo virulento de los años cuarenta y cincuenta, aquel que los viejos del lugar denominábamos preconciliar para diferenciarlo de la Iglesia que evoluciona a partir del Concilio Vaticano II de los sesenta.

Después de esa coz ideológica de racismo y xenofobia, toca el calor ficticio de solicitar negociación, diálogo y buen rollo. Eso sí, "sin condiciones previas", o sea que después de darte una patada en los cojones del sentimiento, amén de dinamitar el frágil equilibrio de una legalidad muy deteriorada, te proponen que “pelillos a la mar” y que lo sienten si has interpretado los insultos como lo que son, que ellos, la reserva de la raza aria, quieren hablar contigo como de igual a igual, quizá porque dada tu naturaleza de ser inferior no tienes razones que te obliguen ni principios a los que atenerte.

A mí me parece que el principio del diálogo solo tiene sentido si no se juega sucio. Insisto siempre en eso porque conviene recordarlo: había un mantra entre los sectores más desconectados de la realidad pero más beneficiados por ella que pedían diálogo con ETA incluso en los funerales de sus víctimas.

 Diálogos sin condiciones previas, por supuesto. Incluso un vicepresidente de la Generalitat, el eterno funcionario Carod-Rovira, hijo a su vez de un servidor del Estado, desarrolló un diálogo sorprendente e impune según el cual ETA podía matar siempre que no fuera a catalanes.

Siento un desprecio ontológico hacia los actuales defensores del diálogo sin condiciones, porque son los que crearon "las condiciones". También fueron los mismos que predicaron la lucha armada en aquellos años de plomo del franquismo, idénticos a los que luego recogieron la falaz bandera de una sociedad catalana ideal, con dos opciones ubicadas en la plaza de Sant Jaume, el Palau de la Generalitat (Pujol) y el ayuntamiento (PSC). 

Ellos que sabían, gracias a sus emolumentos, que eran lo mismo, que sólo cambiaban las palabras, ni siquiera los pasados. Luego se lanzaron a la bonita invención de una izquierda catalanista; cuanto más catalanista, más de izquierda, aseguraban.

 Y ahora que ven amenazados los sueños de su ambición han desaparecido como por ensalmo los catalanes "emprenyats" (cabreados), es decir, ellos, y claman por un diálogo que se visualizó como roto el día que el president Mas "el astuto", según la zafia marinería del viaje a Ítaca que embarrancó, fue a tratar con el Estado y dijo aquellas palabras que embelesaron a los implicados: "O sí o sí".
¿Cómo se construye un clima de diálogo si empiezas insultando al contrario? A esto hay que añadir que has puesto negro sobre blanco unas condiciones inasumibles por el adversario sin dinamitar el Estado de derecho

Un Estado de derecho muy flaquito y deteriorado por los achaques desde que nació, sietemesino él, pero que un puñado de racistas y xenófobos, aunque fueran la mayoría, que por cierto están muy lejos de ser, no podrían tumbar por mucho Consejo Nacional del Movimiento, lacitos y grandilocuencia. Una mitad parlamentaria muy dada al compadreo y el miedo a palabras como "traidor" y generosa con otras como "corrupto".

Una minoría bien engrasada está intentando silenciar, y últimamente desterrar, a unos ciudadanos que se creían vivir en una sociedad madura, valiente e integradora.

 En esa pelea estamos y en esa pelea irán apareciendo elementos a los que no damos la importancia que tienen. La exhibición de símbolos, por ejemplo, con tantas reminiscencias fascistas y autoritarias. La amalgama de viejos restos de todos los naufragios como es el caso de Ernest Maragall o Toni Comín, el pianista sin teclado, célebres desconocidos si no fuera por la usurpación patrimonial del apellido paterno. ¡Hay quien dice que en Cataluña se puede vivir del apellido, como en Jerez de la Frontera!

Y por si fuera poco, ahora gustan de llenar las playas de cruces amarillas de buen tamaño, imagino que de madera o compradas a los chinos como las urnas. El símbolo por excelencia del cristianismo convertido en juguete de unos descerebrados que juegan a ser Ku Klux Klan. Hasta a los ateos nos produce vergüenza ajena.

 Sería una banalidad pensar que el Abad de Montserrat, que vive de eso, llamara a abandonar la utilización torticera y fascista de una de las metáforas más sensibles del mundo de los creyentes. Las playas, cementerios. ¿Hay quien dé más?"               (Gregorio Morán, Crónica Global, 26/05/18)

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