"Parece una variante de la ducha escocesa, del frío
al calor, del calor al frío. Pero en este caso aplicado a la vida social
y con escasa visibilidad política, si es que la política trata de
afrontar problemas.
Primero te insultan, y lo hace nada menos que el presidente de la Generalitat y de un modo como no se conocía en España desde el nacionalcatolicismo
virulento de los años cuarenta y cincuenta, aquel que los viejos del
lugar denominábamos preconciliar para diferenciarlo de la Iglesia que
evoluciona a partir del Concilio Vaticano II de los sesenta.
Después de esa coz ideológica de racismo y xenofobia, toca el calor ficticio de solicitar negociación,
diálogo y buen rollo. Eso sí, "sin condiciones previas", o sea que
después de darte una patada en los cojones del sentimiento, amén de
dinamitar el frágil equilibrio de una legalidad muy deteriorada, te
proponen que “pelillos a la mar” y que lo sienten si has interpretado
los insultos como lo que son, que ellos, la reserva de la raza aria, quieren hablar contigo como de igual a igual, quizá porque dada tu naturaleza de ser inferior no tienes razones que te obliguen ni principios a los que atenerte.
A mí me parece que el principio del diálogo solo tiene sentido si no
se juega sucio. Insisto siempre en eso porque conviene recordarlo: había
un mantra entre los sectores más desconectados de la realidad pero más
beneficiados por ella que pedían diálogo con ETA incluso en los
funerales de sus víctimas.
Diálogos sin condiciones previas, por supuesto. Incluso un vicepresidente de la Generalitat, el eterno funcionario Carod-Rovira,
hijo a su vez de un servidor del Estado, desarrolló un diálogo
sorprendente e impune según el cual ETA podía matar siempre que no fuera
a catalanes.
Siento un desprecio ontológico hacia los actuales defensores del diálogo sin condiciones, porque son los que crearon "las condiciones".
También fueron los mismos que predicaron la lucha armada en aquellos
años de plomo del franquismo, idénticos a los que luego recogieron la
falaz bandera de una sociedad catalana ideal, con dos opciones ubicadas
en la plaza de Sant Jaume, el Palau de la Generalitat (Pujol)
y el ayuntamiento (PSC).
Ellos que sabían, gracias a sus emolumentos,
que eran lo mismo, que sólo cambiaban las palabras, ni siquiera los
pasados. Luego se lanzaron a la bonita invención de una izquierda catalanista;
cuanto más catalanista, más de izquierda, aseguraban.
Y ahora que ven
amenazados los sueños de su ambición han desaparecido como por ensalmo
los catalanes "emprenyats" (cabreados), es decir, ellos, y claman por un diálogo que se visualizó como roto el día que el president Mas
"el astuto", según la zafia marinería del viaje a Ítaca que embarrancó,
fue a tratar con el Estado y dijo aquellas palabras que embelesaron a
los implicados: "O sí o sí".
¿Cómo se construye un clima de diálogo si empiezas insultando
al contrario? A esto hay que añadir que has puesto negro sobre blanco
unas condiciones inasumibles por el adversario sin dinamitar el Estado de derecho.
Un Estado de derecho muy flaquito y deteriorado por los achaques desde
que nació, sietemesino él, pero que un puñado de racistas y xenófobos,
aunque fueran la mayoría, que por cierto están muy lejos de ser, no
podrían tumbar por mucho Consejo Nacional del Movimiento, lacitos y
grandilocuencia. Una mitad parlamentaria muy dada al compadreo y el
miedo a palabras como "traidor" y generosa con otras como "corrupto".
Una minoría bien engrasada está intentando silenciar, y últimamente desterrar, a unos ciudadanos que se creían vivir en una sociedad madura, valiente e integradora.
En esa pelea estamos y en esa pelea irán apareciendo elementos a los
que no damos la importancia que tienen. La exhibición de símbolos, por
ejemplo, con tantas reminiscencias fascistas y autoritarias. La amalgama de viejos restos de todos los naufragios como es el caso de Ernest Maragall o Toni Comín,
el pianista sin teclado, célebres desconocidos si no fuera por la
usurpación patrimonial del apellido paterno. ¡Hay quien dice que en
Cataluña se puede vivir del apellido, como en Jerez de la Frontera!
Y por si fuera poco, ahora gustan de llenar las playas de cruces amarillas
de buen tamaño, imagino que de madera o compradas a los chinos como las
urnas. El símbolo por excelencia del cristianismo convertido en juguete
de unos descerebrados que juegan a ser Ku Klux Klan. Hasta a los ateos
nos produce vergüenza ajena.
Sería una banalidad pensar que el Abad de
Montserrat, que vive de eso, llamara a abandonar la utilización
torticera y fascista de una de las metáforas más sensibles del mundo de
los creyentes. Las playas, cementerios. ¿Hay quien dé más?" (Gregorio Morán, Crónica Global, 26/05/18)
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