"El escritor y editor responsable de Letras Libres España, Daniel Gascón (Zaragoza, 1981), acaba de publicar El golpe posmoderno: 15 lecciones para el futuro de la democracia
(Debate), un instructivo ensayo en el que desarma pieza a pieza el
proceso catalán, cuyos rasgos principales estima propios de la
posmodernidad.
¿Por qué el procés ha sido un “golpe posmoderno”?
Una de las razones es que ha sido un golpe a cámara lenta. Aún así,
su punto culminante tiene lugar el 6 y 7 de septiembre. Por un lado, lo
ocurrido esos días se ajusta a la definición clásica de golpe de Estado.
Éste, según Kelsen, es la sustitución de un orden legal por otro nuevo
de forma ilegítima. Sin embargo, resulta posmoderno el papel de la
violencia, que no es explícita sino implícita. Es más, no la cometes tú,
sino que esperas a que lo haga el otro para deslegitimarlo.
También es posmoderna la naturaleza anfibia del procés: si
funciona, es imparable; si no, siempre se puede negar y asegurar que
solo fue un acto expresivo. Igualmente ambigua fue la declaración de
independencia, que no se sabía si se había producido o no. Otros rasgos
novedosos fueron que se tratase un autogolpe, ejecutado desde
el Estado contra el Estado, así como que no hiciera falta tomar los
medios de comunicación porque ya estaban bajo control.
Sostiene que es muy difícil defender el secesionismo desde una posición de izquierdas.
Los datos demuestran una fractura económica y etnolingüística: los
catalanes con más recursos, de origen autóctono, son más proclives a la
secesión que los menos favorecidos, con padres nacidos fuera de
Cataluña. Es decir, que son los ricos los que quieren separarse de los
pobres.
Esta realidad, junto al rechazo a la redistribución mostrada por
los nacionalistas, es poco compatible con los ideales de izquierda.
Tampoco lo es la negación del pluralismo que ha caracterizado al procés.
En cuanto a que el 47% imponga su proyecto al resto de la población,
representa una vulneración democrática que va más allá del esquema
izquierda–derecha.
En cualquier caso, en España el nacionalismo periférico se asocia al
progresismo por su pasado antifranquista. A pesar de que partidos como
el PNV o Convergència fueran democristianos, y que parte de su ideario
resultase inquietante.
En el libro afirma que el “nacionalismo catalán ha sido el
experimento populista más exitoso de la España democrática”. ¿A qué ha
debido su éxito?
En primer lugar, como señala Jordi Amat, al humus nacionalista construido por décadas de pujolismo. También al momento populista,
que el secesionismo aprovecha con inteligencia. Luego, se aprecian
muchos ingredientes populistas: la dialéctica amigo/enemigo, la
reivindicación del pueblo y de los plebiscitos, la voluntad de
inmediatez, la búsqueda de un enemigo externo, etc. Otra característica
es el uso de palabras que son casi metáforas: “democracia” es un palabra
difícil de definir pero de la que todo el mundo está a favor.
Por otra parte, el populismo, como indican los politólogos, es sobre
todo un estilo. Es una ideología delgada que puede colocarse sobre
cualquier cosa. En este caso, se coloca sobre un nacionalismo de
tradición decimonónica, una mitología que ensalza la lengua y un pasado
medieval glorioso. Lo cual me recuerda al título de un disco de Leonard
Cohen: Nueva piel para la vieja ceremonia.
Pese al triunfo de Ciudadanos en las elecciones catalanas, el
nacionalismo ha seguido hablando de un “sol poble”. ¿Cómo lo explica?
Recientemente, Campuzano, del PDeCat, tachó a Ciudadanos de
etnicista. Es decir, un partido que ha otorgado el poder a un etnicista
real califica así a una formación que no lo es. Y es que la capacidad
del nacionalismo de no ver la realidad es asombrosa.
Con la actual
composición del Parlament, ¿cómo siguen sin ver a la mitad de
los catalanes? Esta imposibilidad no está reñida con la inteligencia.
Ciertos estudios demuestran que las personas con mayor instrucción
pueden ser menos receptivas a los hechos que otras. Esto se debe a su
facilidad para encontrar explicaciones que les reafirmen en sus
creencias.
Por lo demás, yo creo en las buenas intenciones de muchos
secesionistas: es un movimiento con una gran carga sentimental, que
sufre mucho con la suerte de los que consideran “presos políticos”. El
problema es que esa gran sensibilidad solo la muestran en una dirección.
Y, a veces, acompañada de una gran inflamación retórica contra el otro.
Esto no es privativo del independentismo. Suele ocurrir en los
movimientos de carácter emocional.
¿Y cómo es posible qué un líder abiertamente supremacista haya sido investido presidente de la Generalitat?
Por el populismo del que hablábamos. Supuestamente, nos encontramos
en un momento excepcional que legitima cualquier comportamiento. Así,
personas que se creen muy antirracistas respaldan que gobierne un
racista. Cuando solo tienes un objetivo, en este caso la identidad, ese
objetivo lo vuelve todo lícito. Es un absolutismo mental muy peligroso
que te impide ver con claridad. Al final, entre independencia y
democracia, las fuerzas nacionalistas han elegido independencia.
El partido de Albert Rivera define su plataforma España Ciudadana como “patriotismo cívico”. Para otros, sin embargo, ésta alienta el “nacionalismo español”. ¿Quién tiene razón?
Yo, por temperamento, soy laico con respecto a los símbolos, no me
entusiasman. Y el acto de Ciudadanos tenía un diseño poco afortunado,
cutre. Aparte de eso, creo que el “patriotismo cívico” puede
transformarse en algo peligroso. Me cuesta apreciar la diferencia entre
patriotismo y nacionalismo.
Es tan sutil como la que existe entre el
erotismo y la pornografía. Imagino que patriotismo es cuando te expresas
tú y nacionalismo cuando lo hacen los demás.
De todos modos, si los nacionalistas promueven políticas
identitarias, es normal que surjan también en el otro lado. Además, si
se respetan los sentimientos de un nacionalismo, deben respetarse
también los del otro.
¿Dónde estaba toda esa gente que ahora se
escandaliza cuando se enarbolaban otras banderas? Es curioso que solo
clamen contra la bandera constitucional española, que, al fin y al cabo,
no es un símbolo de ruptura: representa el marco de convivencia en el
que cabemos todos.
Los comunes han rechazado retirar el lazo amarillo que cuelga
del Ayuntamiento de Barcelona alegando que “representa el sentimiento
del 80% de los barceloneses”. ¿Le parece legítimo que las instituciones
exhiban este tipo de símbolos?
Me parece un poco frívolo y demagógico que las instituciones, en
lugar de ser respetuosas con la legalidad, se apunten a la inflación
sentimental. Se puede discutir la adecuación de la prisión preventiva,
pero no tomar partido de esa manera a la par que te proclamas
equidistante.
No lo comparto. Yo creo que el independentismo es un
opción legítima, siempre y cuando no adopte la vía unilateral o ilegal.
Pero no entiendo a aquellos que, tal vez por cursilería o narcisismo
moral, no apoyan el secesionismo pero se muestran cercanos a él.
Recientemente, el Parlamento Europeo ha recordado a la
Generalitat que el castellano también debe ser lengua vehicular en la
Educación. ¿Qué opinión le merece el sistema de inmersión en catalán?
Que olvida que la educación en castellano es un derecho
constitucional y, como tal, sean muchos o pocos los que lo reclamen, ha
de atenderse. Las familias que lo exigen tienen que librar una batalla
que los convierte en héroes, y en democracia nadie debería verse
obligado a serlo.
Asimismo, se difunde en el exterior que el catalán
está siendo perseguido cuando, en realidad, está siendo protegido. Los
ciudadanos que lo tienen difícil son los que quieren estudiar en
castellano. En este sentido, debe defenderse la pluralidad lingüística,
que es uno de los valores que hacen atractiva a España.
De todas las lecciones que ha extraído de lo acontecido en Cataluña, ¿cuál es la más importante?
En primer lugar, que ciertos elementos del pasado que creíamos
superados siguen muy presentes, como la creación de fronteras, el
conflicto étnico o la posibilidad de la violencia. También, que esa
falta de memoria conlleva una frivolidad que alienta el procés a
la vez que lo aleja: funciona en las dos direcciones.
Por último, es
necesario alcanzar un acuerdo mínimo sobre las palabras con que
designamos la realidad. Ahora mismo, constitucionalistas e
independentistas vivimos en realidades paralelas en las que todo se
interpreta de manera opuesta." (Entrevista a Daniel Gaascónb, director de Letras Libres, Óscar Benítez, El Catalán, 11/06/18)
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