"A. era un niño amigable, guapo, moreno, pelo siempre
corto y de hermosos ojos negros como el tizón. Excepto por su guapura,
era un niño más, en el colegio y en el barrio.
Con los años, perdí contacto con A. Un día fui a
comer a casa de mis padres y me lo crucé por el barrio. Ahora llevaba el
pelo largo, tenía la mirada endurecida y, a pesar de que no cojeaba,
llevaba un bastón. Me paré para saludarlo y hablar con él. Él se dirigió
a mí con dos frases secas y en seguida se alejó lentamente.
Hablé con dos amigos de toda la vida del barrio, J. y
J. Les pregunté si sabían si le había ocurrido algo a A. y me contaron
que lo habían hecho patriarca de su familia.
Aunque no lo ocultaba, muy rara vez A. mencionaba que
era gitano. Mi impresión es que no se presentaba como tal porque, hasta
aquel momento, ser gitano no fue algo fundamental en su interacción con
los payos.
Pero A. acudió a la llamada de su tribu. Y a partir
de ese momento su pertenencia a la tribu, que durante muchos años fue
irrelevante en sus relaciones sociales, pasó a definir visiblemente
estas últimas: él era gitano todo el día, a todas horas, y además era el
patriarca y como tal debía mostrar cierta imagen de autoridad, de ahí
el bastón y la breve interacción con los payos.
Me acordé de esta historia los días posteriores a las
elecciones del 21 de diciembre al intercambiar impresiones con amigos
que, hasta hace poco tiempo, no habían sido independentistas. Y me
acordé porque me pareció que ellos, al igual que A., habían acudido a la
llamada de la tribu.
Eran catalanes —en el sentido de que eran de
extracción cultural catalana—, pero a la hora de expresarse
políticamente esto no había sido decisivo para decantarse por una u otra
opción política. Sin embargo, algo había cambiado. Los partidos
independentistas nos habían dicho que la supervivencia de la tribu
catalana estaba en peligro.
En ese momento, muchos sintieron la llamada
de la tribu. Y, con ella, la pertenencia tribal pasó a ser definitoria
de su relación política con el mundo: pasaron a ser, antes que gentes de
izquierdas o de derechas, anglófilos, francófilos o cualquier otra
cosa, catalanes. Ser catalán se convirtió en el hecho político
primordial y el que permitía justificar cualquier cosa que hicieran los
partidos independentistas porque es tu tribu, joder, la que dicen que
está en el cadalso.
No creo que la tribu catalana esté en riesgo de
desaparecer. Pero no es fácil resistirse a la llamada de la tribu: al
fin y al cabo son los tuyos pidiéndote ayuda, a lo que se suma una
especie de creencia colectiva de que el enemigo está a las puertas de la
ciudad y un bombardeo incesante de los medios de tu tribu.
Hay que ser o
bien muy fuerte, psicológica y emocionalmente hablando, o bien
pertenecer en partes iguales a las dos tribus culturales que hay en
Cataluña —como es mi caso—, para intentar no sucumbir a ella.
En el contexto actual, la mayoría de los catalanes ha
hecho de su pertenencia a la tribu su principal argumento político. Y
digo la mayoría porque si durante años fueron los partidos
independentistas los que abusaron de manera descarada de la llamada de
la tribu, en estos últimos meses fue Ciutadans el que se dio cuenta de
que invocar la pertenencia a la otra gran tribu cultural que hay en
Cataluña era muy rentable. (...)
Muchos catalanes pertenecientes a la tribu española,
pero para los cuales eso nunca había sido determinante a la hora de
manifestarse políticamente, han pasado a ser, antes que nada, españoles,
y no sólo en términos culturales, sino políticos.
La estrategia política de la llamada de la tribu no
anuncia nada bueno en ningún contexto, pero anuncia algo particularmente
malo en un lugar, como Cataluña, donde hay dos grandes tribus de
proporciones casi iguales. Ante este regalo envenado del azar, insistir
en ese orgullo político en ser desacomplejadamente español o catalán nos
encamina, lenta pero inexorablemente, hacia el lado tétrico de la
historia." (Pau Luque Sánchez, El País, 05/01/18)
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