"¿Es posible borrar todo un año de la
historia reciente? La respuesta es sí. El relato procesista ya hace
tiempo que lo ha conseguido: el año 2011 nunca existió. Por si quedaba
alguna duda, el ocurrente “gracias Constitucional, contigo empezó todo”
del president Carles Puigdemont, muy celebrado entre su claque, lo acaba
de testimoniar.
Según el relato oficial, aquel que hemos
incorporado a nuestro lóbulo frontal a base de escuchar a políticos y
tertulianos, hay una causa-efecto inmediata entre la sentencia del
Constitucional contraria al Estatut y la insurgencia independentista
popular catalana, también denominada procés. Pero si vamos a la
cronología, los hechos no acaban de casar con esta secuencia,
precisamente porque el año 2011 sí que existió. En este videojuego nos
han borrado una pantalla.
Ya que, si con el Constitucional empezó todo,
¿cómo se entiende que un año después CiU estuviera pactando con los que
habían recogido firmas contra el Estatut y presentado el recurso ante el
Constitucional?
Repasémoslo
con las fechas en la mano. La sentencia del TC sobre el Estatut es del
28 de junio de 2010. La manifestación de rechazo a la sentencia
(convocada por Òmnium Cultural y con José Montilla, entonces aún
presidente de la Generalitat, en primera fila), del 9 de julio de 2010.
¿Y qué ocurrió en la manifestación de la Diada de 2010? Que fue tan
pírrica como las precedentes.
Las crónicas hablan de entre 9.000 y
15.000 personas, más o menos los mismos del año anterior. Y del otro y
del otro y del otro... y así hasta llegar a la fecha incierta de los
años ochenta en que Convergencia decidió que la Diada debía dejar de ser
reivindicativa para reconvertirse en una jornada festiva (entre mis
recuerdos de infancia están las riadas de catalanismo unitario que vi
pasar desde el balcón de casa, en la Ronda de Sant Pere, o sea que
recuerdo también con asombro de preadolescente cómo aquellas grandes manis iban siendo cada año menos concurridas y emocionantes).
Por lo tanto, aquí hay un primer
misterio. A pesar de la lógica indignación popular por la sentencia del
Estatuto, la manifestación del 11-S de ese año fue paupérrima. ¿Por qué?
Quizá fuera que, teniendo en cuenta que la gente ya se había
manifestado tres meses antes, no tenía sentido repetirlo. O quizás fuera
porque el maléfico y españolista tripartito, que aún mandaba, abusó de
su control mediático para poner sordina a la convocatoria.
Pero en noviembre de 2010 hubo elecciones
en Catalunya y en diciembre Artur Mas fue investido presidente (gracias
a la abstención del PSC, y con los votos en contra de todos los demás
grupos, incluido ERC).
¿Y qué pasó, entonces, en la manifestación de la
Diada de 2011? Pues la cruda realidad es que volvieron a asistir los
10.000 irreductibles de siempre. Ni uno más. Cojan el diario más leído
de Catalunya, vayan a su hemeroteca, marquen la fecha del 12 de
septiembre de 2011 y busquen la crónica de la manifestación del día
anterior.
No la encontrarán. En cinco páginas de información sobre la
Diada (la primera de Mas como presidente, y en la que repitió el esquema
de celebración institucional en el parque de la Ciutadella inventado
por Maragall) se dedican las seis líneas finales de la segunda página a
hablar de la manifestación.
Exactamente se dice esto: “Por la tarde hubo
manifestaciones independentistas en varias capitales. En Barcelona hubo
10.000 personas. Unos encapuchados quemaron una bandera española al
pasar ante los juzgados”. Punto final.
Por lo tanto, las dos Diadas
inmediatamente posteriores a la sentencia del Estatut fueron tan flojas,
con respecto a la protesta, como lo habían sido las anteriores a la
sentencia. Lo cual no quiere decir que no hubiera un malestar latente en
el seno de la sociedad catalana. En todo caso, era un malestar que en
aquellos momentos no convenía movilizar.
Rebobinemos hasta los inicios de aquel
2011. Si en sus primeros meses el gobierno Mas (también llamado gobierno
de los mejores o gobierno business friendly) intenta sustentar su
acción parlamentaria mediante acuerdos de geometría variable, el
escenario cambia a partir de las elecciones municipales de mayo.
A partir de ese momento, nace un nuevo
romance entre CiU y PP, y fruto de ello los votos del PP permiten a
Xavier Trias convertirse en alcalde de Barcelona y los de CiU que Xavier
García-Albiol lo sea de Badalona. El bastión socialista de la
Diputación de Barcelona es arrebatado por una alianza CiU-PP, el
Gobierno Mas aprueba unos nuevos presupuestos (los de los recortes) con
los votos del PP y se empiezan a tramitar las llamadas leyes ómnibus
(aquellos esperpénticos machihembrados legales para desmontar por la vía
rápida la acción legislativa del septenio tripartito) que llegarán a
buen puerto gracias a la buena sintonía entre convergentes y populares.
Todo esto ocurría, insistimos,
exactamente un año después de que el Constitucional hubiera recortado el
Estatuto a instancias del partido de Mariano Rajoy.
Seguramente no sea descabellado fijar la
fecha de salida de la crispación actual en la sentencia de junio de
2010, pero en todo caso no es la del llamado proceso. En aquel olvidado
2011 CiU fue muy capaz de entenderse con quienes habían dinamitado el
autogobierno catalán, si bien lo hicieron sin cámaras ni cenas en el
Majestic (habían aprendido de los errores del pasado). Y el
entendimiento podría haber durado más, pero en noviembre de 2011 el PP
ganó las elecciones españolas con mayoría absoluta.
Entonces CiU dejó de ser decisiva para la
estabilidad parlamentaria en Madrid (el papel en el que históricamente
se ha sentido más a sus anchas), mientras que el PP continuaba siéndolo
para la estabilidad parlamentaria del Gobierno catalán, y la combinación
de ambos factores dio pie a una convivencia insoportable.
En seguida
emergió la vena chulesca del PP. Una Alicia Sánchez-Camacho crecidita se
las apañó para pillar a la vicepresidenta Joana Ortega en las escaleras
del Parlament y regañarla ante las cámaras de TV3, reprochándole que en
el Congreso CiU acabase de votar en contra de la investidura de Rajoy.
La lideresa popular catalana pasaba por un momento pletórico. Aún nada
se sabía sobre cierto almuerzo en el restaurante La Camarga.
En marzo de 2012 nace la Assamblea
Nacional de Catalunya. Había llegado la hora de movilizar el malestar. A
mediados de año Mas rompe definitivamente con el PP y durante los meses
siguientes se empieza a calentar la manifestación de la Diada. Nunca
antes los medios habían hablado de esta manifestación a tres y cuatro
meses vista. Se discute en las tertulias, ocupa portadas, abre
informativos.
Y así es como se pasa de los 10.000 irreductibles de 2011
al millón de personas de 2012. Mas necesitaba la legitimidad de la calle
para abortar la legislatura, convocar nuevas elecciones y arañar los
seis escaños que le separaban de la ansiada mayoría absoluta.
Como señalaba en un anterior artículo,
en el que algunos lectores criticaron que pusiera en duda sin más
elementos la espontaneidad de la Diada de 2012 (nunca dejo de leer un
comentario, me interesan incluso los que me ponen a caldo), a Mas la
jugada le salió fatal.
Y se abrió otro escenario, que cada uno
calificará como quiera, y que según mi modesto entender ha sido sobre
todo una huida hacia adelante, en la que estamos aún instalados,
sustentada por un genuino malestar social." (Víctor Saura, eldiario.es, 21/02/16)
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