"Derechos torcidos incluye catorce conversaciones sobre el
“derecho a decidir”, la soberanía, la libre determinación, el concepto
de nación y la España federal. (...)
Sus reflexiones sobre la izquierda soberanista y secesionista
catalana otorgan un especial valor a un libro que pretende agitar las,
en ocasiones, inconsistentes aguas de la izquierda española desde una
abierta y nada oculta perspectiva federalista democrática, que ha sido y
debería seguir siendo esencial en todas las tradiciones emancipatorias
de nuestro país.
Una reflexión anexa algo más extensa:
Todos (o casi todos, pueden admitirse excepcionalidades) los seres
humanos tenemos la necesidad de satisfacer un cierto sentimiento de
“pertenencia” (no tiene por qué ser única forzosamente). El nacionalismo
se apoya en ese sentimiento pero lo extralimita, haciéndolo inseparable
del rechazo a los “diferentes”, lo que es netamente incompatible con el
lema fundacional de la izquierda: “libertad, igualdad, fraternidad”.
La definición de nación no es unívoca ni constante a lo largo del
tiempo. Hay, como mínimo, tres conceptos de ‘nación’: un concepto étnico
(que es el etimológico), un concepto cultural y un concepto político.
No tienen por qué coincidir en una misma comunidad humana.
En el mundo
actual es prácticamente imposible encontrar comunidades que se ajusten
al primer concepto (étnico), difícil encontrarlas con arreglo al
segundo, el cultural (las migraciones aumentan sin cesar esa dificultad)
y sólo con arreglo al concepto político (heredado de la Ilustración) se
pueden establecer delimitaciones claras entre naciones.
Cataluña no es una nación stricto sensu
con arreglo a ninguno de esos tres conceptos, pese a que se pueden
encontrar como nexo entre sus habitantes algunos elementos del segundo y
a que el régimen autonómico vigente en España la ha dotado de ciertos
elementos del tercero: el de nación política, integrada políticamente en
una unidad más amplia.
El nacionalismo secesionista catalán magnifica
la presunta unidad cultural catalana a la vez que exacerba sus presuntas
diferencias con respecto al resto de España para justificar la
necesidad de convertir a Cataluña en una nación política separada, como
si una cultura parcialmente diferenciada exigiera per se una organización política totalmente diferenciada.
La historia señala que en la mayoría de los casos la comunidad política
genera, a la larga, comunidad cultural. Jordi Pujol y su incansable “
fer país ” a lo largo de los años en que presidió la Generalitat es
prueba de ello.
La argumentación secesionista, llevada a sus últimas
consecuencias, justificaría, o bien la instauración dentro de Cataluña
de un régimen cantonal basado en las obvias diferencias culturales
entre, por ejemplo, el Baix Llobregat y la Garrotxa, o bien la actual
unidad española, porque es evidente que en España hay elementos
culturales comunes a sus habitantes que le confieren rasgos propios de
una nación en el segundo de los sentidos mencionados.
Una
reforma de la Constitución parece necesaria en cualquier caso. Aunque se
mantuviera el actual régimen autonómico, es necesario fijar de una vez
un criterio claro en materia de reparto de responsabilidades fiscales
que acabe con la permanente batalla entre comunidades autónomas algo
que, probablemente, propició en su momento el ex president y ex molt
honorable Jordi Pujol a fin de tener las manos libres para tensar la
cuerda competencial a conveniencia y eludir la responsabilidad de
aparecer ante los catalanes bajo la antipática figura del recaudador y
poder recitar, siempre que conviniera, el mantra “España nos roba”.
Creemos que si están interesados en el tema (monotema en Catañuña) no
les decepcionará del todo. Si no están interesados… deberían estarlo.
Nos va mucho en ello. A todos. A este lado del Ebro, como dicen algunos,
y al otro lado." (Miguel Candel y Salvador López Arnal , Rebelión, 24/06/17)
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