"(...) El prusés, como ya han señalado algunos analistas, es
consecuencia perversa de dos causas fundamentales: una, la
insatisfacción general que produjo la crisis económica, el estallido de
la burbuja inmobiliaria, la corrupción, el desempleo, el empobrecimiento
general de la sociedad; en el resto de España esa insatisfacción o
indignación cristalizó en el movimiento del 15M y el nacimiento de Podemos;
en Cataluña asestó una grave herida al narcisismo nacional supremacista
de una sociedad, narcisismo que –y ésta es la otra causa-motor del prusés—
ha sido larga y sistemáticamente alimentado durante décadas de
adoctrinamiento por tierra, mar y aire, desde el parvulario hasta la
universidad, para la Formación de un Espíritu Nacional.
Con la
sustanciosa contribución del éxito económico y las victorias del Barça. Si algo bueno ha tenido el prusés ha
sido mostrarnos lo extraordinariamente sencillo que es, teniendo tiempo
por delante, ir formando, o formateando, la maleable mentalidad de una
masa obediente y adecuadamente gregaria.
Todo esto ya lo he dicho por activa y por pasiva. Pero no sé para qué
me empeño en razonar, para qué insisto, con la máxima humildad y
acierto, en diagnosticar lo que sucede, si tú en vez de leerme con
atención te empeñas en situar la herida narcisista en “la sentencia del
Estatut”: en la terrible, la ignominiosa afrenta de que el PP recogiese
en algunas mesas petitorias firmas contra el Estatut, y en que un
tribunal superior, concebido, entre otras funciones, precisamente para
velar por la legitimidad de las normas nuevas autonómicas o municipales,
corrigiese el texto en algunos extremos ciertamente conflictivos
–conflictividad nada extraña, teniendo en cuenta quién lo redactó, y
para complacer a quiénes—.
Salvo a Pasqual Maragall
y a su camarilla, el Estatut no le interesaba prácticamente a nadie; no
había un clamor popular que lo reclamase; se lo sacó Maragall como un
naipe de la manga para que ERC le dejase gobernar el tripartit;
y sólo mediante severa presión sobre la ciudadanía se logró que lo
votase un número más o menos aceptable de ciudadanos, que ni siquiera
sabía qué cambios introducía el nuevo texto.
La gente se encogía de
hombros de forma tan ostentosa que el señor Joan Saura se inventó un Bus del Estatut para circular por toda la región difundiendo la buena nueva, como Trotski en el tren. Daba alipori.
Pero tú –y no sólo tú—, contumaz en el error, insistes en que las
firmas del PP y la sentencia del Constitucional, que le dio vía libre
tras depurarlo de sus excesos, fueron afrentas intolerables, y casus belli, y el Big Bang del prusés.
Lamento decir que por más que repitas ese mantra, no dejará de ser
falso. Aunque para las mentalidades convenientemente adoctrinadas
durante décadas es fácil, desde luego, considerar que cualquier nimiedad
es un agravio humillante.
Recuérdese, por ejemplo, que convertir la
homogeneización europeísta de las matrículas de los automóviles en una
muestra de totalitarismo recentralizador sólo requirió diez editoriales y
cien artículos en los medios de formación de masas generosamente
regados con dinero público.
Un último apunte: ya en el primer artículo del pacto del Tinell (2004), que es la base para la redacción del Estatut,
una cláusula comprometía a todos los firmantes a negarse a cualquier
pacto de gobierno o acuerdo de legislatura con el PP, tanto en Cataluña
como en toda España.
Por más que te disguste el PP, habrás de admitir
que hay algo sectario y muy poco democrático en cerrarle la puerta en
las narices al partido mayoritario en España (a la sazón en el Gobierno y
con mayoría absoluta) a la hora de confeccionar un guiso (el Estatut)
potencialmente indigesto y sospechoso, y luego exigirle que se lo coma
sin rechistar. Bueno, pues si estás de acuerdo con ello, la próxima vez
que menciones el Estatut te ruego que menciones también el Tinell." (Ignacio Vidal-Folch , Crónica Global, 18/07/17)
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