“¿Por qué seguimos repitiendo básicamente los mismos eslóganes-consignas
que hace más de 40 años?”; “¿Por qué seguimos creyendo que el ‘derecho
de autodeterminación’ es un “principio” político no revisable y de
(casi) aplicación urbi et orbe?”; “¿Por qué puñetas -con perdón- no se
nos escucha nunca?”; “Por qué el resto es siempre, y en casi toda
circunstancia, silencio o incluso desinterés desde cumbres (¡nosotros sí
que sabemos de qué va el paño!) bastante o muy altivas?”. No fueron las
únicas posibilidades que barajé; dejo constancia aquí de ello. Cierro
paréntesis). (...)
La coordenada político institucional central: la derrota del
secesionismo en la votación del 27S (Antonio Baños dixit, sin olvidar el
55% de David Fernández, ambos cupaires) ha sido transformada por el
mundo político-cultural separatista, con la importante colaboración de
la CUP (una organización -recuerdo- que dice ser de izquierda
revolucionaria), en una victoria parlamentaria amparándose en una ley no
proporcional de la que, supuestamente, esas mismas fuerzas, algunas de
ellas cuanto menos, renegaban.
Teniendo en cuenta el resultado de las
votaciones del 27S, no hay justificación alguna para desconexiones,
separaciones, unilateralidades, borradores de leyes de transición,
proclamación de nuevas Repúblicas poco republicanas o estrategias
afines. “Junts pel sí”, es decir, “Juntos para la secesión” no consiguió
la mayoría de votos (ni de escaños) a la que aspiraba.
Tampoco la
alcanzó si unimos sus resultados -una suma más que heterogénea,
equivalente a sumar los votos del PP y los de Unidos Podemos y Recortes
0- con esa fuerza de supuesta izquierda transformadora a la que aludía.
Democráticamente hablando, nos están estafando. Y no en cualquier
asuntillo menor. ¡Estamos hablando, hablan quiero decir, de construir un
nuevo muro-Estado que nos separe del pueblo aragonés y del valenciano!
No son ellos los demócratas y los demás unos
unionistas-antidemócratas-neofranquistas. De ninguna manera. De eso
nada, monadas. La inversa es mucho más verdadera. (...)
Directamente, pues, a nuestro asunto, un tema que, mirado desde otra
perspectiva complementaria que no contraria, se podría formular así:
¿por qué cualquier crítica de fondo al nacionalismo o nacionalismos
catalanes se interpreta, siempre o casi siempre y sistemáticamente, como
una defensa-apoyo-apología del nacionalismo español por parte no sólo
del mundo separatista y de sus medios (parte más que interesada en la
confusión y divulgación de la falacia) sino también de los soberanistas
catalanes que se dicen de izquierda (e incluso, en ocasiones, de
colectivos del resto de la izquierda española)?
¿Las críticas al
nacionalismo españolista deben ser interpretadas, en consistente
sintonía con lo anterior, como apoyos al nacionalismo catalán? ¿No,
claro que no? Luego entonces: ¿por qué no vale en este segundo caso y
sí, en cambio y casi siempre, en el primero? ¿Un nacionalismo es bueno o
bastante presentable, el catalán, y no lo es, en cambio, el español,
por definición y/o historia?
¿Podemos apelar, sin ningún matiz ni
contextualización, a un texto de Lenin de 1922, de casi hace un siglo,
como el siguiente: “En mis obras acerca del problema nacional he escrito
ya que el planteamiento abstracto del problema del nacionalismo en
general no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el
nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación
oprimida” (Lenin, 3, 775; 31/XII/1922)?
¿Cataluña es hoy, en 2017, no en
1945 o 1950, una nación oprimida y por eso, desde una perspectiva
leninista fija da en el tiempo, su nacionalismo es otra cosa, más
presentable, más popular, más democrático, más avanzado, más
progresista, más de izquierdas...? ¿Qué nación opresora oprime a qué
nación oprimida ahora, en 2017? ¿En qué concretamente? (...)
Regresemos al pasado; ubiquémonos en otras coordenadas temporales y
hablemos de nuestra propia tradición, la tradición comunista
democrática y antifascista.
Verano de 1970, pleno del comité
central del PCE. 47 años, casi medio siglo ha pasado desde entonces.
Todos los asistentes y los numerosos colectivos organizados, las células
del partido que están detrás de ellos, combaten con todas sus fuerzas
(y con enormes riesgos: Grimau, Ruano, era asesinatos recientes) la
dictadura fascista y tienen como horizonte político la conquista de una
República democrática y federal que una -no rompa ni aleje ni desuna- a
todos los pueblos de España, respetando diversidades, culturas,
historias plurales y lenguas.
El ABC, la A de la política antifascista.
Sobre lo que se llamaba entonces “cuestión nacional”, y más
concretamente, sobre la política del PSUC-PCE en torno al tema, Manuel
Sacristán (1925-1985), entonces aún miembro del comité central del
partido de la resistencia, se manifestó breve pero contundentemente en
su intervención ante el pleno (pp. 828-831 de la tesis doctoral de
Miguel Manzanera, en uno de sus anexos). Resumo y comento su
intervención.
Señaló inicialmente el autor de Sobre Marx y marxismo
que la doctrina del partido sobre el tema le parecía clara y sin
problemas de conceptos. Ser radical, decía Marx, comentó, “es coger las
cosas por la raíz, y la raíz de las cosas es el hombre”.
La raíz de la
concepción del partido “del problema de las nacionalidades no son
conceptos más o menos mitológicos, de patriotismo antiguo, de
fidelidades feudales, ni de mitos burgueses, sino la presencia real de
los individuos con sus características nacionales en las diversas
localizaciones geográficas”.
Después de argumentar contra el
error lysenkista tendente a descalificar una cuestión o temática
simplemente por su origen social -en este caso, por su origen burgués-,
el autor de El orden y el tiempo matizó que sin negar, desde un punto de vista histórico, la fecundidad de la burguesía, ya reconocida en el propio Manifiesto Comunista,
“lo que no es ni mucho menos verdad, es que el fenómeno de la
constitución de las nacionalidades haya sido un fruto tan recto de la
evolución burguesa como aparece en las historias”. Por ejemplo, comentó,
“no se ve por qué -no hay ninguna ley interna a los rasgos nacionales-
para que lo que se llama la nación francesa tuviera que ser más nación
que lo que habría podido ser una nación occitana con trozos de lo que
hoy es Francia y trozos de lo que hoy es España”. En el caso de Euskadi
exactamente igual, añadió.
Lo que era fruto de la burguesía,
señaló, era el Estado nacional. “Un estado que no coincide
necesariamente -como manifiestamente lo prueba el caso español, pero
también cualquier otro como el francés- con una nacionalidad”. Era
nacional en el sentido que representaba “el dominio y también la
hegemonía de la función dirigente de una determinada burguesía
nacional”. En el caso de Francia, “la del centro, la del núcleo
parisiense”. En el caso español no se atrevía a decirlo porque era
“demasiado complicado históricamente”; en el caso italiano, la burguesía
de la Toscana
Además de ello, defendió, era la política del
PSUC-PCE en años, en duros años de dictadura fascista y de opresión de
lenguas y culturas, el derecho de autodeterminación de las
nacionalidades españolas.
Es también cierto que en un texto de
1972, comentando el proyecto de introducción al programa del PSUC de
esos años setenta, pueden verse varias consideraciones significativas y
complementarias de su posición. Francisco Fernández Buey ha escrito
sobre ellas (véase su Sobre Manuel Sacristán, Vilassar de Salt, El Viejo Topo, 2015). Selecciono una de ellas.
Recoge Sacristán el punto 13 del proyecto -“Los comunistas
consideramos que la nación catalana está constituida por todos los que
viven y trabajan en Catalunya”- y comenta: esta definición declara
implícitamente “de nacionalidad bajo-sajona a los obreros de Toledo o de
Ripoll que trabajan en Volkswagen” y es, además, arbitrariamente falsa.
Usada por fuerzas nacionalistas independentistas de aquellos años -como
el FNC [Front (Frente) Nacional de Catalunya] o el PSAN [Partit
Socialista d´Alliberament (Liberación) Nacional]-, sirve “para preparar
la opresión de las minorías nacionales de habla castellana y/o francesa
en un futuro estado catalán...”.
Los comunistas, afirma, no deben
aceptar la cerrada alternativa imperialista, tanto sea del tradicional
imperialismo español como del nuevo imperialismo catalán, “implicada por
esa definición de untuosa apariencia generosa y humanista”. Estas son,
prosigue, “argucias entre representantes de “patrias” y “patriotismos”, y
los proletarios y los que nos adherimos al proletariado no tenemos
patria. Tenemos nacionalidad como elemento de la formación de la
personalidad individual, de un modo más acentuado en unos que en otros,
los cuales pueden cambiar (relativamente) de nacionalidad, o bien
conseguir una consciencia casi a-nacional además de apátrida”.
Hay muchas más observaciones de interés en ese escrito que aún permanece inédito.
No fue la última vez que se manifestó sobre esta cuestión. Hay varias,
muy críticas, cuando el nacionalismo catalán empezó a adquirir fuerza
tras la muerte de Franco. Empero, en la que fue su última entrevista
-con Mundo Obrero,finales de diciembre de 1984, editada dos meses
después-, una entrevista que convendría leer completa, volvió a
manifestarse ciertamente en términos muy similares a favor del derecho
de autodeterminación.
Y como Sacristán, muchos de sus discípulos (Paco
Fernández Buey, maestro de muchos de nosotros, entre ellos) y otros
colectivos comunistas. Aunque, es importante recordarlo y destacarlo, ds
vindicaciones y una posición de fondo y sentida al mismo tiempo:
derecho de autodeterminación, lucha contra todos los nacionalismos y
defensa de la unión libre de todos los pueblos españoles en una
República federal (sin dejar de pensar en una futura República ibérica).
Defensa en Málaga... y en Gerona.
La pregunta, la cuestión que
a nosotros nos concierne en nuestro ahora es ésta: ¿cabe seguir
diciendo lo mismo, pensando lo mismo, argumentando de la misma forma,
reivindicando lo mismo, con el mismo lenguaje, 47 años (casi medio
siglo) después (o más de 30 años dependiendo desde cuándo queramos
contar)? Parece que no, que no debería ser así, que la situación
política en el conjunto de España y en Cataluña no son las mismas que
hace 47 o 33 años. Es difícil hablar hoy de Cataluña en términos de
nación o nacionalidad oprimida, o incluso, como se ha comentado, de
nación esclavizada y expoliada. ¿En qué, por quién?
¿Qué
decimos, qué defendemos, qué argumentamos, qué pedimos, qué exigimos si
no es descortés desde la izquierda no nacionalista de Cataluña al resto
de la izquierda de España? Cosas tan básicas, tan elementales, tan
esenciales (casi ruboriza señalarlas), como las siguientes:
1.
El derecho a decidir no existe. Es una idea (de esas del significante
vacío o impreciso) o, si se quiere, un concepto político-jurídico creado
por los nacionalismos que ha sido muy útil en el caso de Cataluña,
menos en el caso del País Vasco.
En todo caso, ¿quiénes tienen ese
supuesto derecho? ¿Sólo las naciones o nacionalidades? ¿Por qué? ¿Las
ciudades tienen también derecho a decidir? ¿Lo tiene también, por
ejemplo, el área metropolitana de Barcelona en su conjunto? ¿La futura
Cataluña independiente reconocerá ese derecho? ¿A quiénes? ¿A nadie
porque Cataluña es una sociedad homogénea, sin tensiones ni conflictos
identitarios?
2. El dret a decidir es una forma, muy estudiada,
de apelar (ocultándolo) al derecho de autodeterminación clásico. Lo
reconoció, esta vez sin ocultaciones, el propio presidente Puigdemont en
su conferencia del pasado lunes 22 de mayo en Madrid.
3. No
hay nada, ni un solo indicio, que permita pensar que Cataluña es hoy,
como antes decía, una nación oprimida, esclavizada, tomada, ocupada,
expoliada, explotada, robada, golpeada, menospreciada... una colonia,
una semicolonia, una comunidad social maltratada, castigada, aplastada
y/o reprimida. De ahí no se infiere, por supuesto, que se esté de
acuerdo con las políticas seguidas por el gobierno del PP -u otros
gobiernos anteriores- durante estos últimos años ni tampoco durante la
etapa aznarista que contó, como se recuerda, con el apoyo de CiU en su
primera legislatura. Tampco que todo lo hecho haya sido un desastre
contra Cataluña como se suele firmar por aquí, por la ciudad que tiene
un museo dedicado al fascista Joan Antoni Samarnach y una estatua en
honor del financiero-golpista Francesc Cambó.
4. No sólo España
es diversa, que lo es, sin duda (¿qué país no lo es por cierto?);
también lo son Cataluña o el País Vasco aunque se diga menos, nunca, o
con los labios apretados. ¿No es evidente por otra parte la lectura no
fraternal ni federalista, de ruptura con el demos común, de separación,
que las fuerzas nacionalistas-soberanistas-secesionistas harían (y hacen
de hecho) de España como Estado plurinacional? Por lo demás, ¿no lo es
también Cataluña? ¿Cataluña no es una comunidad plural, binacional
cuanto menos?
5. El movimiento secesionista catalán ha jugado
desde hace más de cinco o seis años con toda la ambigüedad calculada del
mundo, engañando o incorporando a un sector muy importante de la
izquierda de Cataluña que, todo parece indicarlo, se ha dejado engañar
con suma facilidad. En pactos, acciones, gestos, entrevistas, acuerdos,
fotografías, etc. Las manifestaciones secesionistas fueron, durante
algunos años, inocentes manifestaciones democráticas a favor del derecho
a decidir.
6. Como ellos mismos (Santi Vila conseller) han
reconocido: el movimiento secesionista ha sido, en sus orígenes más
próximos, un procedimiento de justificación de unas duras políticas
sociales implantadas por CiU en .Cat y ha intentado, acallar a un
tiempo, el significado y “la peligrosidad” para ellos del 15M en
Cataluña (nada que ver con el nacionalismo en cualquiera de sus
variantes).
7. Del derecho a decidir se ha pasado a la secesión
directa. De esta a otra pantalla cuando ha interesado. De la formación
de un nuevo Estado de Europa a un referéndum. De uno pactado a uno
unilateral. De la desconexión abierta a la implantación de unas nuevas
leyes. De la apelación a la democracia a la ocultación y a la
manipulación del Parlamento. De ahí a los borradores ocultados de leyes
históricas. Y así siguiendo.La última según el borrador: implantación de
un nuevo Estado y luego ya veremos y con el control de la prensa
díscola y de los jueces. “El estado soy yo”.
8.Hablemos con
cualquier persona que haya vivido en Cataluña en estos últimos 60 años.
Preguntémosle: ¿ha habido algún momento a lo largo de estas décadas en
el que haya regido tanto y con tanta fuerza la arista identitaria?
¿Cuándo, en qué momento, hemos considerado en las tradiciones
emancipatorias que ser catalán, vasco, español o gallego era una señal
de identidad prioritaria?
¿Ser catalán, ser español, ser vasco, es tan
importante, tan decisivo, tan de nuestro ser y estar en el mundo?
¿Quién, quiénes han hecho todo lo posible para generar y difundir ese
sentimiento en millones y millones y, en la mayoría de los casos, vivido
de forma excluyente? Ser catalán, para muchos, era una forma de decir y
sentirse no español. (...)" (Salvador López Arnal, , Rebelión, 27/05/17)
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