"(...) –¿Se puede hablar en un día como hoy de la muerte o el fin de ETA?
–Yo
creo que no. Su muerte podría haber sido tras una derrota policial
acompañada de una política, una expresión contundente de derrota de sus
postulados. Eso entendería yo por la muerte de ETA. En cambio, se ha
quedado a medio camino entre una cosa y otra, y se ha negociado con los
terroristas... Este final venía de lejos: un final ambiguo,
coreografiado por el mundo terrorista, mientras que los nacionalistas y
hasta los distintos gobiernos del Estado han puesto la pistas de
aterrizaje, como se decía en los 90. El sufrimiento que ha causado ETA
merecía una derrota por 8 a 0.
–¿Un cierre en falso del conflicto?
–Es
un cierre porque no va a volver a matar, pero en falso porque no es
suficiente que esté desarmada o inactiva y hagan una «performance» con
las armas. Detrás de eso no hay una derrota expresa. Ellos han
pretendido empatar el partido desde hace años, tenían claro que no
ganarían y han ido restando pretensiones mientras iban imponiendo cosas
irreversibles como la identidad lingüística, la educación...
El
nacionalismo lo impregna todo en el País Vasco y han ganado en la
creación de un clima que aboca al silencio aun hoy a los no
nacionalistas, una situación en la que la ideología predominante es ésa y
oponerse o discutirla conlleva incomodidades. Que no haya vencedores y
vencidos es un triunfo para ETA y una sociedad sana no se merece eso. Si
han aterrorizado a más de una generación que ha vivido bajo su yugo no
merecemos un final así.
–Habla de «incomodidades» para quien se salga del criterio oficial. Sin armas de por medio, ¿en qué se traducen?
–Es
difícil de catalogar algo que aquí llevamos en el ADN e influye desde
la elección de colegio para los hijos hasta con quién te reúnes un fin
de semana y de qué hablas con ellos. Vivimos en un «estado» alejado de
España desde hace muchos años, más o menos formalmente. Así que, por
ejemplo, todos saben que vestir una camiseta de la Selección Española en
la calle no se hace o que tienes que ponerle mucho valor y dar casi un
paso hacia la heroicidad, hace años más, pero también hoy.
Cualquier
expresión favorable, hasta la más mínima, a favor de lo español o en
contra de lo euskera es incómodo. Si no existe una verdadera derrota de
ETA a la gente no le parecerán mal los planteamientos de los
terroristas.
–Usted ha tratado y retratado a muchas
víctimas. ¿Qué deben estar pensando ante esa «performanece», como usted
la cataloga, del desarme?
–Hay muchas
víctimas y no sabría decir, pero lo que está claro es que el
comportamiento con ellas ha sido de malo a espantoso estos años. Se ha
mejorado su atención y presencia social, pero de alguna manera la
atención política siempre ha estado en ETA, en qué va a hacer, en sus
presos, en qué hacer con ellos. (...)
–O sea, muerto el terrorismo emerge a las claras el problema de fondo, el armazón en el que se sustentaba...
–Savater
decía que el nacionalismo era el agua en el que se movían los
tiburones. Ahora se habla del relato, y eso sigue: que ETA surgió con
Franco y que nos quería librar del franquismo, etc... Ese relato lo he
vivido desde que nací y de él te enteras rápidamente si te pasas una
mañana escuchando Radio Euskadi y luego pones la ETB y las tertulias de
la noche.
Ese relato coloquial de que ETA estuvo mal, pero que si las
torturas, el fascismo... Eso está en todos lados, como contrapeso y,
aunque en la Guerra Civil murió más gente en Badajoz que en Guernica,
eso no se puede discutir. Hay cuatro mitos en los que se ha fundamentado
generación tras generación y es un relato del PNV, no ya de ETA. (...)
–¿En qué se reconvertirán los terroristas?
–Cualquiera
sabe. Los límites de la perplejidad son infinitos en el País Vasco,
nada nos puede asustar, aunque llegara uno a lehendakari apoyado por,
pongamos, Podemos o los nacionalistas. Puede pasar cualquier cosa y
además sería justificado muy seriamente, como cuando Josu Tenera entró,
en 2002, en la comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco y
Urkullu dijo que mejor que Ternera estuviera allí «en positivo».
Pero
más allá de un caso como éste, el problema es mucho más profundo: en la
sociedad vasca los que hablan como yo tienen muy poco que hacer. (...)
–¿Cómo se llega al punto en que una amplia parte de la sociedad vea normal que se mate a sus vecinos?
–Con
los documentales sempre nos hemos planteado de qué forma contamos esto a
alguien que no ha vivido aquí. Es muy complicado y llevo cinco
películas sobre el tema y me quedarían muchas más. Las raíces del
fanastismo, dicen, son familiares, elementos culturales que se trasmiten
a los hijos y tienen que ver con el odio.
La gente no nace asesina, se
hace, y se hace a la violencia por un ambiente en el que lo que se
entiende de manera cultural tiene que ver con esa exaltación de lo
nacional, lo étnico... Matar aquí no ha estado mal del todo, dependía de
quién disparaba. Si mataba ETA estaba justificado. Les parecía una pena
que muera alguien y manche las calles y que el que mata tenga que ir al
monte y no comer en tres días, pero lo peor no era el hecho de asesinar
a alguien, eso era relativo.
Por ello pienso que una vez matas, mentir
ya no es nada, por lo que esa creencia de que van a deponer las armas
porque lo han dicho me parece naif. Que hagan lo que quieran con las
armas, lo que hay que hacer es perseguirles, no hacer dejación de la
dignidad, de los valores.
–Mientras ETA seguía activa nunca quiso hablar claramente de si estaba amenazado o no...
–Prefería
no dar pistas y no me gusta caer en el victimismo. Nunca tuve una
amenza expresa y además vivo en Barakaldo, un sitio más tranquilo, con
mucha emigración y un Gobierno socialista durante años. Nunca me
advirtieron de que me estuvieran vigilando, pero yo tomaba las
precauciones de un amenazado aunque sin escoltas: miraba debajo del
coche, a los lados...
He hecho muchas entrevistas a víctimas que decían
«nunca pensé que le pasaría algo a mi marido». Seguridad para gente
desconocida ha habido muy poca y nadie te la podía garantizar. Pero yo
dormía muy bien por las noches y he tenido la suerte de no sentir mucho
miedo. Cada uno, además, lo gestiona como puede.
–Lo
que sí es verdad es que, al menos desde que salió a la palestra en 2001
con «Sin libertad», su círculo se redujo drásticamente.
–Hacer
pública tu crítica al nacionalismo y al «asesinato político», como se
llamaba aquí, es un filtro para quitarse «michelines», que decía
Arzallus: amigos, conversaciones... Se me ha reducido el entorno, pero
ahora es infinitamente más saludable. Es una prueba de primer orden
vital, aprendes quién te aprecia y quién no. (...)
–¿Cuándo decide «empuñar» la cámara para contar lo que está pasando desde la perspectiva de los silenciados?
(...) Yo no era radical, pero estaba cerca de todo eso, íbamos
todos a esos sitios y yo era el más nacionalista de mis amigos por
cuestión familiar. En los 80 oíamos música vasca, íbamos a las
manifestaciones, a las fiestas de los pueblos con proclamas
pro-terroristas. A principios de los 90 me acerqué a grupos pacifistas.
Recuerdo en la oficina de uno de esos grupos que solo había una chica
sentada en una silla con una mesita y pensé: «No hay una tía más
valiente y está sola en un despachito». He sido estúpido y desalmado, y
lo reconocí y sentí las ganas de hacer algo a través de mi expresión
artística que era el cine.
–¿Fue traumática su «salida del armario» contra el nacionalismo?
–Muy
dura y muy lenta. Ya era mayor y empezaba a tener hijos y me metí en lo
que me metí... Me costó mucho a nivel profesional. Cuando firmé el
primer Manifiesto de Ermua, Deia publicó media página con el nombre de
los 200 que habíamos firmado, y no lo publicaba para hacernos un
favor... Yo trabajaba entonces en las instituciones y se me acercó una
chica para preguntar si Iñaki Arteta era yo. Allí empezaron los
silencios.
Ya saben dónde estás, quién eres y estás en medio de una gran
plaza con montones de ojos mirándote y nadie te va a ayudar. Me quedé
en la calle con tres hijos. Aquello me hizo encajar más las piezas: si
no tienen piedad con los asesinados, ¿cómo la iban a tener conmigo
aunque me apartaran, me echaran del trabajo, me silenciaran...? Pero en
ese magma de miseria moral lo que me hicieron a mí es calderilla. La
maquinaria era muy grande, y sigue siéndolo.
–¿Dónde ubicaría el pico del odio en el País Vasco?
–Hasta
la amnistía la situación fue terrible y había cierta justificación
porque estábamos en la transición y había que reclamar cosas culturales,
políticas, laborales, asuntos que nos confundieron. Había mucho odio a
la Policía y a todo lo español. Ahí empezó el relato ése de que el Rey
puso a los políticos y Franco al Rey.
Pero la época de Ibarretxe fue
brutal. Me recuerda a lo que está pasando en Cataluña. Políticamente los
más moderados estaban cogiendo las nueces, pero con Ibarretxe empezaron
a tirar las nueces a la cabeza de los demás. Se creó de manera
artificial un discurso que fue calando en la gente, como en la Alemania
de los años 30, usando la maquinaria publicitaria, propagandística, que
crea un odio que baja hasta los pequeños círculos familiares y
laborales. Todo estaba muy tenso.
–Entonces, ¿lo que ve en la Cataluña de hoy es lo que ya ha vivido?
–Dejando
aparte muertos y exiliados, lo más sangrante que ha hecho la violencia
es que el resto de la sociedad viva aprisionada por esos mensajes
nacionalistas y ultranacionalistas, xenófobos a veces, antiespañoles, y
eso es idéntico en Cataluña a la época de Ibarretxe, que tenía la mitad
de votos de Herri Batasuna.
Esta gente tene un punto de odio que inocula
en todas las expresiones y si es posible convertir a un ciudadano o
grupo pacifico en militante de su causa, mejor. Eso llevó aquí a que se
matara a gente. Cuando uno tensa la cuerda se trasmite a los últimos
peldaños.
–En el tema vasco, además, ETA contó con cierta «complicidad» desde el extranjero y hasta desde la izquierda española...
–Fuera
se tragaron el cuento de que había un pueblo pequeñito y luchador,
independiente desde siempre, resistente, y elevaron a categoría de
Hiroshima el bombardeo de Guernica. Aún sigue ese marchamo de pueblo
idealista y luchador. Es un discurso muy asentado. Y la izquierda
española se movió en esa misma onda.
Veían con muy buenos ojos al
terrorismo con Franco, pero eso llega hasta hoy con el PSOE participando
en este paripé de la entrega de armas con Podemos, Bildu y PNV. Queda
condescendencia en la izquierda, donde hay gente que ha sufrido el
terrorismo como muchos, pero para ellos el fin justifica los medios.
–Entre los aproximadamente mil asesinatos de ETA, ¿cuál es el que más le ha pesado?
–Yo
trabajaba de fotógrafo de prensa a finales de los 80 y vi cosas
terribles, me tocó estar a un metro de las víctimas. Guardo un recuerdo
especial de un reportaje en concreto: en el 88 iba a hacer fotos para
una agencia de Madrid del aniversario de la muerte de Txomin Iturbe, en
Mondragón, donde se le iba a hacer un homenaje.
Antes de llegar oí que
habían matado a un policía en Durango y me acerqué hasta allí. Estaba
muerto, fuera del coche, ametrallado junto a su hijo. Espantoso. Media
hora después estaba en la plaza de Mondragón repleta de gente, en
primera fila con los fotógrafos, oyendo cánticos de «ETA, mátalos». Ese
día cuando volví a casa solo en el coche algo no me cuadraba. Me
preguntaba: ¿dónde estoy viviendo, es posible que alguien jalee esto?
Eso me hizo ir acumulando cosas, reflexiones. (...)" (Entrevista a Iñaki Arteta, Gonzalo Núñez, La Razón, 08/04/17)
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