3/3/17

Nos equivocamos, y causamos sufrimiento, cuando imponíamos el catalán en nuestra familias aragonesas, andaluzas o extremeñas, avergonzándonos incluso de que nuestros padres no fueron catalanes de raíz

"(...) Nos equivocamos al participar en campañas que vindicaban “obispos catalanes”, como si el ser catalán fuera atributo que garantizara lejanía de los escenarios más oscuros del nacional-catolicismo. Tendríamos que habérselo preguntado primero para asegurarnos, y no fue el único, al cardenal Isidre Gomà i Tomàs por ejemplo.

Nos equivocamos a aceptar encantados, repitiéndolo orgullosos como loros, aquello de que el “Barça és más que un club” (y los pericos, todos ellos, unas fachas españolistas de mucho cuidado, algo así como una enfermedad de botiflers). 
El Barça, ya entonces, era una especie de multinacional en construcción, que manipulaba, abonaba y orientaba los sentimientos de muchísimas personas (una parte de mi familia entre ellos).
 Basta hacer un repaso de las directivas barcelonesas de estos últimos 60 años para comprobar de quienes hablamos, que “personalidades” han llevado el timón de eso que incluso gente muy nuestra y muy querida siguió defendiendo como una entidad que no era un club-empresa, era más que un club, asociado ahora, en publicidad y en medios, al alma de Cataluña, con ex entrenadores del club, elevados a los altares de los modelos y las referencias intachables, en listas de grupos políticos secesionistas como Junts pel sí. 

Nos equivocamos a no ser suficientemente críticos y marcar diferencias de finalidades en nuestro apoyo -que no pongo en cuestión por su significado antifascista- a la lucha del nacionalismo independentista vasco armado contra el fascismo en tiempos del fascismo.

Nos equivocamos, en la misma línea, cuando pensando y construyendo alianzas con fuerzas nacionalistas, ya entonces secesionistas, alianzas entonces necesarias y que tampoco se ponen en cuestión, no fuimos capaces de generar al mismo tiempo una mirada propia y crítica de su ideología nacionalista, separadora, sin apenas matices, antiespañola en el fondo y a veces en las formas, a la que hicimos mil y una concesiones. (...)

No equivocamos también cuando pensábamos que era una aspiración legítima y sin discusión la construcción de organizaciones soberanas en Cataluña, totalmente autónomas, asociadas, si así lo estimaban, con formaciones españolas. Por una parte lo de aquí y luego, más tarde, nos asociábamos con lo de allí.

Nos equivocamos cuando nos creímos todos aquellos rollos-reflexiones en torno al PSUC-PCE y los gajos y las naranjas y no supimos ver la corriente de fondo: separar, separar, separarnos de camaradas con años de lucha y sacrificio en común. De aquellos lodos los futuros barros: Iniciativa per Catalunya. Per Catalunya!.. y como fuerza independiente.

Nos equivocamos cuando militamos en grupos de extrema izquierda, que habían roto con la lucha independentista vasca por su carácter nacionalista, convertidos ellos mismos, años después, en fuerzas políticas con una ideología nacionalista -aunque no sólo nacionalista- más que marcada donde los llamados “principios” de la tradición -el derecho de autodeterminación por ejemplo- jamás se ponían en cuestión, al ser considerados palabra bíblica-leninista, un axioma indiscutible de los combatientes revolucionarios que, supuestamente, debíamos dudar de todo.

Nos equivocamos de lleno, y causamos sufrimiento, cuando algunos descubrimos de jóvenes el catalán (apenas lo hablaba nadie en nuestros alrededores cuando niños en nuestros barrios obreros del extrarradios), y lo imponíamos en nuestra familias aragonesas, andaluzas o extremas, avergonzándonos incluso de que nuestros padres no fueron catalanes de raíz y no se expresaran en el idioma de Carner o Foix.

Nos equivocamos al aceptar babeando aquello de que era catalán quien vivía y trabajaba en Cataluña (¿eran alemanes entonces los catalanes que trabajaban en Düsseldorf?), agradecidos por la humanitaria concesión de aquella burguesía que nos explotaba en fábricas, bancos y servicios y construía y vendía, con enormes beneficios, pisos de 45 metros cuadrados en calles sin asfaltar y sin servicios, destinados a los recién llegados, allí, donde la ciudad perdía su nombre según escribieron algunos escritores nuestors. 
Casa nostra, decían también, es casa vostra, sin indicar qué parte de la “casa” nos estaba destinada. Por lo demás, y en buena lógica, aquel lema tenía implicaciones nunca señaladas: Jodi Pujol, Millet y los otros de las 400 familias no eran entonces catalanes. Nunca trabajaban. Tampoco sus herederos. Se limitaban a ordenar, contactar y mandar.

Nos equivocamos -y no nos equivocamos- cuando participábamos en la conmemoración del 11 de septiembre, con riesgos y detenciones (basta leer los apellidos de los luego torturados o golpeados, y encarcelados), sin entender muy bien de qué iba a aquello de la diada nacional, de los Austrias, de los Borbones, de lo que luego fue llamado, no entonces, episodio central de la lucha, permanente a lo largo de los siglos, de España contra Cataluña. Historiadores que nos formaron y enseñaron no dijeron nada de eso en aquellas circunstancias-

Nos equivocamos cuando éramos comprensivos, apenas les dábamos importancia, ante aquellas formulaciones xenófobas, cuando no racistas, que nos trataban de charnegos o murcianos (o, incluso, de vagos andaluces, medios hombres o de personas a medio hacer). Venía de lejos. Pasó también muchos años atrás.

Nos equivocamos cuando llegamos a pensar que la burguesía catalana era otra cosa, más europeas, más civilizada, más humana. Nada sabíamos, por ejemplo, de su pasado esclavista.

Nos equivocamos, y de mucho, cuando no fuimos capaces de cultivar y apenas conocer nuestra propia Historia. Una de los Españas (Cataluña no excluida) helaba el corazón; no la otra.

Nos equivocamos cuando permitimos que la Asamblea de Cataluña se convirtiera en un instrumento utilizado por las fuerzas del nacionalismo catalán, algunas muy derechas aunque se vistieran con ropaje socialdemócrata, en su propio beneficio, rompiendo y alejándose de ella cuando les pareció más oportuno. Nosotros poníamos el riesgo y la lucha; ellos las finalidades y las posiciones de fuerza para negociar.

Nos equivocamos cuando permitimos que líderes estudiantiles queridos y admirados por todos no pudieran ir al encierro de Montserrat porque no se expresaban correctamente en catalán.

Nos equivocamos cuando no hicimos lo suficiente para impedir el asesinato de Puig Antich y nos volvimos a equivocar cuando fuimos permitiendo que al ex militante del MIL, de Movimiento Ibérico de Liberación, nada que ver con ningún nacionalismo, se le fuera colocando una barretina que nada tenía que ver con su ideario y su corta vida. 

Nos equivocamos de todas-todas aquel nefasto 11 de septiembre en Sant Boi, recientemente recordado en clave secesionista (las fuerzas de Podemos incluidas en la revisión), cuando permitimos que los que nos hablaron aquel día fueran, en todos los casos, representantes del mundo catalanista-secesionista (y en un caso, de derecja muy pero que muy conservadora).

Nos equivocamos también cuando nos tragamos -hasta muy dentro- la píldora inventada del catalanismo popular. Historiadores, que entonces admirábamos, nos fueron suministrando el brebaje.

Nos equivocamos cuando permitimos que se nos cambiara, catalanidánzolos, era más pogre y quedaba mejor, nombre y apellidos.

Nos equivocamos cuando fuimos usando, infelices de desconocernos a nosotros mismos, el lenguaje del nacionalismo catalán. España era también para nosotros palabra prohibida, un país de fachas, ignorantes, guardiaciviles y militares. Todo era entonces Estado español. Era imposible escribir una octavilla que no usara la jerga nacionalista.

Nos equivocamos también cuando fuimos olvidando o no nos dedicamos suficientemente a conocer la historia, la gran historia de la España republicana. Matilde Landa o incluso Juan Negrín era para nosotros perfectos desconocidos.

Nos equivocamos cuando no fuimos capaces de ver (apenas dimos entonces importancia, era el pan nuestro de cada día) las decisivas aristas solidarias, fraternales, que se fueron construyendo durante la lucha antifranquista.

Nos equivocamos cuando pensábamos Cataluña como el territorio más ilustrado, más europeo, más avanzado de España, con el menosprecio que eso implicaba respecto a los compañeroas/as de otros territorios españoles. (...)"               (Salvador López Arnal , Rebelión, 25/02/17)

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