"(...) El independentismo se fue expandiendo como un fenómeno
natural, mitad por desagravio y mitad por cambio generacional. Tanto que
entre los entusiastas se instaló la percepción de que se trataba de un
proceso que siempre iría a más, punto por punto en los sondeos, hasta
volverse un clamor unánime.
Sin embargo, no ha sido así. Quizá no tanto
porque la pertenencia a España resultase especialmente seductora como
porque el advenimiento de la república catalana suscitara muchas dudas y
demasiados temores en cuanto al devenir de los acontecimientos.
La amalgama independentista ha ido diseñando un escenario
de futuro que sólo podría ser gobernado por independentistas. Tiene su
lógica. La secesión acaba reduciendo el pluralismo ideológico a aquellas
opciones que son partidarias del Estado propio. Las demás quedan
relegadas para siempre mucho antes de que se haga realidad la
independencia.
Han sido excluidas fácticamente del foro soberanista, y
ello a pesar de que los servicios jurídicos de la Cámara autonómica
hayan advertido de que la institución no es privativa de las fuerzas
conjuradas para convocar el referéndum pase lo que pase.
El independentismo ha creído en todo este tiempo que
exclusivizar la representación del país por mayoría parlamentaria le
hacía más fuerte, sin percatarse de que con ello delataba su debilidad.
El independentismo ha creído que mientras encarnase una salida unívoca a
la crisis de representación y de legitimidad que atraviesan las
instituciones de la Generalitat de Catalunya –como las de cualquier otra
comunidad o país hoy– contaba con la ventaja propia de quien lleva la
iniciativa para dejar atrás a sus contrincantes.
Pero al dibujar el
futuro a su medida, asegurándose en el fondo de que en ningún caso
pudiera ser pilotado por no independentistas, ha desdeñado hasta tal
punto la pluralidad social que ha acabado resintiéndose su propio
pluralismo interno. (...)
El independentismo se debilita cada vez que da a entender que las demás
opciones no cuentan para nada, y lo hace aflorando sus propias
contradicciones internas. Lo que desata no es sólo la rebelión de los
excluidos o de los desamparados. Suscita dudas y temores sobre su
capacidad para conducir el barco a buen puerto, provocando desafecciones
entre los afectos.
El independentismo resulta excesivo en el mar de las
incertidumbres, y por eso continúa a la deriva con ademán de tenerlo
todo claro. Tanto que no puede estar nada seguro de que sus cálculos
tacticistas le conduzcan a mejorar posiciones, aunque sea a bulto, en el
tablero parlamentario." (Kepa Aulestia, La Vanguardia, 07/03/17)
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