Marta Etura
"Hay un punto que no me permite hablar de paz y es el
respeto a las víctimas”. Lo decía Fernando Aramburu, autor de ‘Patria’,
una novela colosal sobre el horror, el dolor y sus consecuencias. Ya no
se habla de ello. Es tema tabú. El chantaje de ‘mirar hacia adelante’ y
‘no chapotear en la sangre del pasado’ se ha impuesto como una ley
indiscutible e inapelable. No sólo en el País Vasco.
De
vez en cuando se escucha alguna coz, algún lamento y hasta algún grito
contra ese silencio oficialmente establecido, esa complicidad cobarde,
ese encogimiento general de hombros con el que sacudirse 900 muertos y
cuarenta años de terror.
Dos mujeres han roto estos últimos días el
fuego contra el lacerante manto de silencio. Una escritora y una actriz.
Edurne Portela, de Santurce, autora de “El eco de los disparos”
(Galaxia Gutemberg). Y Marta Etura, nacida en San Sebastián y
protagonista de un buen puñado de películas de éxito.
Edurne Portela
Una frase de Portela, doctora y profesora de Literaturas
Hispánicas en Estados Unidos, pronunciada al hilo de la presentación de
su última obra, merecía honores de reconocimiento general, de columna de
la ejemplaridad cívica que escapa ya por entre las alcantarillas por
miedo, indolencia o simple pereza.
Esa falsa normalización que se palpa
en la sociedad vasca, donde los amigos de los criminales se han
encaramado en las instituciones y donde la barbarie ha dejado de
provocar la náusea, está perfectamente reflejada en “Ocho apellidos
vascos”, uno de los filmes más taquilleros de los últimos años.
“Salí
enferma, muy afectada de la película, porque se ha pasado del silencio
absoluto, de la negación, a la carcajada. Y eso no es decente”. El humor
es legítimo, “pero hay un tiempo de reconocimiento de la profundidad
del daño”. No se ha respetado ese tiempo del dolor, no se ha tenido la
consideración y el respeto que merecen las víctimas.
“Es una película
retrógrada e insultante”, añadía. “Quizás entiendo que produzca risa
fuera, pero que en el País Vasco la gente esté dispuesta a reírse con el
personaje de Carmen Machi sin conciencia de lo que pueda representar a
una viuda de un guardia civil que ha vivido en un pueblo abertzale; o
que se rían del ambiente de una herriko taberna, cuando hace cinco años
cruzábamos de acera para evitarla. Nos estamos saltando un paso
fundamental.
Si no hay autocrítica, no hay reconocimiento del daño y no
podemos pasar aún al humor, no nos lo hemos ganado todavía”, concluye,
lúcida y rotunda, Portela.
En el Festival de San
Sebastián jamás se guardó un minuto de silencio por las víctimas de ETA.
El mundo del cine desfilaba ante la alfombra roja, llenaba las butacas
ante la gran pantalla, aplaudía, repartía premios, se dispersaba luego
por los suculentos manteles rebosantes de merluzas y cocochas y se
emborrachaba luego en Bataplán. No pasaba nada.
En 2002, el guardia
civil Juan Carlos Beiro fue asesinado en Leitza, a veinte minutos
escasos donde se celebraba una de las sesión del Festival. Ni un
comentario, ni un pésame, ni una condena se escuchó en el Teatro María
Cristina. Un mutismo frío y cobarde. Un silencio atroz. “Los lunes al
sol”, de Fernando León, se llevó ese año la Concha de Oro del Palmarés
donostiarra. (...)
Marta Etura es uno de los rostros más fascinantes de nuestro cine y una
de las presencias más subyugantes de la pantalla. Donostiarra, joven y
con siete apellidos vascos. “Una cosa es avanzar y otra, es la
impunidad”, declaraba a la revista “Papel” ante un cartel electoral de
Otegi. “He crecido rodeada de asesinatos por ETA, de secuestros, de
extorsiones.
Vivíamos bajo el terror. No hay que olvidar”. Salvo en el
reducido círculo de las víctimas, ya apenas alguien habla así en el País
Vasco. Ni siquiera el PP. “Con un señor como Otegi no hay debate
político. No puede presentarse a ningún cargo público. Ha formado parte
de ETA, secuestró a gente inocente. No hay discusión posible”.
Etura
acaba de presentar una película sobre Roldán precisamente en el Festival
de San Sebastián, tantos años la platea de los corderos, el silencio de
los castrati. Venían los actores a los Goya a gritar ‘no a la guerra’ y
callaban en San Sebastián donde tenían muertos por doquier. (...)
Historia de dos mujeres con coraje. Casi dos excepciones en el mundo de
la cultura. Una muestra de ética cívica, de compromiso democrático, de
lucidez insobornable. De valentía. Dos formas ejemplares de entender el
mundo." (José Alejandro Vara, Vox Populi, 16/10/16)
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