10/10/16

¿Es realizable un referéndum pactado? No... ¿Es realizable un referéndum unilateral? Tampoco... porque no hay voluntad de desobediencia

"(...) Lo que nos lleva, vamos, al palabro referéndum. ¿Es realizable? Juzguen ustedes. Hay dos accesos al referéndum. Pactado y unilateral. Ya escribí un articulete sobre las posibilidades de un referéndum pactado. 

Básicamente, ninguna, en ausencia de voluntad política. Es decir, ninguna. Con todas las letras. Quién hable de referéndum pactado y no tenga una nueva idea, o una nueva idea de presión, no está diciendo, por tanto, nada. 

¿Es realizable, por lo contrario, un referéndum unilateral? Con los datos que nos ofrecen los políticos promotores, tampoco. Un referéndum sin ningún tipo de amparo estatal o internacional, se puede hacer. Pero de la misma manera que se puede hacer una paella colectiva y, luego, limpiar los platos con sólo tres gotas de Fairy.

 Incluso, de realizarse -el referéndum, no la paella-, podría disfrutar, más o menos, de las condiciones que establece el Congreso de Venecia -el ISO UE de las consultas- para realizar consultas. Salvo la posibilidad de que los partidarios del no quieran participar en una consulta en la que no ganan nada y pueden perder mucho. Lo que es una dificultad que desarticula el todo. No se puede fundar, o dejar de hacerlo, un Estado a través de una consulta gaseosa y opinable.

Otra dificultad, también llamativa, para un referéndum unilateral, es la ausencia de voluntad de desobediencia por parte de la Gene. Para realizar un referéndum unilateral es necesario, en todo caso, hacerlo. 

Es decir, una autoridad que desobedezca al Estado y un monto de funcionarios -los que participan en unas elecciones, desde el dire de colegio que abre las puertas del colegio electoral, hasta la poli, pasando por todos los funcionarios implicados en la estructura y el recuento de un proceso-, dispuestos a ejercer la desobediencia y exponerse a un castigo más severo que el que recibiría un político en ese trance, que suele ser la inhabilitación. 

La desobediencia es algo que no se produjo en la consulta de 2014 y que, pese a la ingente obra del TC -o quizás gracias a ella, no se lo pierdan-, tampoco se está produciendo. 

De hecho, desde 2012, las diversas formas que ha ido adquiriendo el Procés, se han ido dibujando para evitar la desobediencia -el referéndum de ahora, de hecho, nace para evitar una declaración de independencia anunciada en campaña-, un delito que, incluso, no han reivindicado los cuatro cargos de la Gene empurados -ya son cinco; no se lo pierdan, insisto-, que en todo momento se han declarado inocentes, y han evitado, con ello, el engorro internacional para el Estado que significaría que varias altas autoridades catalanas abanderaran una desobediencia territorial en un juicio. 

Es difícil confiar en la apuesta por la desobediencia del staff Procés en 2017, cuando no la hizo en 2014 por la consulta, cuando no empezó a hacer en 2012, con el Procés y, más aún, cuando no la hizo desde 2010, en defensa de la Democracia y el Bienestar. Que se dice rápido.

Lo de la desobediencia es importante. Ante las opciones de diálogo del Estado -ninguna-, la desobediencia es el único valor político del Procés. Es decir, la existencia de desobediencia es lo que determina que exista Procés. No existe desobediencia. Por lo que a mi me sale que no existe Procés. Bueno, sí existe, como todo en el Procés, bajo la forma de su promesa futura. 

Y, puestos a hablar de desobediencia, ¿en qué consistiría una desobediencia política efectiva? Llevo varios meses hablando con diversos juristas y activistas del independentismo no procesista, una tradición tan minoritaria como antes del Procés, me temo. 

La desobediencia, al parecer, sólo podría ser efectiva, y no folklórica, a través de la fiscalidad, a través del impago al Estado. Hubo la sombra de la sombra de la sombra de la sombra de ello cuando, hace un par de temporadas, se abrió la posibilidad de no realizar el pago de IRPF al Estado.

 Los ciudadanos que así lo quisieran, podrían ingresar el monto que les tocaba pagar de IRPF en una cuenta de la Agència Tributària Catalana, que sería quien protagonizara y tendría responsabilidad de desobediencia. En 2015, sólo lo hicieron 178 ciudadanos, a quién desde aquí saludo, felicito y pago una copa. 

Esa cifra escasa es un indicativo de que la Generalitat no apostó, informativamente, por esa vía. De hecho, devolvió los pagos a Hacienda con puntualidad. Y, quizás, un indicativo también de la voluntad de desobediencia del consumidor de Processisme, más proclive a leer o escuchar sobre discursos épicos y chachis sobre desobediencia en los medios y/o instituciones, que a ejercerla. 

Hay, no obstante, otra posibilidad de desobediencia fiscal, más efectiva y que no afectaría al ciudadano, sino a la Generalitat. Es decir, a su valentía. Sería el sello de que se ha cruzado el Rubicón, y de que los políticos que ocupan la Gene tienen, en efecto, un proyecto y una voluntad al respecto. Consistiría en la desobediencia fiscal de la Generalitat en su sentido mas amplio. 

Es decir, de todas las instancias de la Gene con CIF. Ese impago, se calcula, sería de unos 5000 millones de euros al año. Una cantidad suficiente como para que el Estado quiera negociar -o reprimir, que es la otra opción del Estado- desde un primer momento. Es decir, una cantidad suficiente como para hacer peligrar el pago de deuda, por lo que Europa obligaría al Estado a negociar -o, snif, a reprimir- con celeridad. Pegas. 

Con esa presión es más fácil negociar el Estado propio que el referéndum, que es la demanda del 80% de la ciudadanía. Quizás, el hecho de que esa desobediencia fiscal no se haya producido indica, en todo caso, que el staff CDC y ERC no está por la independencia -es decir, por el conflicto-, ni por la desobediencia. 

Lo que dibujaría el Procés -tachán-tachán- como todo lo contrario a ella. Es más, como un proceso de obediencia gubernamental y cuyo objetivo primario es la obediencia ciudadana en un fin de Régimen, en una de las sociedades peninsulares más abierta a la posibilidad de conflicto político, conflicto político que se estaba perfilando con vehemencia desde 2011, hasta que llegó el Procés y mandó parar. (...)"             (Guillem martínez, CTXT, 08/10/16)

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