30/6/16

“Libertad”, “igualdad” y “fraternidad” tenían como cuarto pilar la “indivisibilidad de la República” porque el territorio soberano es común... el embate catalán es el de la extrema derecha que asuela a Europa

"(...) La España de la Transición no denunció a quienes, como mostró el documento interno de CIU filtrado en 1990, reproducían a escala el organicismo joseantoniano: la Generalitat impulsó “los valores cristianos” y las “fiestas populares, tradiciones, costumbres y trasfondo mítico”; y, como “solo avanzan los pueblos jóvenes”, apostó por “concienciar” al pueblo de “tener más hijos para garantizar nuestra personalidad colectiva”. 

Semejante hoja de ruta catalanizó hasta el último tuétano administrativo; pero, incomprensiblemente, sus promotores gozaron del label progresista por la boba contraposición al centralismo-franquista. Mucho han rentabilizado la vergüenza nacional. ¿Pero qué ocurre con mi generación? ¿Dejaremos, ante una posible reforma constitucional, que la opinión pública transcurra en el marco mental nacionalista?

“Libertad”, “igualdad” y “fraternidad” tenían como cuarto pilar la “indivisibilidad de la República” porque el territorio soberano es común. La frontera, contingente, nos vino dada tras arrebatar la soberanía al monarca; podemos elegir justificarla, como quiere el nacionalismo-soberanista, o hacernos cargo de su contingencia, tratando a todos como iguales. Sólo lo segundo atiende al pluralismo democrático. 

Además, lo democrático cuidará del factor temporal de la justicia: la productividad regional depende de contingencias (¿será menos española Canarias el día que consiga rentabilizar su petróleo?) y de históricas políticas de Estado (fiscalidad laxa y aranceles a la importación auparon el textil catalán; la PAC, en beneficio europeo, hunde hoy la productividad del sur). 

Huyamos del supremacismo de Pujol sobre el carácter “anárquico” y “destruido” del hombre andaluz y centrémonos, como la izquierda clásica, en la estructura. Lo democrático transferirá rentas para legitimar el poder político y se opondrá al chantaje secesionista de los ricos.

La secesión, además, es inherentemente antidemocrática: frente al cosmopolitismo, que buscaría hacer efectivo el autogobierno (ante mercados transnacionalizados), la secesión aumenta la vulnerabilidad y amplía las externalidades. Si los secesionados se erigieran en paraíso fiscal, perderíamos influencia en lo que nos afecta.

Siguiendo a Hobsbawm, historiador marxista, los primeros estados construidos por el nacionalismo (1830-1870) fueron promovidos por la industrialización: ésta requería un Estado de cierto tamaño para consolidar la demanda interna; la expansión democrática ofrecía mano de obra formada y estandarizada en un Estado que garantizaba derechos. 

El patriotismo apuntalará la igualdad ciudadana. Entre 1870 y 1950, descontando descolonización y fragmentación imperial, la segunda ola nacionalista reivindicó, sin fundamento democrático y con pocas expectativas de éxito, un nuevo Estado soberano frente al Estado democrático. 

La etnicidad y la lengua fueron los criterios de “condición de nación en potencia”, revelando “un marcado desplazamiento hacia la derecha política de la nación y la bandera, para el cual se inventó el término ‘nacionalismo’”. 

Con la tercera ola (desde 1970) son patentes las  “reacciones de debilidad y miedo” como intentos por oponerse a la modernidad y levantar barreras a los propios mercados laborales. Como señala Habermas, el embate catalán es el de la extrema derecha que asuela a Europa.  (...)"              (Mikel Arteta, Frontera D, 17/06/16)

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