"(...) La España de la Transición no denunció a quienes, como mostró el documento interno de CIU filtrado en 1990,
reproducían a escala el organicismo joseantoniano: la Generalitat
impulsó “los valores cristianos” y las “fiestas populares, tradiciones,
costumbres y trasfondo mítico”; y, como “solo avanzan los pueblos
jóvenes”, apostó por “concienciar” al pueblo de “tener más hijos para
garantizar nuestra personalidad colectiva”.
Semejante hoja de ruta
catalanizó hasta el último tuétano administrativo; pero,
incomprensiblemente, sus promotores gozaron del label
progresista por la boba contraposición al centralismo-franquista. Mucho
han rentabilizado la vergüenza nacional. ¿Pero qué ocurre con mi
generación? ¿Dejaremos, ante una posible reforma constitucional, que la
opinión pública transcurra en el marco mental nacionalista?
“Libertad”, “igualdad” y “fraternidad” tenían como cuarto pilar la
“indivisibilidad de la República” porque el territorio soberano es
común. La frontera, contingente, nos vino dada tras arrebatar la
soberanía al monarca; podemos elegir justificarla, como quiere el nacionalismo-soberanista, o hacernos cargo de su contingencia, tratando a todos como iguales. Sólo lo segundo atiende al pluralismo democrático.
Además, lo democrático cuidará del factor temporal de la justicia:
la productividad regional depende de contingencias (¿será menos
española Canarias el día que consiga rentabilizar su petróleo?) y
de históricas políticas de Estado (fiscalidad laxa y aranceles a la
importación auparon el textil catalán; la PAC, en beneficio europeo,
hunde hoy la productividad del sur).
Huyamos del supremacismo de Pujol
sobre el carácter “anárquico” y “destruido” del hombre andaluz y
centrémonos, como la izquierda clásica, en la estructura. Lo democrático transferirá rentas para legitimar el poder político y se opondrá al chantaje secesionista de los ricos.
La secesión, además, es inherentemente antidemocrática:
frente al cosmopolitismo, que buscaría hacer efectivo el autogobierno
(ante mercados transnacionalizados), la secesión aumenta la
vulnerabilidad y amplía las externalidades. Si los secesionados se
erigieran en paraíso fiscal, perderíamos influencia en lo que nos
afecta.
Siguiendo a Hobsbawm, historiador marxista, los primeros estados
construidos por el nacionalismo (1830-1870) fueron promovidos por la
industrialización: ésta requería un Estado de cierto tamaño para
consolidar la demanda interna; la expansión democrática ofrecía mano de
obra formada y estandarizada en un Estado que garantizaba derechos.
El
patriotismo apuntalará la igualdad ciudadana. Entre 1870 y 1950,
descontando descolonización y fragmentación imperial, la segunda ola
nacionalista reivindicó, sin fundamento democrático y con pocas
expectativas de éxito, un nuevo Estado soberano frente al Estado
democrático.
La etnicidad y la lengua fueron los criterios de “condición
de nación en potencia”, revelando “un marcado desplazamiento hacia la
derecha política de la nación y la bandera, para el cual se inventó el
término ‘nacionalismo’”.
Con la tercera ola (desde 1970) son patentes
las “reacciones de debilidad y miedo” como intentos por oponerse a la
modernidad y levantar barreras a los propios mercados laborales. Como
señala Habermas, el embate catalán es el de la extrema derecha que
asuela a Europa. (...)" (Mikel Arteta, Frontera D, 17/06/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario