"Suele decirse que lo que tiene historia no puede tener definición esencialista y este jueves José Álvarez Junco (Viella, Lleida, 1942) demostró por qué. Lo hizo durante la conferencia de presentación de su libro Dioses útiles
(Galaxia Gutenberg), un análisis comparado de la “fase nacional” de la
historia humana, esa etapa cuya culminación sangrienta fueron las dos
guerras mundiales pero que hoy sigue marcando la agenda política.
“No siempre ha habido naciones”, avisó. Además de “construcciones
históricas”, las naciones son “sistemas de creencias que tienen efectos
políticos de los que se benefician ciertas élites. ¿Qué élites? Las
nacionalistas”. (...)
En su particular labor de arqueología política, el historiador
explicó que durante mucho tiempo las naciones fueron consideradas
realidades naturales. Por eso destacó el trabajo de Ernest Renan, que en
1882 descartó factores “objetivos” como la raza, la lengua o la
religión comunes —que no siempre lo eran— para anclar la idea de nación
en un elemento subjetivo, la “voluntad” de un grupo humano “de ser
nación”.
Álvarez Junco destacó también al politólogo norteamericano
Carlton Hayes como uno de los primeros que defendió que las naciones
eran un fenómeno reciente nacido de “la debilidad de las creencias
religiosas en las sociedades modernas”. Los útiles dioses de la patria
pasaron a garantizar la necesidad de trascendencia minada por el
escepticismo contemporáneo.
Huyendo de la brocha gorda ideológica, el historiador advirtió: el
hecho de que los nacionalismos sean “entes históricos” que “benefician” a
una élite —como las religiones benefician al clero— no significa que
sean producto de la conspiración de una minoría empeñada en seducir a
los incautos.
Como escribe en su libro, son “fenómenos complejos capaces
de satisfacer necesidades de sus seguidores muy dignas de respeto”. No
obstante, destacó, el hecho de reconocer que las naciones pertenecen a
la cultura y no a la naturaleza tiene consecuencias inevitables para un
historiador. “No somos meros testigos objetivos”, dijo, porque “la
Historia nunca ha estado exenta de funciones políticas”. Por ejemplo, la
función de controlar el pasado.
De ahí una de sus propuestas: hacer un
esfuerzo por “historizar” el trabajo del historiador, es decir, “por no
proyectar hacia el pasado los sujetos políticos que hoy dominan la
escena, como si fueran permanentes”. “Hoy el nacionalismo es el gran
prisma deformador el pasado”, remachó.
A la Historia no le queda otra,
apuntó, que trabajar con los matices para plasmar la complejidad de su
objeto de estudio: “No podemos decir que Viriato luchaba por la
independencia de España porque no entendería términos como España o como
independencia”, ironizó. Hablar, pues, de una España, una Cataluña o un
Portugal “romanas” carece de sentido histórico. Le pese a quien le
pese." (El País, 29/04/16)
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