"(...) En el plano lingüístico, podríamos decir que los siglos XIX y XX fueron
los siglos de la destrucción (o del intento de destrucción) del
multilingüismo tradicional a manos del nacionalismo lingüístico. (...)
El caso polaco ilustra la enorme dificultad que supone la empresa de
restituir a una lengua el estatus de lengua territorial cuando el
territorio en cuestión es de hecho plurilingüe. Si hoy Polonia es un
Estado virtualmente monolingüe (el 95% de la población habla polaco en
casa) no es porque se constituyera un amplio movimiento ciudadano por la
normalización lingüística del polaco ni porque se incorporara al credo
independentista la voluntad de articular el polaco como eje integrador
de la ciudadanía polaca, sino porque después de la segunda guerra
mundial los nacionalistas polacos, con el aliento y el apoyo de los
aliados, expulsaron a su población germanófona y borraron cualquier
rastro de su existencia.
(Lo mismo hicieron con su población de habla
ucraniana, por cierto.)
El fracaso de algunos nuevos estados del Este
europeo se debe, precisamente, a la pretensión de implantar la fórmula
«un Estado, una lengua» en territorios lingüísticamente heterogéneos.
Ucrania es acaso el ejemplo contemporáneo más flagrante: la incapacidad
de los nacionalistas ucranianos para aceptar la territorialidad del ruso es uno de los factores que explican la desmembración del país.
Pensando en latitudes más cercanas, la verdad es que los líderes del
proceso catalán deberían tener cuidado de sus propias huestes. Si las
alforjas del soberanismo terminan incluyendo la fórmula «si eres
catalán, habla catalán», existe un serio riesgo de que muchos desistan
de emprender el viaje.
El reto del soberanismo no es repetir otra vez la
vieja fórmula monista en un nuevo Estado catalán, sino demostrar a los
europeos que se puede alcanzar la normalización de una lengua
históricamente perseguida no contra sino desde el plurilingüismo." (Albert branchadell, El Periódico, 09/04/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario