"La mejor reacción al manifiesto monolingüista del grupo Koiné es la de
la escritora catalana Najat El Hachmi, nacida en Marruecos: “Si no fuera
por la inmigración, el catalán tendría muchos menos hablantes de los
que tiene ahora”.
(...) la pluma de Jordi Pujol, aunque eso escuece al columnismo
prenafetista. Distinguía el Ex entre “dos tipos de inmigrantes; uno, es
el que viene con mentalidad de amo (....) el otro (...), un hombre poco
hecho (...) que hace centenares de años que pasa hambre y que vive en un
estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual.Es un
hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de
comunidad.”
“Con frecuencia” —concedía— “da prueba de una excelente madera
humana, y todo él es una esperanza, pero de entrada, constituye la
muestra de menos valor social y espiritual de España (...) es un hombre
destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar,
sin haber superado antes su propia perplejidad, destruiria a Cataluña.
Introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de
mentalidad”.
Perdonen por la longitud de la cita (de La immigració, problema i esperança de Catalunya
, Nova Terra, 1976). Pero es frondosa. Aunque el autor la matizaría
luego, expresa al dedillo la mentalidad profunda de algunos
nacionalistas, incluida Marta Ferrusola.
El baremo del “valor social y espiritual” arranca de la herencia de
la eugenesia, o sea de “la ciencia que trata de todas las influyencias
que mejoran las cualidades innatas de la raza, también trata de aquellas
que la pueden desarrollar hasta lograr la máxima superioridad”, según
su inventor, sir Francis Galton.
Y que tuvo su máxima deriva patológica
en Alemania, al distinguirse entre “los representantes menos valiosos de
la sociedad, minderwertige, y los plenamente meritorios, vollvertige” (Richard Evans, El tercer Reich, Pasado/Presente, 2015).
La eugenesia pujoliana arranca en Cataluña de Josep Antoni Vandellós (Catalunya, poble decadent, Edicions 62, 1985; La Immigració a Catalunya,
Patxot, 1935): al primer demógrafo moderno le inquietaban una
“Catalunya sense catalans”, llena de gente pero sin catalanes, y los
“nuclis forasters” que diluirían la lengua. Pero se resignó (contra la
receta nacionalsocialista) a la inevitabilidad de “facilitar la
barreja”.
Eso sí, en el Manifest per la conservació de la raça catalana,
que promovió y publicó el 12 de mayo de 1934, postulaba “una población
creciente y sana, homogeneizada en cuanto al sentimiento patriótico” y
que los catalanes “autóctonos tendríamos que ver cuáles serían las
características de los nuevos catalanes descendientes de inmigrantes o
producto de mezcla”, coordinando “la búsqueda de los medios adecuados de
defensa de nuestra raza”.
El terror a la minorización de los autóctonos —y de su lengua— fue destruido en 1999 por la gran demógrafa Anna Cabré (El sistema català de reproducció,
Proa). Cabré demostró que, sin inmigrantes, los 2 millones de catalanes
de 1900 habrían pasado a solo 2,36 en 1980 y a 2,5 a final del siglo XX
(Nadala 2007, Fundació Lluís Carulla”).
De modo que “con seis
millones éramos dos veces y media los que habríamos sido sin
migraciones”. Porque desde 1717 Cataluña ha doblado cuatro veces su
población. La mezcla poblacional es pues un sistema inherente a la
catalanidad, no un azar.
Desde entonces sumamos 1,5 millones más. Somos 7,5 millones. O sea,
que “en torno al 70% de la población residente en Cataluña” es “producto
directo o indirecto de la inmigración solo de los siglos XX y XXI”
concluye su colega Andreu Domingo (Immigració i política demogràfica en l'obra de Josep Antoni Vandellós (Treballs de la SCG, número 73, 2012).
Cataluña es plena (mezcla): plenamente charnega. Así que ni Cataluña ha desaparecido, ni el catalán, ni la cultura
catalana. Existen más que nunca. Los dicterios de Vandellós, de Pujol y
de los Koiné son falsos. Tiene razón la escritora El Hachmi." (Xavier Vidal-Folch, El País, 13/04/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario