"Somos lo peor de cada casa. Y somos muchos. Más de lo que parece. Más de
lo que todo el mundo cree. Pasamos casi desapercibidos, caminamos de
puntillas. Somos los tímidos que nos callamos en las discusiones porque
lo nuestro no es discutir, los que no sabemos a quién votar porque nos
parece que la votación está mal planteada de raíz, los que estamos
encerrados con un solo juguete y ansiamos salir porque pensamos que sin
juguetes, ahí afuera, también se puede jugar.
Nos dan apuro los gritos,
los himnos, las marchas, las banderas, los discursos. No son para gente
de nuestra calaña, pero somos perfectamente capaces de tolerarlos y de
respetar a los que vibran con ellos aunque carezcamos de ese esquivo gen
que nos permitiría pasarlo en grande en los pasacalles. (...)
Somos como sombras que se arrastran en silencio, como los tipos de La invasión de los ultracuerpos, fingiendo que somos como los demás, aunque por dentro estemos apenados, acojonados y perplejos.
Somos catalanes a los que la independencia
y todo lo que supone nos da una pereza inmensa. Ciudadanos de cuarta,
frívolos y vagazos, conscientes de estar cometiendo un sacrilegio
espantoso por el que asumimos la penitencia y el castigo que caerá
inexorablemente sobre nuestras cabezas. Ya lo he dicho: lo peor de cada
casa.
La idea de España no nos fascina, pero no nos repugna. No sabemos
si los rumores sobre la lista negra de los catalanes de pacotilla son
ciertos, pero por supuesto estamos a favor de su existencia: gente como
nosotros no debería tener cabida ni voz en esta gran nación que, al
parecer, se avecina.
No nos cogemos de la mano, no ponemos banderas en los balcones, nos
quitamos, con educación pero con firmeza, de encima a los postulantes
que llaman para contarnos la buena nueva. (...)
Lo malo es que no paramos de preguntarnos en bucle: ¿Tanto costaba
relajarse un poco y aparcar las amenazas y los victimismos? ¿Tanto? ¿Por
qué no dejaron en su momento el "y tú más" de patio del colegio? ¿Por
qué? (...)
Como nos sentimos en casa tanto en Olot como en Orense o en Orán, nos
llaman, merecidamente por supuesto, botiflers, españolazos, charnegos,
desgraciados y hasta cosmopolitas. (...)
Creemos que la historia no es un memorial de agravios, sino un
instrumento para aprender de los errores. Pensamos y sentimos de otra
manera: somos los pusilánimes que en su día votamos a Maragall confiando
(sí, craso error) en que el diálogo político iría por otros derroteros:
igualdad, justicia, fraternidad, solidaridad, honestidad, armonía,
ayudar a los vecinos, sentido común... esas cosas que nos parecían
fundamentales para construir una sociedad algo mejor y nos encontramos
con una triple taza de caldo de un debate que en nuestra estúpida
inocencia, creíamos perteneciente a otra época. (...)
Somos tan ilusos que lo único que queremos es vivir en un lugar que se llame como se llame y tenga la bandera que tenga,
pero en el que la justicia funcione sin trabas, los que mandan no metan
mano a la caja, las carreteras tengan el firme en buen estado, los
médicos y las enfermeras de la sanidad pública tengan tiempo para
atendernos, donde cada uno pueda hablar y cantar y trabajar en el idioma
que quiera, las escuelas públicas enseñen a los niños a pensar y algo
de matemáticas y natación (sin exagerar lo de las matemáticas), la luz,
el gas y el agua y un techo estén garantizados, los bares pongan un café
decente y poca cosa más.
Y donde, a ser posible, los discursos, a menos
que los escriba David Foster Wallace, queden relegados a los banquetes
de bodas o a los aniversarios de los centenarios de la familia.
Ahora, desde hace demasiados años, nos sentimos atrapados en el tiempo como Bill Murray en El día de la marmota,
pero ni siquiera tenemos una Andie McDowell por la que merezca la pena
despertar una y otra vez en el mismo día eterno y escuchar hasta el
aburrimiento a Sony and Cher cantar I've got you babe. Seguro que hay cosas peores, pero ahora mismo no se nos ocurre ninguna. (...)" (
Isabel Coixet , El País,
11 SEP 2015)
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