"(... ) Desde una óptica nacionalista hay, pues, razones para que esas élites
catalanistas, apoyadas en sectores de una clase media en crisis, del
funcionarizado y de la pequeña burguesía, que demandan un blindaje
frente a la competencia del mercado español, se propongan el desenganche
de España.
No es la primera vez. La apuesta secesionista del “derecho a
decidir” se ha conocido con anterioridad en el siglo XX bajo otros
parámetros pero con características similares. Josep Tarradellas
advirtió unas cuantas veces contra tales veleidades, que desembocaron en
astracanadas, alguna de ellas cruentas, como las de Macià contra Primo
de Rivera, Companys en 1934 y sectores de nacionalistas exiliados en la
posguerra “secesionados” del resto del exilio republicano.
Si, a pesar
de fiascos y advertencias, esas élites catalanistas se han decidido
volver a embarcarse en el proyecto soberanista de secesión es porque
consideran que ahora es la hora (“ara es l´hora”).
Los guías del proceso saben sobradamente, (...) que los catalanes que son potencialmente partidarios de la legalidad
estatal y del sistema constitucional español o que se consideran
catalanistas no independentistas, son muchos, mayoría.
Saben también que
hay más coincidencias entre los diversos pueblos y ciudades de España,
incluyendo Cataluña, que divergencias entre Barcelona, Madrid y Palma,
por poner algunos ejemplos.
Por ello, no pueden propugnar que el
derecho de autodeterminación, al menos en su vertiente externa, de
relación con el resto de España, sea aplicable a Cataluña o a Euskadi.
Sobre la vertiente interna del derecho de autodeterminación, la del
autogobierno, ya lo disfruta; cuenta con gobierno autónomo propio, con
una amplitud de competencias estatales propias o mayores que las de un
Estado federal, y un sistema, más o menos democrático, de elección de
sus representantes.
Pero, saben igualmente, que no habrá otra
ocasión como ésta para capitalizar el descontento social de importantes
sectores que buscan acomodo frente la crisis y la globalización, fuera y
lejos de la base social y de los objetivos del 15 M, por lo que urge
adelantarse a la quiebra del sistema partitocrático en el que se
asientan sus recursos y organizaciones y para ello resulta
imprescindible neutralizar una eventual reincorporación a la vida
política de la mayoría social resignada o hastiada de la deriva
nacionalista de los partidos de izquierda, ya que eso puede significar
la irrupción de nuevos movimientos y organizaciones que den al traste
con el actual mapa político.
Finalmente, saben que no se
presentará ocasión como ésta, en la que dominan todos los resortes
institucionales y los recursos de la Generalitat, para poner tierra por
medio ante la amenaza cada vez más cercana de la legalidad y la justicia
“españolas”.
Estas son razones suficientes para explicar el
embarque de esas élites hacia la Ítaca nacionalista; el problema que se
dirime no es eso, sino el cómo estas élites intentan cohesionar a la
grey nacionalista y galvanizarlas para que ésta siga a los conductores
del proceso y se embarque en la aventura.
Es en este momento cuando
aparece como fundamental y determinante la manipulación y suplantación
de la democracia participativa por el “derecho a decidir”.
Uno de
los rasgos más característicos del nacionalismo catalán ha sido el de
tejer una “sociedad civil catalanista”, responsable históricamente de la
reivindicación de la lengua y de la construcción en torno a la demanda
lingüística de una hegemonía cultural, que ha marcado desde hace décadas
las fronteras de lo políticamente correcto en Cataluña. Salvador Giner y
otros lingüistas y sociólogos han dilucidado en sus investigaciones y
propuestas la importancia de la lengua y la cultura catalanistas como
instrumento de hegemonía social y política. (...)" (Vicente Serrano y Rafael Núñez , Crónica Popular, Rebelión, 10/01/2015)
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