"(...) ¿por qué unos pueblos son hormiguitas y por qué otros son cigarras?
Ibarretxe lo descubrió hace ya años, cuando formuló su ley del
funcionamiento de las sociedades: “los pueblos con identidad tienen
propensión a hacer las cosas bien”. Y los vascos tenemos identidad a
raudales, como sabe cualquiera, mientras que los españoles, bueno, lo
siento, tienen una mediocre identidad.
Probablemente, Acemoglu y Robinson (“Why nations fail”)
hubieran querido profundizar un poco más en esta “explicación
identitaria del progreso de las naciones” y hubieran indagado si existen
arreglos institucionales a través de los cuales se ejercita esa etérea
identidad.
Y hubieran averiguado pronto que sí; que las relaciones
fiscales y financieras entre el País Vasco y España se organizan en
torno a un sistema peculiar y único, distinto del sistema común, que es
el sistema foral. Su justificación es tan borrosa como lo de la
“identidad”, porque apela a “los derechos históricos”, pero Acemoglou y
Robinson no se hubieran parado en ello sino que hubieran dicho: bien,
sea cual sea su justificación dogmática, ¿qué efectos sociales y
económicos perceptibles tiene esta institución sobre el funcionamiento
de esa sociedad? Porque si los tiene, probablemente ahí estará al final
la identidad de la hormiguita.
Todos los hacendistas, todos los balancistas fiscales y todos los
investigadores de cuentas públicas españoles, catalanes o vascos les
dirían al unísono: sí, el sistema foral de financiación hace que, para
unos mismos servicios, las Administraciones vascas cuenten con unos
recursos públicos disparadamente superiores a los de las demás
Administraciones españolas.
En concreto, su sobrefinanciación es entre
el 80% y el 100% de la media española. Los vascos disponen de entre 1,8 y
2 euros para dar servicios públicos, allí donde los españoles disponen
de 1 euro. Notable diferencia, vive Dios, dirían nuestros
investigadores, pero ¿por qué se produce?
Bien: básicamente, y según las cuentas agregadas, porque el País
Vasco, a pesar de ser una de las regiones más ricas de España, no aporta
lo que le correspondería a la solidaridad interterritorial con las
regiones de menor renta, sino que es receptora neta de financiación.
Según la recta de regresión le correspondería aportar un 8% de su PIB,
pero en lugar de ello recibe un 1%. ¿Y eso es mucho? Pues verán, para
poder comparar, España recibió de Europa una transferencia anual de
fondos cohesivos de alrededor del 0,8% de su PIB desde 1990 hasta 2005. Y
se notó, vaya si se notó.
Pues Euskadi se beneficia de un 8% de su PIB
desde 1980 aproximadamente, de manera acumulativa. Calculen. Acemoglou y
Robinson concluirían raudos: esa no es sino una “institución
extractiva” en manos de un subsector social del Estado, definido por
estirpe territorial.
O sea, dirían también nuestros investigadores identitariamente
agnósticos, que cuando Ibarretxe presume de que el País Vasco ha puesto
en marcha un sistema universal de garantía de ingresos para toda su
población, incluidos los inmigrantes extranjeros, de hecho, ese sistema
se basa precisamente en los recursos que le proporciona el no ser
solidario con las otras regiones españolas.
En otras palabras, que los
vascos son supersolidarios con sus ciudadanos pobres gracias a que no
dan ni medio euro para la solidaridad con los extremeños, andaluces y
demás pobres españoles.
Pues sí, habría que decirles, lo que pasa es que los vascos
practicamos una solidaridad bien entendida, es decir, sólo con nosotros,
las hormiguitas. Las cigarras, que se las arreglen solas. ¿O no era así
la moraleja de la fábula?" (
José María Ruiz Soroa , El País,
19 DIC 2014)
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