14/9/14

Los escoceses no se compadecen de sí mismos. Los catalanes, en cambio, llevan mucho tiempo admirándose a sí mismos para satisfacción de sus ombligos

"(...) En Cataluña no hay petróleo –o lo hay en cantidades ridículas- pero puestos a buscar equivalencias el nacionalismo ha encontrado grandes reservas en la recaudación fiscal y en el ‘España nos roba’. 

Y como ha ocurrido en Escocia, los recortes de la crisis han alimentado el deseo de emprender un camino distinto como Estado independiente.

A partir de aquí, es inevitable resaltar las diferencias de ambos procesos. La primera, evidente, es el distinto marco legal en el que se desarrollan. El referéndum es posible en Escocia porque la vieja acta de 1707 fue un pacto entre iguales que libremente puede romperse, una vez consumada la resurrección del Parlamento de Edimburgo. 

Y más allá de los tecnicismos, porque nadie imaginaba que el avance del independentismo iba a acogotar a toda la clase política británica. Con encuestas similares a las de ahora cuesta imaginar que Cameron se hubiese avenido a la consulta.

El debate racional sobre la cuestión escocesa ha sido reemplazado aquí por una disputa visceral, por un frentismo tan estéril como peligroso. Ha faltado inteligencia política, que en el caso español viene siendo a lo largo de la historia una constante. 

Es muy posible que por imperativo legal la consulta catalana no se celebre en noviembre y que baste con medio abogado del Estado, como ayer decía Iceta, el líder del PSC, para desactivarla sin tener que enviar a la Guardia Civil, pero la herida es ya tan grande que será difícil que cicatrice.

La ausencia de inteligencia no ha sido exclusiva del Gobierno central. Hay quien, con mucho acierto, resalta las enorme distancia que separa al nacionalismo escocés del catalán. Mientra allí lo que anima a la independencia es el cambio social, el motor del soberanismo al norte del Ebro ha sido simplemente la oposición a Madrid.

Ni a Salmond ni a nadie de los suyos se les ha ocurrido sacar de sus tumbas a Kenneth McAlpine, el primer rey de Escocia, ni a Willian Wallace (Braveheart) y su victoria en Stirling, ni a Jacobo VII, ni se ha hecho inmortalizar junto a la ya citada piedra del destino. Aquí en cambio, cuando no es al espectro de Casanova al que se invoca se recurre a los almogávares, que ya en el siglo XIV eran muy fieros y muy catalanes.

Los escoceses no se compadecen de sí mismos ni se reafirman en oposición a los ingleses. Admiran a Noruega y les gustaría emular la gestión que sus vecinos del otro lado del Mar del Norte han hecho de sus riquezas naturales. Los catalanes, en cambio, llevan mucho tiempo admirándose a sí mismos para satisfacción de sus ombligos."             (Cataluña, Escocia y los peines de los indios, de Juan Carlos Escudier en Público, en Caffe Reggio, 11/09/2014)

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