"(...) En Cataluña no hay petróleo –o lo hay en cantidades ridículas- pero
puestos a buscar equivalencias el nacionalismo ha encontrado grandes
reservas en la recaudación fiscal y en el ‘España nos roba’.
Y como ha
ocurrido en Escocia, los recortes de la crisis han alimentado el deseo
de emprender un camino distinto como Estado independiente.
A
partir de aquí, es inevitable resaltar las diferencias de ambos
procesos. La primera, evidente, es el distinto marco legal en el que se
desarrollan. El referéndum es posible en Escocia porque la vieja acta de
1707 fue un pacto entre iguales que libremente puede romperse, una vez
consumada la resurrección del Parlamento de Edimburgo.
Y más allá de los
tecnicismos, porque nadie imaginaba que el avance del independentismo
iba a acogotar a toda la clase política británica. Con encuestas
similares a las de ahora cuesta imaginar que Cameron se hubiese avenido a
la consulta.
El debate racional sobre la cuestión escocesa ha
sido reemplazado aquí por una disputa visceral, por un frentismo tan
estéril como peligroso. Ha faltado inteligencia política, que en el caso
español viene siendo a lo largo de la historia una constante.
Es muy
posible que por imperativo legal la consulta catalana no se celebre en
noviembre y que baste con medio abogado del Estado, como ayer decía
Iceta, el líder del PSC, para desactivarla sin tener que enviar a la
Guardia Civil, pero la herida es ya tan grande que será difícil que
cicatrice.
La ausencia de inteligencia no ha sido exclusiva del
Gobierno central. Hay quien, con mucho acierto, resalta las enorme
distancia que separa al nacionalismo escocés del catalán. Mientra allí
lo que anima a la independencia es el cambio social, el motor del
soberanismo al norte del Ebro ha sido simplemente la oposición a Madrid.
Ni
a Salmond ni a nadie de los suyos se les ha ocurrido sacar de sus
tumbas a Kenneth McAlpine, el primer rey de Escocia, ni a Willian
Wallace (Braveheart) y su victoria en Stirling, ni a Jacobo VII, ni se
ha hecho inmortalizar junto a la ya citada piedra del destino. Aquí en
cambio, cuando no es al espectro de Casanova al que se invoca se recurre
a los almogávares, que ya en el siglo XIV eran muy fieros y muy
catalanes.
Los escoceses no se compadecen de sí mismos ni se
reafirman en oposición a los ingleses. Admiran a Noruega y les gustaría
emular la gestión que sus vecinos del otro lado del Mar del Norte han
hecho de sus riquezas naturales. Los catalanes, en cambio, llevan mucho
tiempo admirándose a sí mismos para satisfacción de sus ombligos." (Cataluña, Escocia y los peines de los indios, de Juan Carlos Escudier en Público, en Caffe Reggio, 11/09/2014)
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