"Me pasé casi toda la noche entre el 18 y el 19 de septiembre prendido
del televisor y, raspando las seis de la mañana, cuando la BBC
pronosticó que el no a la independencia ganaría el referéndum por más
del 10% de los votos, me puse de pie y, en la soledad de mi escritorio,
lancé tres estentóreos hurras por Escocia.
Viví muchos años en Gran Bretaña, que me sigue pareciendo el país más
civilizado y democrático del mundo, y estaba convencido de que la
desaparición de esa nación de cuatro naciones que es el Reino Unido
hubiera sido una catástrofe no sólo para Inglaterra y para Escocia, sino
para Europa, donde aquella secesión hubiera alentado los movimientos
separatistas e independentistas que pululan por toda la geografía
europea —en España, Italia, Bélgica, Francia, Polonia, Letonia y varios
más— y que, de prevalecer, darían un golpe de muerte a la Unión Europea y
retrocederían al continente que inventó los derechos humanos, la
democracia y la libertad a la prehistoria de las tribus, las fronteras y
el ensimismamiento cultural.
La sensatez con que han votado los
escoceses en este referéndum debería servir para contrarrestar en algo
esa movilización irracional que, en el siglo de la globalización y la
lenta desaparición de las fronteras, se empeña en desandar la historia y
enjaular a los ciudadanos en prisiones artificialmente fabricadas por
el victimismo, la falsificación histórica, la demagogia y el fanatismo
ideológico. (...)" (EL PAÍS 21/09/14, MARIO VARGAS LLOSA, en Fundación por la Libertad)
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