"(...) Técnicamente, la pregunta catalana se sitúa en las antípodas de la
pactada en el acuerdo de Edimburgo entre David Cameron y Alex Salmond.
El primer ministro británico impuso entonces una disyuntiva clara:
independencia o unión. Es la misma claridad que se estableció en Canadá
tras los dos referéndums celebrados en Quebec (1980 y 1995).
El Gobierno
federal planteó una cuestión interpretativa al Tribunal Supremo (1998) e
inscribió los principios de la respuesta en la ley de Claridad (2000):
una pregunta y una mayoría claras.
Políticamente, la vía catalana
tampoco encaja en los modelos de Quebec y Escocia. El primero está
encuadrado desde el 2000 en las reglas de la ley de Claridad y el
segundo es el resultado de un pacto político.
Ahora, con el desenlace del referéndum escocés sobre la mesa, se hace
más evidente que Cameron había jugado la carta del todo o nada
-independencia o unión-, con la confianza que le daban entonces unas
encuestas que situaban el no como vencedor.
De no haber sido así, el
primer ministro británico hubiera introducido en el acuerdo de
Edimburgo, sellado el 15 de octubre del 2012, la segunda exigencia de la
ley de Claridad: una mayoría clara.
Este ha sido, como se ha
evidenciado en la campaña, el talón de Aquiles del fallido proceso de
divorcio a la escocesa. Con un empate técnico en la recta final de la
campaña, la hipótesis de una victoria del sí por la mínima encendió
todas las alarmas. Stéphane Dion, el padre de la ley de Claridad,
esgrime dos razones por las que un referéndum de secesión exige una
mayoría clara.
La primera: “La secesión es un acto grave y probablemente
irreversible. Se trata de un gesto que compromete a las generaciones
futuras y tiene consecuencias importantes para todos los ciudadanos del
país dividido”.
La segunda: “La negociación de la escisión sería,
inevitablemente y a pesar de la mejor voluntad del mundo, una tarea
difícil y llena de obstáculos. No debería ocurrir que, mientras los
negociadores tratan de llegar a un acuerdo de separación, la mayoría
cambie de opinión y se oponga a la secesión. Sería una situación
insostenible.
Por ello, el proceso sólo debería ponerse en marcha cuando
haya una mayoría clara, para que dicha mayoría tenga posibilidades de
mantenerse a pesar de las dificultades de la negociación”. (...)
El resultado escocés ha confirmado, como ya sucedió por dos veces en
Quebec, aquella regla de Dion: el fracaso de los referéndums de secesión
“en las democracias bien establecidas”. (...)" (Divorcio a la escocesa, Rafael Jorba, La Vanguardia, 20.09.14, en Miquel Iceta, 20/09/2014)
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