23/9/14

Los referéndums de secesión fracasan “en las democracias bien establecidas”.

"(...) Técnicamente, la pregunta catalana se sitúa en las antípodas de la pactada en el acuerdo de Edimburgo entre David Cameron y Alex Salmond. El primer ministro británico impuso entonces una disyuntiva clara: independencia o unión. Es la misma claridad que se estableció en Canadá tras los dos referéndums celebrados en Quebec (1980 y 1995). 

El Gobierno federal planteó una cuestión interpretativa al Tribunal Supremo (1998) e inscribió los principios de la respuesta en la ley de Claridad (2000): una pregunta y una mayoría claras. 

Políticamente, la vía catalana tampoco encaja en los modelos de Quebec y Escocia. El primero está encuadrado desde el 2000 en las reglas de la ley de Claridad y el segundo es el resultado de un pacto político.

Ahora, con el desenlace del referéndum escocés sobre la mesa, se hace más evidente que Cameron había jugado la carta del todo o nada -independencia o unión-, con la confianza que le daban entonces unas encuestas que situaban el no como vencedor.

 De no haber sido así, el primer ministro británico hubiera introducido en el acuerdo de Edimburgo, sellado el 15 de octubre del 2012, la segunda exigencia de la ley de Claridad: una mayoría clara.

 Este ha sido, como se ha evidenciado en la campaña, el talón de Aquiles del fallido proceso de divorcio a la escocesa. Con un empate técnico en la recta final de la campaña, la hipótesis de una victoria del sí por la mínima encendió todas las alarmas. Stéphane Dion, el padre de la ley de Claridad, esgrime dos razones por las que un referéndum de secesión exige una mayoría clara.

 La primera: “La secesión es un acto grave y probablemente irreversible. Se trata de un gesto que compromete a las generaciones futuras y tiene consecuencias importantes para todos los ciudadanos del país dividido”. 

La segunda: “La negociación de la escisión sería, inevitablemente y a pesar de la mejor voluntad del mundo, una tarea difícil y llena de obstáculos. No debería ocurrir que, mientras los negociadores tratan de llegar a un acuerdo de separación, la mayoría cambie de opinión y se oponga a la secesión. Sería una situación insostenible. 

Por ello, el proceso sólo debería ponerse en marcha cuando haya una mayoría clara, para que dicha mayoría tenga posibilidades de mantenerse a pesar de las dificultades de la negociación”. (...)

El resultado escocés ha confirmado, como ya sucedió por dos veces en Quebec, aquella regla de Dion: el fracaso de los referéndums de secesión “en las democracias bien establecidas”. (...)"               (Divorcio a la escocesa, Rafael Jorba, La Vanguardia, 20.09.14, en Miquel Iceta, 20/09/2014)

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