"(...) ¿Que los Pujol estaban inmersos en turbios asuntos? ¡No me diga! ¡Menuda sorpresa! (...)
Unos hechos bien conocidos pero inertes, sin consecuencia alguna, ni
siquiera cuando Pasqual Maragall lanzó la saeta del 3%, quedándose muy
corto. Todo cambió cuando alguien desbloqueó ese semáforo que se
mantenía en estricto rojo durante décadas.
¿Por qué se levanta ahora la
impunidad de tan “ejemplar” familia? ¿Qué objetivo persigue la
exhibición de Jordi Pujol en paños menores? Para algunos es un intento
de desacreditar el proceso secesionista, de mostrar a la opinión pública
la verdadera catadura del padre y precursor del invento.
Pero el
veterano político ha perdido su protagonismo, su lugar en la política
catalana. Se trata, más bien, de un contundente aviso a navegantes, a
esos que surcan los lagos suizos. Una señal de que el gobierno está
dispuesto a levantar la manta en un oasis catalán donde muy pocos
mantienen cubiertas sus partes pudendas. A ver quién es el guapo que
aguanta el tipo.
Durante
décadas, las autoridades no sólo permitieron la corrupción sino que la
promovieron, fomentaron e, incluso, justificaron como vía para financiar
los partidos, aunque buena parte de las comisiones acabara recalando en
cuentas privadas de los dirigentes.
Pero toda la información de
cobradores y pagadores iba componiendo un completo archivo del colosal
latrocinio, a disposición del poder. Y estas pruebas de enriquecimiento
ilícito constituían una eficaz coraza protectora del statu quo, una
implícita extorsión, no para conseguir dinero sino obediencia: quien se
apartara del guion, quien no acatara las informales reglas… perdería el
manto del secreto.
Ya lo advirtió Alfredo Pérez Rubalcaba en su etapa de
Ministro de Interior: “veo todo lo que haces y dices”. Ningún otro
fenómeno explica mejor esas densas brumas de silencio, esa disciplina de
omertà que amansa los espíritus más indómitos de la política.
La
amenaza de airear la información indiscreta, el palo, se complementa
ahora con la zanahoria: se ofrecerán amplias concesiones que conviertan a
Cataluña en un país independiente de hecho, aunque de derecho siga
formando parte de España.
El Gobierno pretende estirar hasta el fin esa
nefasta dinámica que caracterizó el Régimen de la Transición: el Estado
se iría retirando de Cataluña poco a poco, por la fuerza de los hechos
consumados, por el principio de no aplicar la ley, de abandonar a
aquellos que veían vulnerados sus derechos.
Una pasividad para dejar
hacer con toda libertad a esos caciques, dueños del cortijo, mientras
mantuvieran una ficción de legalidad. Nos encontramos ya en la etapa
final, la de entregar las pocas competencias que restan a cambio de no
convocar la consulta. Separación, sí, pero por la puerta de atrás, sin
que lo perciban los ciudadanos, con disimulo, sin ostentación, sin
alharacas… por ahora. (...)
La estrategia del palo y la zanahoria funcionó durante décadas pero
difícilmente surtirá efecto ahora. Nos encontramos al final del camino,
con la bolsa de caramelos prácticamente vacía. Pronto no quedará nada
que ofrecer.
Aunque algunos oportunistas se hayan apuntado a última hora
al que creen caballo ganador, buscando influencia, prebendas y cargos,
el grueso del proceso catalán se transformó en una locura colectiva,
fuertemente emocional, que responde muy poco a argumentos racionales.
Un
fenómeno que trasciende ampliamente a quienes fueron sembrando
concienzudamente el odio en interés propio, siempre al amparo de la
pasividad y dejación de las autoridades españolas. Es la estación
término de una política miope, de bajos vuelos, consistente en aplazar
problemas y desentenderse de responsabilidades. La próxima patada
adelante tendrá muy poco recorrido con un balón reducido a un pedazo de
cuero sin aire. (...)" (¿Qué hay detrás del caso Pujol?, de Juan Manuel Blanco en vozpopuli.com, en Caffe Reggio, 03/09/2014)
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