"(...) Pero lo que no se explica bien es que en esa guerra Cataluña no tenía
mucho que ganar y, en cambio, como los hechos demostraron cruelmente,
sí mucho que perder.
En 1705, fecha en las que se produce el desembarco
de la flota angloholandesa y la entrada en Barcelona del archiduque,
ahora ya como Carlos III, no existía una disyuntiva real entre defensa
del autogobierno y pérdida de las libertades, ni tampoco entre pactismo
constitucional o absolutismo monárquico, como bien hizo notar hace años
la historiadora Núria Sales.
Nada de esto estaba en juego al inicio.
Frente a la visión romántica, Cataluña no se embarcó en la guerra porque
sus libertades estuvieran amenazadas. Felipe V satisfizo en las Cortes
catalanas de 1701-1702 el programa político y económico que le
presentaron, aunque luego utilizó la guerra para avanzar en un modelo de
monarquía absoluta.
Si comparamos los acuerdos alcanzados posteriormente con Carlos III
en las Cortes de 1705-1706, vemos que la mayoría de las peticiones
económicas habían sido ya otorgadas por Felipe V.
En el terreno
político, la más importante fue el Tribunal de Contrafacciones, una
especie de organismo de garantías constitucionales ante las actuaciones
de los oficiales reales. Únicamente dos reivindicaciones quedaron sin
atender: la supresión de los alojamientos militares y el problema del
control real de las insaculaciones para la elección de cargos.
Pero los
alojamientos fueron regulados mediante diversas disposiciones
constitucionales y frente a la insaculación siempre quedaba el recurso
de instar al citado Tribunal. Desde el punto de vista del pactismo
catalán, las Cortes de 1701-1702 supusieron una importante
revitalización de un modelo que había quedado congelado bajo los
Austrias, ha explicado el historiador Joaquim Albareda.
En 1705, los aliados estaban venciendo en los campos militares de
Europa, pero les faltaba abrir el frente peninsular que se les resistía
tras diversos fracasos. Es en ese contexto que se explica la
conspiración del partido austracista en Cataluña y finalmente el cambio
de bando de las instituciones catalanas, empujadas por un sector de la
nobleza y una parte de la burguesía comercial que temía que sus negocios
se resintieran con la alianza francoespañola.
Sin duda no podemos olvidarnos de algunas de las precondiciones
favorables al austracismo, como la fuerte galofobia por la pérdida del
Rosellón en 1659 y las interminables incursiones bélicas francesas sobre
Cataluña de las décadas anteriores.
Tampoco de los precipitantes sin
los cuales tal vez nada se hubiera desencadenado, como el pacto de
Génova suscrito por un pequeño núcleo de propietarios de la Plana de Vic
con Mittford Crowe, enviado por la reina Ana de Inglaterra para empujar
a los catalanes a rebelarse contra Felipe V.
Pero lejos de una victoria rápida, el curso de la guerra en España se
complicó enormemente y, en 1711, el inesperado acceso del archiduque al
trono del Sacro Imperio imprimió un giro radical a los acontecimientos.
Al final, el Principado se quedó solo luchando por salvar sus fueros y
Barcelona se negó a capitular hasta el 11 de septiembre de 1714. Sin
duda esta es una historia deplorable: se arriesgó mucho para ganar poco y
al final se perdió casi todo. (...)" (EL PAÍS 07/05/14, JOAQUIM COLL , en Fundación para la Libertad)
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