"(...) El día de acabar con la falsificación principal de todo el siniestro
proceso impulsado por el presidente Mas. De explicar que lo que había
llegado al Congreso era la excrecencia, a menudo ridícula, de la más
reaccionaria y dañina ideología europea.
Y que la construcción del
relato separatista y su apoderamiento social solo podía entenderse en
los términos de un fracaso monumental de los ciudadanos catalanes,
sarnosamente y con gusto vencidos por la corrupción, también económica,
de sus elites políticas y por el desarrollo de un proceso de ingeniería
social que empezaba en el Camp Nou (desde hace años Cataluña es ya algo
menos que un club) y culminaba en TV3, el instrumento trazador del
perímetro moral en que se desenvuelve la llamada nación catalana.
Era el
día de puntualizar que el proyecto de masiva fabricación de extranjería
del nacionalismo no es el peaje del que aspira a salir mediante ese mal
menor de una dictadura política, de una situación de opresión cultural o
económica o, simplemente, de una injusticia generalizada; sino sólo el
capricho sentimental y fantasmagórico de los dirigentes de una región
europea que goza de niveles de autogobierno incomparables y que suponen
que ni el más espectral catalanista pueda sentirse extranjero en ella.
Era el día de satirizar, en fin, los complejos de Madrid, rompeolas de
España: esa clase dirigente transversal, pomposa y fúnebre, siempre
dispuesta a dejarse engatusar por el más ínfimo psicoanalista de barrio
(hay uno que sienta a sus enfermos en el diván y les hace hablar con un
toro), a cambio de que no la llamen antidemócrata, súplica.
Era el día, pero solo pareció saberlo la diputada nacional Rosa María Díez González." (EL MUNDO 10/04/14, ARCADI ESPADA, en Fundación para la Libertad)
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