"Como historiador catalán me parece obligado que nos preguntemos sobre
por qué acontecimientos ocurridos en 1714, hace nada menos que 300 años,
pueden adquirir una importancia tan desmesurada en la actual coyuntura
política catalana.
Lo primero que resulta llamativo es que lo que se
expresa pluralmente en mi país no coincide en absoluto con el estado
mental del resto de españoles, donde la urgencia de cambios en la
estructura del Estado no se contempla como necesidad agónica. (...)
¿Cómo leer entonces el significado y la relevancia de 1714, si es que
todavía la tiene? No se me ocurre manera mejor de hacerlo que
recordando algunas de las constataciones elementales que se desprenden
de la mejor bibliografía. En primer lugar, que la Guerra de Sucesión a
la Corona española no fue un conflicto entre Cataluña y España —ni entre
Cataluña y Castilla—, sino entre dos propuestas dinásticas de alto
nivel, la de los Borbones y los Habsburgo, ambas con sus aliados
externos y sus partidarios dentro de la Monarquía hispánica.
Aparte de
rivalizar por el poder en Europa existía, además, el propósito de
controlar el enorme legado de las posesiones americanas de los Habsburgo
españoles. La estrecha alianza que se formó entre uno de los
contendientes y el partido austriacista catalán —a pesar de que en
1701-1702 Felipe V hubiese renovado su pacto con las Constituciones—,
así como la endeblez de la alianza internacional en torno al archiduque
Carlos, dejó al final a los catalanes en una posición desairada.
En este punto son necesarias dos precisiones: que fue, en primer
lugar, toda la vieja Corona de Aragón la que perdió sus Constituciones
particulares, un hecho de gran relevancia para sociedades asentadas en
tradiciones legales centenarias que les conferían personalidad jurídica.
En el caso de Cataluña, además, la Nueva Planta borbónica añadió
medidas de innegable carácter represivo, a menudo, brutales. Toda la
fanfarria de la modernización del Estado por los Borbones (ahí España
solo figura por elevación) es muy ajena a lo que estamos relatando.
Aquello fue un puro ejercicio de autoridad brutal, como solía ser en la
época.
En segundo lugar, el modelo que se impuso —que respetó el derecho
civil, el pacto implícito con los partidarios de Felipe V en Cataluña—
nada tuvo que ver con la dinámica francesa, donde a pesar de los
levantamientos nobiliarios —como la Fronda— y el avance de la
centralización administrativa, persistía un complejo equilibrio entre el
viejo sistema de representación en Estados y la justicia real
parisiense.
En aquella coyuntura, lo que estaba en juego era la continuidad de las
viejas formas de la Monarquía hispánica como Estado compuesto (en
términos de Elliott), basado en gran medida en complejas fórmulas de
equilibrio y, por lo general, de respeto escrupuloso a los derechos
privativos y los progresos de un Leviatán moderno que empezaba a asomar
la cabeza.
Lo que sucedió en Cataluña en 1714 tiene sus precedentes en
la represión en Portugal para garantizar su plena incorporación a la
Monarquía en 1580 o en la fracasada ocupación de los Países Bajos, así
como en el episodio igualmente fallido del conde duque de Olivares de
1640.
La tradición de los Austrias se veía dominada por dos pulsiones:
la de sumar y conservar territorios y la de afirmar la supremacía del
poder monárquico sobre los cuerpos particulares. Ambos desarrollos
estuvieron muy presentes tanto en el reino de Francia como en el Imperio
de los Habsburgo vieneses. (...)" (
Josep Maria Fradera
, El País, 17 DIC 2013 )
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