"En primer lugar, expresé mi convicción de que tanto la identidad como la sensación de pertinencia corresponden al ámbito de lo individual, de lo personal
y que, en todo caso, si se ha de hablar de algo que se parezca a
identidades colectivas lo serían exclusivamente a modo de agregación,
casi siempre subjetiva, en grupos formados por acumulación de las
múltiples y diversas identidades individuales pero que, en todo caso, no
me atrevía a decir cuál era la identidad de los hospitalenses porque,
aún conociendo a muchos de mis antiguos conciudadanos, estoy muy lejos
de conocerlos a todos.
En segundo término, manifesté mi creencia de que, en general, la
inmensa mayoría de las personas suelen tener identidades concéntricas y
compartidas. Al menos, tras vivir allí más de 30 años, me siento
hospitalense y también de Castelldefels (Barcelona), donde ahora vivo
así como barcelonés, catalán, español… y hasta europeo, a pesar de la
señora Merkel, o sea que mi identidad es poliédrica lo que sin duda es bastante común ya que esto le pasa a millones de personas.
A continuación, aceptando lo de la identidad colectiva por
agregación, expliqué que en Hospitalet se daban dos identidades, a
saber, la identidad oficial, predominante por
imposición contra natura en las instituciones, entre los líderes de
opinión y otros estamentos; y la identidad real, la
identidad de la inmensa mayoría de hospitalenses, la identidad normal de
la calle, muy ajena, por cierto, a la que sin duda pertenecen las
oficialistas clases medias acomodadas tan bien representadas en el acto
que estoy comentando.
Finalmente, acabé mi dificultosa intervención con una anécdota
ocurrida en los primeros años de la Transición, período durante el que
yo formé parte del Consistorio hospitalense (1979-1987). Se planteaba
entonces en el equipo de gobierno municipal escoger un símbolo para la
ciudad, decidiendo entre el lógico y merecidísimo
título de ‘Ciudad crisol de cultura’ y una escultura de Arranz Bravo
que, más allá de las intenciones del autor, entre los representantes del
nacionalismo titular y del de sus entusiastas cómplices en la izquierda
local, consiguieron que finalmente se acordase elegir a ‘L’acollidora’.
En el primer caso, se trataba sin duda de definir a Hospitalet como
lo que realmente era y sigue siendo hoy mismo, un verdadero crisol en el
que se funden en pie de igualdad multitud de aportaciones culturales de
la inmensa mayoría de hospitalenses procedentes de todas la tierras de
España y del extranjero; mientras que en el segundo, se materializaba la
injusta y falsa definición de una ciudad que pareciera
acoger generosamente a docenas y docenas de millares de parias a las
que los aborígenes dueños del lugar nos hacían el favor de ofrecer lo
que en realidad ya era nuestro porque durante generaciones nos lo
estábamos ganando sobradamente.
Intenté, después, aunque apenas pude, vincular esa a mi criterio
errónea decisión sobre el símbolo de Hospitalet con lo que ha sido
durante todos estos años la identidad que han venido detentando los
sectores del oficialismo que se han aplicado con ahínco a ignorar la identidad popular, la de la calle,
y dije que así les ha ido –nos ha ido- la feria, porque el PSC que
gobierna Hospitalet ininterrumpidamente nada más y nada menos que los
últimos 34 años, en las elecciones autonómicas ha pasado, solo entre
1999 y 2012, de 52 a 20 diputados, todo un éxito, como puede verse." (José Castellano, lavozdebarcelona.com, 19/06/2013)
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