Itziar Azpuru, de Gesto por la Paz. / LUIS ALBERTO GARCIA
"Una simple mirada a través del cristal le basta para retrotraerse en
el tiempo. Fuera nieva, como alguna de las muchas veces que, en
silencio, se situó tras una pancarta en el céntrico Arenal de Bilbao que
ahora contempla con distintos ojos. En otras ocasiones, simplemente
llovía, hacía frío o también sol en las tardes más benévolas, que no
apetecibles.
Fueron muchas, eso sí. Varios cientos. Una por cada
asesinato de ETA. Acabada esa pesadilla, expiran también las
manifestaciones de condena. Mañana se celebrará en la capital vizcaína
la última de Gesto por la Paz, la coordinadora nacida en 1986 para
impulsar la deslegitimación social del terrorismo en Euskadi.
Itziar Aspuru (1965) fue una de esas intrépidas personas que a
mediados de los años ochenta, convulsos en el País Vasco por los
sangrientos y repetitivos atentados de ETA, decidió abandonar la
seguridad del anonimato para mostrar en la calle su rechazo a lo que
estaba ocurriendo.
“No fue fácil”, según reconoce, en una sociedad
marcada por la indiferencia derivada del dolor y el miedo. Al contrario
que entonces, hoy percibe en Euskadi un “convencimiento generalizado de
que no se puede asesinar por las ideas o como forma de presión para un
logro político”. (...)
Son muchas las anécdotas acumuladas en las dos décadas y media de
trayectoria del grupo pacifista. Tantas como se almacenan en la propia
memoria de Aspuru. Como cuando la coordinadora organizó una
concentración en San Sebastián y fue recibida con un lanzamiento de
tuercas por parte de radicales abertzales. O cuando se desplazó
hasta la madrileña Puerta del Sol y se topó con una manifestación
contraprogramada por grupos de ultraderecha.
Insultos, amenazas, agresiones... Fueron muchos los obstáculos de un
tortuoso camino que ahora toca a su fin. 15 minutos de silencio en cada
concentración, la única respuesta de una coordinadora que tenía en la
perseverancia su única batalla. Al menos, hasta que se consolidaron los
secuestros como forma de extorsión, a mediados de los noventa, y hubo
que buscar nuevos gestos de solidaridad con las víctimas.
“Soltamos
palomas, hinchamos globos, subimos a montes, nos concentramos en la
playa...”, recuerda Aspuru. Fueron los precedentes del lazo azul en la
solapa, el gran icono del rechazo permanente a ETA.
Con el paso de los años, la visión del terrorismo como un sinsentido
comenzó a imponerse, incluso entre quienes alguna vez lo habían apoyado.
El cese definitivo de ETA ha sido su principal consecuencia. Pero el
camino no ha terminado. “Queda todavía mucho por hacer para asentar la
convivencia en Euskadi”, advierte la cofundadora de Gesto.
Entre otros
retos, cita el “imprescindible” reconocimiento de unas víctimas cuyo
sufrimiento “permanecerá aun sin terrorismo”, así como la elaboración de
un relato “verídico y compartido” sobre lo ocurrido para no repetir
viejos errores. Según esgrime, “solo el odio debe pasar al olvido en la
sociedad vasca”. (El País, 09/02/2012)

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