"Hubo un tiempo en el que a las cosas se las llamaba por su nombre,
aunque el nombre tuviera aristas. El 12 de diciembre de 1989, una
comisión del Parlament de Catalunya aprobó un texto en el que se
afirmaba que no se renunciaba a la autodeterminación. Los socialistas
votaron en contra alegando que “el pueblo catalán ya se ha
autodeterminado con la votación del Estatut”, mientras que el PP se
ausentó del debate y la votación.
El acuerdo, que ni siquiera se debatió
en el pleno de la Cámara, causó furor en el País Vasco que, dos meses
más tarde, en sesión plenaria del Parlamento de Vitoria, aprobó con los
votos nacionalistas otra propuesta favorable a la autodeterminación.
Ambos acuerdos, catalán y vasco, generaron mucha polémica y llenaron
páginas de periódicos durante unos días, pero eso fue todo. (...)
Una década más tarde, cuando Juan José Ibarretxe impulsó su
estrategia soberanista, a la autodeterminación dejó de llamársela por su
nombre y en su lugar se impuso la apelación al derecho a decidir o a la
libre decisión. La autodeterminación era un concepto político que
Naciones Unidas tenía bastante acotado.
Había un consenso sobre los
supuestos en los que cabía aplicar ese derecho y ni Catalunya ni el País
Vasco podían ampararse en los acuerdos internacionales para ejercerlo.
Por eso se buscó un concepto más vago, de perfil jurídico más difuso,
como el derecho a decidir. Por eso y porque este término asusta menos
que el de autodeterminación.
Jordi Pujol, aprovechando un viaje a Estados Unidos en febrero de
1990, quiso rebajar el perfil del acuerdo del Parlament indicando que se
había utilizado una terminología incorrecta (...)
“En nuestro caso -apostilló-, se quería decir solamente defender la
identidad catalana, pero dentro del conjunto de España. En el caso
catalán no puede aplicarse el concepto internacional de
autodeterminación.”
La idea de hablar de derecho a decidir para no mencionar la
autodeterminación ha hecho el viaje de vuelta del País Vasco a
Catalunya, pero el fondo del concepto sigue siendo independencia. Por
eso cuesta entender que alguien defienda el derecho a decidir pero no
romper con España. Los canadienses opuestos a la secesión de Quebec no
son partidarios de ese derecho.
El Supremo canadiense niega que haya
derecho a la autodeterminación, aunque hayan arbitrado un cauce para
regular la eventual independencia. Tampoco es fácil de entender que se
busque proclamar el derecho a decidir pero sin mención al Estado propio.
Entonces, ¿para qué es?, ¿para volver a llenar periódicos como en
1989?." (FLORENCIO DOMÍNGUEZ, LA VANGUARDIA.COM 16/01/13, en Fundación para la Libertad)
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