"Catalanes, escoceses, flamencos… Europa Occidental sucumbe a las
sirenas del separatismo. Según el ensayista búlgaro Ivailo Ditchev, con
el pretexto de defender su identidad, los nuevos nacionalistas se
atrincheran como señores feudales tras su bienestar económico.
Para entender los movimientos separatistas europeos de los últimos 20 años, propongo imaginar la siguiente situación.
Se plantea la idea de una autonomía sustancial de Sofía, la capital
búlgara, con el objetivo de desvincularse del territorio nacional en
última instancia. Para ello, movilizamos a una cohorte de historiadores
mediáticos que demuestren, por ejemplo, las raíces celtas de la ciudad
que cayó bajo el poder de los invasores del Norte, responsables de la
masacre de miles de cristianos apacibles e inocentes.
La Historia es muy
extensa y los acontecimientos que podemos utilizar son innumerables. La
independencia de Sofía del resto del país, que económicamente se
encuentra mucho menos desarrollado, implica automáticamente un
incremento en la prosperidad de los habitantes: sus ingresos pasan del
37% de la media europea al 70% y con la exclusión de los barrios gitanos
de la población, pueden llegar incluso al 100%.
Tan sólo nos queda
proclamar a nuestra capital "el Luxemburgo de los Balcanes". ¡Así de
sencillo!
Sucedería lo mismo si la ciudad de Múnich también se propusiera un
día liberarse del "yugo" alemán; y lo mismo con Londres. En este caso,
los ingresos de sus habitantes llegarían a cifras astronómicas: ¡hasta
el 300 % de la media de la UE en el caso de los alemanes y hasta el 600 %
en el caso de los ingleses!
¿Qué puede impedir a los ricos liberarse del peso de sus
conciudadanos más pobres? Recordemos que cuando cayó el Imperio otomano,
los Balcanes se sumieron en una larga crisis de varias decenas de años.
A lo largo de todo el siglo XIX, por ejemplo, la economía griega
recibió la transfusión de los grandes bancos internacionales,
exactamente como ocurre hoy.
De las ruinas del Imperio austrohúngaro
nació un pequeño país agrícola, provincial y folclórico: Austria. De sus
tiempos de esplendor, estas entidades poseían grandes territorios
controlados por el Estado central, una fuente de materias primas y de
mano de obra a la que la industria vendía a cambio sus productos. Un
intercambio que exigía una buena dosis de solidaridad: los ricos
dedicaban una parte de sus ingresos a instruir a sus futuros empleados,
construir carreteras y defender las fronteras del país.
Todo eso hoy ya
no ocurriría: si Sofía se declara independiente, no tendrá este tipo de
preocupaciones. La economía ahora es global y la seguridad la garantiza
la Alianza Atlántica. Más que comprar sus tomates a Plovdiv (en el sur
del país), la ciudad podrá hacerlo en Esmirna (en Turquía); en lugar de
contratar a conductores de tranvías en Vidin (en el norte), podrá
emplear a indios de Nueva Delhi.
Es cierto que la construcción de la identidad, aunque sea
fantasmagórica, tiene su importancia. Pero sobre todo constituye un
medio en la lucha por el poder y los recursos económicos.
A diferencia
de Sofía, Cataluña sí posee una historia milenaria, una cultura e
incluso un idioma propio. Pero el argumento más serio de los
independentistas sigue siendo el hecho de que esta región es
considerablemente más próspera que el resto de España: los separatistas
se ganan la simpatía de los electores gracias a su negativa a pagar por
los demás.
En comparación, los independentistas vascos, que no dudan en
emplear la fuerza y el terror, parecen estar mucho más decididos en su
lucha contra Madrid. Pero su independencia me parece mucho más lejana
que la de sus compatriotas catalanes por el simple hecho de que son
mucho más pobres.
El asunto es prácticamente igual en Escocia, que de
aquí a dos años a organizará un referéndum sobre la independencia. En
este caso, también tienen una larga historia, diferencias culturales y
los estragos del imperialismo británico, en resumen, todo el arsenal de
identidad necesario en el que basar este movimiento de separación.
Pero
¿acaso esta sed de independencia sería la misma si no se hubiera
encontrado en el mar del Norte yacimientos de petróleo con los que
convertir a Escocia en una segunda Noruega, un país que además se
obstina en no pertenecer a la UE?
Comparativamente, el nacionalismo
irlandés es más antiguo e incluso sangriento. Pero la mayoría de los
irlandeses del Norte se han pronunciado en varias ocasiones en contra de
su independencia.
Los flamencos de Bélgica también exigen su independencia por el
empobrecimiento de sus compatriotas valones en los años setenta. Aparte
del rey, la cerveza y el fútbol, quizás la única cosa que hace que este
simpático y pequeño país aún exista es la ciudad de Bruselas, que las
dos entidades no llegan a compartir.
Por lo demás, el proceso de
desintegración se encuentra muy avanzado y la mayoría de los belgas que
conozco se ha hecho a la idea de que su país desaparecerá uno de estos
días. En cambio, el nacionalismo corso, mucho más ruidoso, tiene muchas
menos posibilidades de triunfar, porque es poco probable que la
población de la "isla de la belleza" (donde todos los veranos se
incendian casas de "intrusos franceses") renuncie a las generosas
subvenciones y ventajas que le ofrece la metrópolis.
¿Cómo es posible que Europa Occidental sucumba a los separatismos y a
la desintegración en el este del continente? ¿Acaso hay que buscar la
causa en la política irresponsable de los regionalismos preconizada por
la UE? La finalidad de esta política era debilitar los Estados
nacionales en beneficio de Bruselas. La idea fracasó, porque los Estados
se debilitaron, pero Bruselas se debilitó aún más.
En mi opinión, la principal razón de la desintegración de los
territorios nacionales es la lógica neoliberal, para la cual el
beneficio económico inmediato sigue siendo el criterio único y
universal. Y así es como un país, una región o incluso una ciudad se
consideran como empresas y actúan de un modo egoísta en el mercado
global.
El aspecto visible de este proceso es el endurecimiento del
discurso de la identidad, que se vuelve más agresivo, incluso de un tono
fascista. Unos británicos cada vez más antieuropeos, alemanes que no
quieren pagar las locuras de los griegos…
El nuevo nacionalismo es
defensivo y, más allá de los símbolos, expresa el deseo de un pequeño
grupo de ricos de atrincherarse tras los muros de su castillo,
abandonando a los demás a su suerte. ¡Bienvenidos a la Edad Media!
Sin duda seguirán corriendo ríos de tinta sobre estos asuntos. Pero
no olvidemos las lecciones de la Historia: mientras que Europa regresa
al feudalismo, los grandes imperios avanzan viento en popa. Es lo que
sucedió con la Sublime Puerta, y sigue sucediendo hoy con China y
Estados Unidos." (Presseurop, 3 diciembre 2012, 24 Chasa
Sofía, Ivailo Ditchev)
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