22/11/12

Los castellano-hablantes en Cataluña, que son muchos, observan cómo su lengua no ocupa espacio alguno en la expresión y los símbolos públicos y se regatea su aprendizaje en las aulas escolares

"Otro notorio fracaso es el de la pluralidad de lenguas. No su convivencia en la vida diaria, que no es conflictiva, sino su reconocimiento oficial y simbólico. En la Península se hablan desde hace mil años varias lenguas, incluida la portuguesa. 

Pero el Estado nacional impuso la idea de establecer una jerarquía entre ellas, algo que el régimen franquista llevó al extremo de querer borrar del mapa las no oficiales. Cuanto más nos alejemos de aquel espíritu, mejor será el futuro. La única jerarquía admisible es la que establezcan los propios hablantes en su práctica diaria. 

El horizonte que se otea, y que nuestras generaciones jóvenes han comprendido, es el multilingüismo, con la casi inevitable necesidad de añadir inglés, alemán y chino mandarín. Pero el Estado central protege el castellano, elevado a “español” hace un siglo, y se desentiende del resto, que eliminaría si estuviera en su mano. 

Las comunidades gobernadas por otros nacionalismos hacen lo propio y ponen las trabas que pueden al uso del castellano. 

Los castellano-hablantes en Cataluña, que son muchos, observan cómo su lengua, tan potente socialmente —y en el mundo—, no ocupa espacio alguno en la expresión y los símbolos públicos y se regatea su aprendizaje en las aulas escolares. 

Lo razonable sería una política más generosa por ambas partes: un lugar más amplio en el espacio simbólico estatal para el catalán —lengua hablada por millones de personas en Cataluña, Baleares, Valencia e incluso Aragón— y un espacio más amplio para el castellano en el mundo oficial catalán.
 
¿Por qué no normalizar el uso de las cuatro lenguas en las televisiones públicas españolas, pagadas con el dinero de todos, y en las instituciones parlamentarias, que deben dar ejemplo de pluralismo a la ciudadanía? 

Tanto castellano como catalano-parlantes negocian cotidianamente su lengua según lo exige la situación, sin pretender regresar a un mundo unilingüe.

 La existencia de cuatro lenguas debería convertirse en un hecho normal y positivo, no problemático, y reducir su valor al terreno comunicativo, evitando peleas en el de los símbolos —marcadores del territorio propio, y por eso tan importantes para los dirigentes—, donde tan fácil es ofender sensibilidades ajenas.

La función del sistema político es resolver problemas, no agravarlos con inútiles enrocamientos. Convocar manifestaciones y recurrir a referéndums para forjar unanimidades solo sirve para enmascarar la complejidad de la realidad. Los problemas colectivos no pueden resolverse con sencillas preguntas a las que solo cabe responder sí/no.

 La democracia es más que eso: es hablar y escuchar, pensar y decidir, sobre datos y cifras, sobre intereses legítimos y sobre resentimientos."        ( / , El País20 NOV 2012)

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