3/6/10

Los concejales socialistas y populares vascos, entre ellos Pereira, Markaida, Anglada y González, hacen política con guardaespaldas... todavía

"El primer aldabonazo contra el uso de la violencia como herramienta política le llegó a Markaida cuando un compañero de los Maristas, guardia civil, murió en un tiroteo en Bilbao. "Me empecé a plantear las cosas y cuando me convencí de que había que romper con la violencia, de que había que mirar las cosas desde un prisma democrático, lo dije en Euskadiko Ezkerra". Entonces comenzaron la desafección y las amenazas. "Vino el desapego de los que creías que eran verdaderos amigos, pero que ni tan siquiera contrastaron conmigo mi evolución. Fue el sectarismo de ahí te quedas".

Joseba Markaida tiene un ahijado que pertenece a HB, formación con la que simpatiza la mitad de su familia. También ha criado como hijos propios a dos chavales del caserío de enfrente, hoy en la cárcel por pertenencia a ETA. "Un íntimo amigo mío, el padre de ellos, se casa con una fanática, al final se fanatiza él, y se fanatizan sus hijos. No hay nada peor que una madre animando a sus hijos a ser héroes". Markaida no se considera un héroe, pero tampoco un cobarde. "A uno de los famosos (de HB) le agarré del cuello porque acababa de zurrar a mi hijo. Llamó a la policía. Cuando les conviene llaman a los guardias". (...)

La única concejala del PP en la población guipuzcoana de Lizartza, Begoña Pereira, heredó de su padre, gallego, el compromiso con la unidad de España, en tierras donde proclamarse español es cosa de valientes. El temple de esta mujer de 51 años no le permite ceder ante las amenazas de ETA, ni tampoco hundirse con las desavenencias familiares derivadas de su adscripción política: no se habla con dos hermanas desde hace tres años. "He aguantado carros y carretas. Soy una facha, una mal nacida, lo peor, porque pertenezco al PP, pero no van a conseguir que me vaya de aquí", dice en un bar de Urretxu. Muy cerca, vigilan los dos escoltas, su sombra desde hace 12 años.

Begoña Pereira, separada, con tres hijos, con dos legislaturas de trabajo municipal en Urretxu, que arrastra la cruz de su militancia, y sin empleo desde hace cuatro años porque no es fácil encontrarlo con dos guardaespaldas detrás; tampoco le sirve cualquiera: renunció a un puesto de auxiliar de vigilancia porque debía compartir turnos con otra gente y exponerlos a un posible atentado. "Si vienen a por mí por lo que represento, que vengan, pero no puedo jugar con la vida de otras personas, así que dejé el trabajo. Pero necesito un trabajo, de limpiadora o de algo que pueda hacer". En 1998, ETA le envió un recado: "Vamos a por ti". Aquel día lloró amargamente, incapaz de entender el porqué.

El padre de Begoña Pereira murió hace dos años, después de haber sufrido por su corajuda hija, y su madre, vasca de Oñate, falleció hace tres. El velorio de la ama desencadenó un choque familiar todavía vivo. "Resulta que el partido mandó un centro de flores al funeral con una banda que decía 'de tus compañeros del partido'. Sin enterarme yo, dos de mis hermanas que se pusieron como locas, quitaron las iniciales del PP de la banda". Se armó la gorda y estuvo a punto de no asistir al funeral. Un cuñado y una sobrina pidieron respeto: "Tanto que sois de HB, yo no veo que HB haya mandado ninguna corona para vuestra madre. Hay que respetar".

"Yo tengo una hermana que me ha dicho que ETA me tiene que matar", prosigue la concejala.

-¿Cómo?

"Sí, mi hermana me lo ha dicho. Y lo triste es que no tiene una idea política, ni nunca la ha tenido. Estaba casada con uno de Oñate, que era tela: el típico que sale con el santo de la localidad al hombro en las fiestas del patrón y luego es el que está de acuerdo en que ETA tiene que matar a todo hijo de puta. Y mi hermana cuando estaba viviendo con él, pues opinaba igual". Probablemente, las palabras de su hermana fueron pronunciadas en un calentón, en el fragor del cruce de pasiones, detonadas por el desquiciante contexto de intolerancia y violencia, pero le hicieron mucho daño. El tiempo dirá si es posible la reconciliación. (...)

A la espera de la definitiva pacificación, ha padecido un sinfín de vejaciones: durante su peripecia de trabajadora eventual aguantó de todo porque tenía tres hijos que cuidar: gente que la conocía de toda la vida le retiró la palabra, y ex presos de ETA la mortificaron. "Fueron constantes insultos y humillaciones. Te escupen a la cara". No tuvo más remedio que reaccionar a lo machito frente a una compañera que la hostiaba con codazos y empujones en la empresa Fagor: "Venga si te crees tan fuerte, vamos a la calle y nos vemos como los hombres".

Y suma y sigue. La nacionalista radical Consuelo Aguirrebarrena le acertó en la ceja con el mástil de una pancarta de apoyo a los presos de ETA, el 6 de septiembre de 2007, cuando Pereira salía de una novena en la ermita Virgen del Sagrario de Lizartza. La agresora fue condenada, en primera instancia, a cuatro años de cárcel y 1.800 euros de multa. "Nos dijeron de todo: txakurras (perros), fachas, iros de aquí". "Nos tiraron piedras y cuando me iba a meter en el coche me pegaron con el palo en la ceja". (El País, Domingo, 09/05/2010, p. 8)

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