La operación no fue ajena a la extensión de un virus nacionalista que acabó por afectar a todos los tejidos de su vida social y que Félix de Azúa glosó en un memorable artículo en El País, Barcelona es el Titanic. Es sabido que ese virus, para desarrollarse, necesita de los mitos. Entre el arsenal de mitos, tres han abastecido a la ciudad hasta el empacho. Todos ellos convenientemente alentados desde las instituciones, como es normal.
El primero, la Barcelona resistente. La nuestra sería una ciudad republicana que sobrevivió al franquismo sin dejarse contaminar por él. Una verdad a medias, es decir, una falsedad. Por los diarios de Azaña sabemos que la lealtad de los barceloneses con la República no resultó conmovedora. Y, desde luego, entre las clases dominantes a Franco se lo recibió, por lo menos, con alivio. Sin ir más lejos, la familia Maragall recibió con algo parecido al entusiasmo “la liberación de Barcelona”, según nos enteramos el pasado verano. Nada que debiera sorprendernos.
La reciente biografía de Martí de Riquer nos confirma lo que nos resistíamos a ver en las fotos de los días aciagos: muchos barceloneses salieron a la calle a recibir a las tropas de Franco. No todos estaban allí a punta de pistola. Sin duda, había miedo y fatiga y muchos habían emprendido el camino del exilio. Pero de lo que no cabe duda es que no hubo resistencia. Para la exacta historia del mundo, Madrid, con toda justicia, sería la ciudad de la resistencia antifascista." (Correo Ciudadano de Barcelona, Junio, 2nt, 2010, 'Félix Ovejero Lucas, 'Las tres mentiras de Barcelona')
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