4/11/21

Abertzale sí pero, ¿quién dijo que de izquierda? ¿Hay pruebas reales, concretas, más allá de las declaraciones de unos pocos, de que el mundo batasuno tiene como objetivo, además de la independencia, la transformación social? No nos dejemos atrapar por una terminología equívoca cuando lo que queremos es referirnos a un actor político del que sólo cabe una certeza: su naturaleza ultranacionalista

 "¿Está justificada la denominación de «izquierda abertzale» para referirse, en el lenguaje común, pero sobre todo en el habla especializada, a la familia política del nacionalismo vasco radical? ¿Hay pruebas reales, concretas, más allá de las declaraciones de unos pocos, de que el mundo batasuno tiene como objetivo, además de la independencia, la transformación social?

            No resulta sencillo encontrar espacios de convergencia en un país de disensos enconados y enquistados, como es el vasco. Complicado, pero no imposible. En lo que sigue, me ocuparé de una unanimidad terminológica observada en la política vasca, a partir de la siguiente constatación: todas las formaciones políticas del arco parlamentario vasco coinciden en referirse como «izquierda abertzale» al espacio político proscrito por los tribunales españoles a partir de 2003, en concreto de Batasuna y de todas sus marcas electorales subsiguientes. Que fuerzas políticas tan dispares y distantes como el PNV, el PP, Ezker Batua o el PSE-EE hayan abrazado un etiquetaje tal supone, tengo para mí, una adopción literal y, por lo tanto acrítica, del modo que el nacionalismo radical ha elegido para identificarse a sí mismo. 

Espejo o reflejo de la praxis política, quién lo sabe (el trazado de la causalidad no nos preocupa ahora), los medios de comunicación no menos plurales que los partidos políticos mencionados, como El Correo, El País, Público, Deia o Gara, recurren a esta misma terminología en sus crónicas, editoriales y artículos de opinión firmados por sus colaboradores. En un salto más incomprensible e injustificado si cabe, de un tiempo a esta parte algunos de los medios mencionados hablan incluso de «izquierda radical» como sinónimo de «izquierda abertzale».

            La cuestión que trataré de dilucidar a continuación es la siguiente: ¿está justificada la denominación de «izquierda abertzale» para referirse, en el lenguaje común, pero sobre todo en el habla especializada, a la familia política que preferiré llamar «nacionalismo vasco radical»? Por afinar un poco más y cribar por el cedazo crítico los dos ingredientes de la expresión que nos ocupa, ¿disponemos de «base probatoria» suficiente derivada del plano doctrinal y del ejercicio político cotidiano para ubicar en el plural espacio de la izquierda a esa sensibilidad política? Cuestión bien distinta, de la que no me ocuparé porque nos llevaría por derroteros bien distintos a los que aquí me propongo recorrer, es la de la avenencia teórica entre dos términos, izquierda y abertzale, que más de uno contempla como un oxímoron. Quienes comparten esta visión arguyen que una política paroxismal de la identidad, que hace bandera de la diferencia ensombreciendo las comunalidades, por un lado, y una política que aspira a una igualdad real para todos y todas, por otro, resultan de una conciliación forzada, cuando no imposible.

            Antes de proseguir, conviene introducir una cautela para una cabal comprensión de lo que aquí se quiere exponer. En mi reflexión, partiré de una cláusula de respeto, en el siguiente sentido: si un actor sociopolítico (o, lo que para el caso es igual: un individuo) opta por una caracterización y una adscripción determinada en el espacio ideológico, lo suyo es respetar su formulación. De este modo, hemos de denominar por su nombre de pila al Partido Liberal austriaco del difunto Jörg Haider, aún cuando nos conste el ideario de extrema derecha que se esconde tras sus siglas, nada que ver con la tradición liberal; al Partido Social Demócrata portugués, en realidad un partido conservador o, por último, al Partido Libertario de los EE. UU., una denominación tras la que se oculta una plataforma anarco-capitalista (o sea, neoliberal en estado puro), alejada de la tradición anarquista europea. En el mismo sentido, si una persona u organización determinada se considera partícipe de un espacio político, nadie mejor que él o ella para responsabilizarse del uso de los conceptos a la hora de aplicárselos a sí mismos. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

            Dicho lo cual, apostillamos a renglón seguido: que el nacionalismo radical se autodenomine «izquierda abertzale» no obliga al resto de los actores políticos, medios de comunicación y opinión pública en general a hacer suya tal fórmula. Porque si exceptuamos la denominación como Izquierda Abertzale del grupo parlamentario del Partido Comunista de las Tierras Vascas, PCTV-EHAK, durante la última legislatura del lehendakari Ibarretxe (2006-2009), el de «izquierda abertzale» es más bien un descriptor que pretende subsumir los dos vectores motrices de su ideario y de su praxis. 

Argumentaré a continuación que, en efecto, el espacio político del nacionalismo vasco radical es inequívocamente abertzale, esto es, patriota vasco, al tiempo que cuestionaré (entiéndase bien, insisto: no negaré, sólo arrojaré dudas razonables y razonadas en tanto no se ofrezcan a la opinión pública por parte de los interesados argumentos clarificadores al respecto) su condición de partícipe de la tradición de izquierdas. Por recurrir al dicho anglosajón: si algo anda como un pato, vuela como un pato y nada como un pato, entonces es un pato. Pero quien, desde su condición de observador externo no ve plumas, patas ni pico a ese «algo», porque no dispone de las lentes adecuadas para divisar en lontananza, entonces carece de criterio para dilucidar si efectivamente se trata de un ánade. Denominarlo de ese modo constituye, pues, una ligereza, incluso para un ornitólogo avezado. Habida cuenta de que la confrontación política es siempre también una lucha por denominar la realidad, ¿constituye acaso también una irresponsabilidad recurrir al lenguaje del nacionalismo radical y adoptarlo como si fuese el único posible hasta el punto de elevarlo a unánime?

            Las respuestas ofrecidas durante las últimas décadas, desde diferentes rincones políticos para dilucidar hacia qué polo se decanta el nacionalismo radical, si al nacionalista o al izquierdista (porque la historia de ETA y, por extensión, del nacionalismo radical sometido a su liderazgo, ha dado pruebas fehacientes y reiteradas de la difícil conciliación equilibrada de ambos nutrientes) se resumen en dos: Por un lado encontramos a quienes sostienen de forma inequívoca que el espectro nacionalista radical, incluyendo en el mismo a quienes persiguen el objetivo de liberación nacional mediante los votos, pero también a quienes lo hacen recurriendo a las balas y las bombas, no es más que la cobija de un movimiento revolucionario anticapitalista en su variante marxista-leninista. 

Desde este punto de vista, el independentismo sería el elemento adherido a dicho movimiento, el marxismo el sustancial. ¿De quiénes estamos hablando? Pues de intérpretes de muy diferente corte y condición. Por un lado, de los sectores más recalcitrantes del tardofranquismo, como el almirante Carrero Blanco, que en diciembre de 1970 (esto es, en el contexto del proceso de Burgos) discurseaba en las Cortes refiriéndose a ETA como una organización «que, bajo la aparente filiación política del separatismo vasco, encubre la realidad de su verdadera función de agentes terroristas al servicio del comunismo». El independentismo sería, desde esta perspectiva, el banderín de enganche de la verdadera locomotora, que no sería otra que el comunismo revolucionario. 

Anton de Irala y la corriente de pensamiento en el seno del partido jeltzale conocida como bultzagileak, desde un anticomunismo militante, bebido en las horas álgidas de la Guerra Fría, suscribían en sus escritos de finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, la misma tesis que el franquismo más rancio, y lo hacían sin un ápice de despego. Antes, a comienzos de la década de 1960, coincidiendo con la andadura de ETA, destacados dirigentes del partido jeltzale ya se lamentaban del deslizamiento hacia la izquierda de aquellos jóvenes que, porque eran brotes del mismo tronco, contaban con un espacio natural en la «casa común» nacionalista.

            Al primar al adjetivo de la díada que forman «izquierda» y «abertzale», la segunda respuesta –que hacemos nuestra– apunta justamente en la dirección opuesta. Sostiene, resumiendo, que el gran mito movilizador del nacionalismo radical es la formación de una gran Euskal Herria integrada por los siete territorios (zazpiak bat) y agrupada bajo un marco jurídico-administrativo común como única terapia para no ver irreversiblemente diluida la identidad vasca en los Estados español y francés y, de este modo, ver desaparecer para siempre su ancestral idiosincrasia diferencial. 

Se trata, por lo demás, de la interpretación que se trasluce de definiciones del propio nacionalismo radical, como cuando el MLNV se autodefinía a finales de la década de 1980 como «la o las forma(s) de expresión, la corriente social y política de amplios sectores del Pueblo Trabajador Vasco que persiguen, como objetivo final, la consecución de la Soberanía Nacional Plena para el conjunto de Euskal Herria».(1) Será ocioso notar que esta declaración de objetivos denota una apropiación parcial de la terminología marxista, que en nada de su esencia, por cuanto se coloca a un actor colectivo, al pueblo trabajador vasco, al servicio exclusivo de una causa, la independencia, sin mención alguna a esa emancipación social que Marx y sus epígonos priorizaron en sus escritos y en su praxis.

 Es decir, que para el entramado nacionalista al que nos venimos refiriendo, el pueblo vasco se erige en el sujeto tractor del cambio en el status quo de las fronteras, sustrayéndose de la definición algo fundamental para todo proyecto que se declare tributario del marxismo y de su impulso transformador, a saber: el «para qué» de los rayones de trazo grueso en el mapa redefinido, si es para construir una sociedad sobre unos nuevos cimientos en los que la solidaridad, la justicia social y la igualdad desempeñen un papel bien diferente al que juegan en la sociedad capitalista que se busca trascender o, por el contrario, para reproducir a escala menor los desajustes de la sociedad de la que se quiere desgajar.

            No parece, por lo demás, que el paso del tiempo haya alterado sustancialmente los objetivos del nacionalismo radical. Dos décadas después, un documento público fechado el 14 de noviembre de 2009 que lleva por título «Principios y voluntad de la izquierda abertzale» arranca del modo siguiente: «El objetivo de la izquierda abertzale es la constitución de un Estado propio, al considerar que es la única forma de garantizar totalmente la supervivencia y el desarrollo pleno del Pueblo Vasco, en armonía y solidaridad con el resto de pueblos de Europa y del mundo». La impronta nacionalista en el enunciado es inmediata, pero, más allá de referencias a la fraternidad con otros pueblos del mundo (nótese que no con clases, mucho menos personas), ¿dónde se deja ver la huella izquierdista? Se trata del Documento de Alsasua, que pretende recoger la propuesta de «paz» del jingoísmo abertzale.

            Quien quiera rastrear evidencias de marxismo en las publicaciones del nacionalismo radical de los últimos años no tendrá, ciertamente, que hacer frente a dificultades insuperables. Siempre será capaz de encontrar aquí o allá escritos de algún intelectual orgánico o declaraciones de algún dirigente del MLNV con soflamas incendiarias contra el capitalismo, el neoliberalismo, el industrialismo, el consumismo, la globalización o el imperialismo. 

Ahora bien: el radicalismo abertzale recurre con profusión a la retórica sinecdoquial (resumida en la fórmula según la cual gu gara herria, es decir: «nosotros [léase: el nacionalismo radical] somos el pueblo»), esto es, toman la parte por el todo y se autoerigen en los auténticos representantes del sentir y pensar de Euskal Herria en toda su extensión geográfica y pluralidad identitaria. Constituiría un despropósito parejo asimilar a estos pensadores que confiesan su deuda con el marxismo con el conjunto de la militancia del nacionalismo radical, mayor error si cabe confundirlos con su electorado. 

Si el izquierdismo fuese el mejor descriptor del nacionalismo radical, esto es, si las sucesivas formaciones políticas que desde la transición española a la democracia han representado ese espacio político hasta su proscripción definitiva fuesen percibidas por la población en general, y por su seguidores en particular, como vanguardias comunistas empeñadas en emancipar a las «clases populares», nos encontraríamos ante una verdadera anomalía en las leyes de la sociología electoral en las democracias liberales de los siglos pasado y presente, a saber: que habitantes de medios rurales y semirurales depositen su voto libre y de forma reiterada a formaciones con un programa revolucionario de izquierdas que, entre otras medidas, y a fuerza de ser consecuente, habría de poner los medios de producción, tierras incluidas, al servicio de las necesidades de toda la sociedad. 

Tomemos, por poner un ejemplo bien ilustrativo, el caso del municipio más pequeño en número de habitantes de Guipúzcoa hasta muy recientemente, Orexa, ubicado en la comarca de Tolosaldea. En esa localidad el nacionalismo radical obtiene, elección tras elección, resultados que bordean el 90 por ciento, cuando tiene oportunidad de medir sus fuerzas en el proceso electoral, claro está (de lo contrario ahí está el voto nulo o la abstención para disipar dudas). Una de esas comarcas, por cierto, de donde no hace tantas generaciones se nutrían los tercios carlistas… El reto explicativo de esta excepcionalidad sería doble: electoral, por un lado, pero también generacional. 

Votan al «comunismo» los nietos y biznietos de los que no hace tanto tiempo se sumaban de grado al requeté. Algún agudo analista habló de carlismo-leninismo para referirse a este trasvase de adhesiones tan sui géneris… y no le faltaba razón. En fin, que se puede ser campesino propietario y votar a una opción marxista-leninista, pero se admitirá que no es del todo habitual en los tiempos que corren.

            La repetición apodíctica de su naturaleza izquierdista por parte de los portavoces del MLNV no es valor suficiente para que se convierta en verdad. Contrastar la retórica con la práctica resultará iluminador al respecto de la supuesta (insisto: en tanto no se ofrezcan argumentos que arrojen luz sobre este extremo) naturaleza izquierdista del MLNV. Como corresponde a un movimiento que rechaza de plano el entramado institucional derivado de la Constitución española, del Estatuto de Gernika y de la Ley de Amejoramiento del Fuero, uno de los pilares, seguramente el principal, de la práctica política del nacionalismo radical durante las últimas décadas ha descansado en la ocupación física de la esfera pública como modo, por un lado, de atraer la atención de la opinión pública y de publicitar sus reivindicaciones, pero también de preservar la identidad colectiva de una comunidad siempre urgida de la argamasa cohesionadora necesaria para sobrevivir a la prueba del tiempo en un entorno sociopolítico que se ha ido volviendo hostil por momentos, después de haberse agotado definitivamente el capital legitimatorio, acumulado durante el franquismo. 

En el país con la mayor densidad manifestante de nuestro entorno occidental, se cuentan por miles cada año (según datos de la Ertzaintza) las concentraciones y manifestaciones escenificadas por este espacio político, en las calles del País Vasco-Navarro. 

Si, en aras de restringir el abanico, fijamos la atención en las manifestaciones masivas de carácter «nacional» efectuadas las más de las ocasiones en Bilbao (siempre desde la Plaza Aita Donosti; por su punto de encuentro les conoceréis), pero también en San Sebastián y Pamplona, comprobaremos que miles, decenas de miles de personas han desfilado tras pancartas, exigiendo la independencia, la democracia para Euskal Herria (otra forma de exigir la independencia), reivindicando el uso exclusivo de la ikurriña en territorio vasco o proclamando su solidaridad con los presos de ETA.

 No tengo noticia ni de una sola manifestación multitudinaria al hilo de reivindicaciones universales ligadas de un modo u otro con la izquierda, porque las manifestaciones rituales del 1 de mayo convocadas por el sindicato abertzale LAB nunca han alcanzado la escala de movilización de esas manifestaciones «nacionales», además de que la suele realizar de forma conjunta con el sindicato nacionalista ELA y otros sindicatos menores, por lo que no resulta tarea sencilla calibrar su aportación al conjunto. ¿Se puede, entonces, salir ritualmente a la calle y dejarse en casa las reivindicaciones sociales?

            En este mismo sentido de complementar el plano discursivo (lo que dicen que son) con lo que practican, se puede aludir a un acontecimiento sutil, pero ciertamente sintomático, que arroja luz a la cuestión de qué vector prima en la cosmovisión abertzale radical, si el nacional o el social. En el primer mitin que celebró el PCTV-EHAK el 10 de abril de 2005, partido para el que la ilegalizada Batasuna había solicitado en fechas previas el voto en los comicios autonómicos inminentes, hubo varios detalles de carácter simbólico altamente reveladores, ninguno de ellos casual. 

En el estrado dominaba el color rojo, entre el público extrañaba la ausencia de ikurriñas. Lógico, pues el rojo es el color que mejor identifica a la izquierda… además de ser el color de la enseña navarra, la misma que junto a la ikurriña y al arrano beltza figura en todas las comparecencias públicas de los encapuchados de ETA, según se recogía en el boletín interno Zutabe número 100 de 2003. 

Más elocuente todavía, si cabe: en cada una de las sillas los organizadores pusieron a disposición de los asistentes la letra en euskera de La Internacional, símbolo de la clase obrera consciente desde finales del siglo XIX, que éstos entonaron tímidamente antes de cerrar el acto con el canto unánime, ahora sí con más convicción –rezan las crónicas periodísticas de la jornada–, del Eusko Gudariak. 

Va de suyo que no hubo necesidad de dejar la letra de esta última canción por escrito encima de silla alguna, letra que por cierto habla de la disposición martirial a sacrificar la vida por la ikurriña (enseña ausente del acto, como hemos señalado, pero ausencia presente por vía interpuesta de la canción), metonimia de Euskal Herria. Las consignas más escuchadas fueron congruentes con el despliegue simbólico de carácter musical: la independencia y los presos de ETA. 

De nuevo aflora la duda: uno puede sentirse partícipe de la izquierda más revolucionaria sin saberse La Internacional, menos en euskera, aunque choca un tanto. ANV, plataforma electoral del nacionalismo radical que concurrió a las elecciones forales y municipales de mayo de 2007, dio continuidad a esta práctica musical y puso punto final con la melodía internacionalista a una manifestación en Bilbao el 12 de mayo de 2007, y a dos mítines celebrados en Durango el 6 de di ciembre de 2007 y en Pamplona el 12 de enero de 2008. La comparativa del volumen del cántico de La Internacional y del Eusko Gudariak, que nunca falta, apunta de forma inequívoca en la siguiente dirección: timidez en el primero, vigor en el segundo.

            A partir de las declaraciones públicas de sus líderes y de los mensajes transmitidos mediante su política de calle, ningún ciudadano o ciudadana medianamente informado tendrá dificultades en resumir el proyecto del MLNV acerca de la territorialidad, el euskera o el estatus de Euskal Herria vis à vis España y Francia. 

Ahora bien: caso bien distinto es si se le inquiere sobre aquellas cuestiones que ayer, hoy y siempre serán preocupaciones de la izquierda, siempre en aras de una mayor justicia social e igualdad, a saber: política fiscal, inmigración, globalización, laicismo, política de vivienda, mercado laboral, aborto, violencia de género o educación (neutralizando la propuesta sobre qué idioma ha de primar, claro está), por mencionar algunos de los temas más relevantes. 

¿Podemos legítimamente utilizar la etiqueta de «izquierda abertzale» para referirnos a un espacio sociopolítico del que ignoramos, también antes de su ilegalización, qué posicionamiento adopta sobre todos estos y otros temas? A mi juicio, insisto, sólo si renunciamos a tamizarla por el cedazo de la crítica.

            Hemos hablado de la (diré ahora como un modo de salvar las cautelas apuntadas) autodenominada «izquierda abertzale» del MLNV, como si fuese el único ocupante del espacio político que aspira a fundir el anhelo independentista con un modelo social forjado desde la izquierda. Sin embargo, desde 2002 se ha ido consolidando progresivamente en el panorama político vasco otra fuerza política, Aralar, una escisión de Batasuna, que proclama ser «un partido abertzale e independentista de izquierdas» que tiene como objetivo «la creación de la República Federal de Euskal Herria».

 En este caso, el uso de la etiqueta de izquierda no se presenta tan problemática como con el MLNV, cuando menos desde el punto de vista de sus principios escritos. Basta una somera lectura de su documento titulado «Línea ideológica» (2) y seguir atentamente sus últimas campañas electorales, en las que ha hecho hincapié en temas como vivienda o políticas sociales, para difuminar las dudas acerca de su inequívoco y explícito emplazamiento en el polo de la izquierda. 

Pretenden, de este modo, marcar distancias también a este respecto (el otro, obviamente, es su distanciamiento de la violencia terrorista) con su movimiento matriz, por ejemplo cuando sentencian: «La actividad política –critican en su documento– que tradicionalmente ha desplegado la principal referencia sociopolítica de la izquierda abertzale ha padecido de cierta dejación en lo que respecta a su sensibilidad de izquierdas y la acción política derivada de dicha sensibilidad.»

            En suma, pues, no nos dejemos atrapar por una terminología equívoca cuando lo que queremos es referirnos a un actor político del que sólo cabe una certeza: su naturaleza ultranacionalista.

 1. Cuaderno publicado por Herri Batasuna bajo el título de: Atzo, gaur eta beti: Gora Euskadi Askatuta. 1978-1988. Hamar urte askatasunaren aldeko burrukan (s.l.; s.f.).
2. Disponible en: http://www.aralar.net/aralar-partido/lineaideologica.

Jesús Casquete es profesor de la UPV/EHU y miembro del Instituto de Filosofía, CCHS CSIC. Autor de En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical (2009)."

(Jesús Casquete, profesor de la UPV/EHU y miembro del Instituto de Filosofía, CCHS CSIC. Autor de En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical (2009), Pensamiento crítico; fuente: El Viejo Topo, 268, mayo de 2010)

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