"El otro día hice un experimento.
Pregunté en twitter: “¿Si tuvieras que definir a Artur Mas con una palabra cuál emplearías?
Si hubiera una palabra antinómica de príncipe yo habría empleado ésta.
Al fin y al cabo, cuando Maquiavelo escribió su libro pensaba en Fernando, el Católico.
“En nuestros días tenemos a Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien casi se le puede denominar príncipe nuevo porque de rey débil que era se ha convertido, en virtud de su fama y de su gloria, en el primer rey de la cristiandad”, escribe.
En Catalunya goza de mala fama porque era una Trastámara aunque Jaume Vicens-Vives ya intentó desmontar la leyenda negra en un libro (“Els Trastàmares”, 1961) que tengo pendiente.
Pero, en efecto, parece difícil definir a Mas con una sola palabra.
A mí me recuerda la novela de Thomas Bernhard titulada en su versión catalana “El malaguanyat”.
Aunque malogrado es alguien que se echa a perder. Creo que Mas estuvo, desde el principio, muy por encima de sus posibilidades.
O aquel relato de Kafka titulado“El fogonero”.
De todas las respuestas la que más me gustó fue la de aquel exsenador de Unió que se pasó al PP, Manel Ibarz: "Milhomes”.
Existe la acepción castellana “Milhombres” aunque creo que, en traducción libre, se ajusta más la de “pa chulo yo”.
Otro de mis followers, Pota Blava, citaba el nombre de “Moisés” en recuerdo sin duda de aquel nefasto cartel electoral mientras que Milana Bonita admitía que si decía lo que pensaba le “cerrarían la cuenta”.
Sin querererlo, el escritor Salvador Oliva hizo una contribución personal a través de su artículo en el Quadern de El País el pasado domingo.
En su opinión, Mas es “barratibat i capalt, com la presidenta del Parlament”.
“Ni uno ni el otro reconecerán nunca el rosario de errores garrafales de que está hecha su vida política”, añadía.
Ahí duele. A eso vamos.
Porque el pasado sábado, en el FAQS de TV3, asistimos a otro intento de rehabilitación de Artur Mas.
El que fuera presidente de la Generalitat en el 2010 con 62 diputados -cifra no alcanzada desde Jordi Pujol- admitió que en el 2015 la independencia no estaba “a tocar” y que faltó “realismo”.
¡A buenas horas mangas verdes!
Admitió incluso que se había engañado al personal aunque no lo dijo así.
Tras tragar saliva afirmó que “sí, a ver, yo creo que más que … no creo que se haya mentido de una manera obscena o voluntaria”.
“Ahora si usted me dice -le espetó a la presentadora- que se han exagerado determinadas cosas o que, en algún momento, y me lo aplico a mí mismo, no hubo una dosis de realismo suficiente o de tener los pies en el suelo no se lo puedo negar”.
O sea que sí: que mintió.
Mas, como no podía ser de otra manera, culpó a Esquerra porque dijo que actuó “presionado por las circunstancias”.
“Presionado por los socios que tenía en el Parlament, que apretaban mucho”, se justificó.
“Aquello no fue una mentira, pero fue un error”, intentó exculparse.
Si la sociedad catalana no estuviera adormilada a Mas habría que pedirle responsabilidades.
Y no digo otra cosa porque estoy en contra de los escraches, las okupaciones y los linchamientos com en el salvaje Oeste.
En la Edad Media -e incluso en épocas más recientes- lo habrían colgado en medio de la Plaza Catalunya con un cartelito en el cuello y la inscripción "soy culpable".
Porque quiero recordar que fue el artífice de Junts pel Sí, aquella coalición de CDC con Esquerra -ya habían roto con Unió- que prometió la independencia a los 18 meses.
Al año y medio de las elecciones: el plazo se cumplía el 27 de marzo del 2017. Estamos en el 2021.
A mí ya me pareció el día de la presentación de la candidatura en el terraza del Museo de Historia de Catalunya -ahí estaba cubriendo el acontecimiento- wishful thinking porque no preveía la reacción del Estado.
Todo sería coser y cantar: gobierno de concentración, debate ciudadano, declaración de independencia, elecciones constituyentes, Constitución catalana y referéndum constitucional. Sólo faltaba una paella en Cadaqués para celebrarlo.
También es verdad que no es la primera vez que Mas admite la tomadura de pelo.
Recuerdo que la primera ocasión fue en un Dinar Cambra el 28 de noviembre del 2016.
Reconoció que no había una mayoría suficiente “para llegar a constituir un estado propio" pero que tranquilos, que el Estado acabaría negociando.
Lo decía el mismo que, en aquella noche electoral del 27 de septiembre del 2015, dijo aquello de “hem guanyat, hemos ganado, we have won, nous avons gagné!”.
Ahora como se sabe, anda diciendo que lo del Tribunal de Cuentas es una “venganza”. ¿Artur, qué esperabas? ¿golpecitos en la espalda?
Luego el 9 de noviembre del 2018, en conmemoración supongo del 9-N de cuatro años antes, admitió en TV3 que con aquel resultado electoral no se podía tampoco “culminar” el proceso.
Cuando la presentadora, en este caso de Els Matins, le preguntó por qué no lo dijo entonces; alegó que “nadie me lo preguntó”.
“Si políticos y periodistas hemos de revisar la hemeroteca lo tenemos mal", se defendió de los reproches.
Puro cemento armado. Nos han estado engañando sistemáticamente y aquí no pasa nada.
El 5 de febreo del 2019 -también en territorio amigo: el Tot és mou- reconoció que el independentismo no tenía la fuerza necesaria para "doblegar" al Estado.
"Aunque ha acumulado mucha fuerza y muchas razones, aún no tiene fuerza suficiente", dijo entonces.
Y la penúltima fue el 9 de marzo del mismo año, otra vez en el FAQS, cuando reconoció que la hoja de ruta de los 18 meses “era un calendario demasiado ajustado y demasiado duro”.
Por eso, sigo dándole vueltas a la expresión que más bien define Artur Mas.
¿Jeta? ¿Bluff? ¿Principio de Peter?
Y no alcanzo a encontrarla. Como un hombre que llegó tras siete años de travesía del desierto, avalado por casi 1,2 millones de votos en el 2010, pasará a la historia como un cero a la izquierda.
Peor, porque si estamos como estamos es por él: no sólo prendió la mecha del proceso -al final fue sólo voluntad de permanecer en el poder- sino que puso a Puigdemont a dedo.
No quedará nada de Mas: ni obra de gobierno ni una concepción de la política.
Con todos los errores y sospechas, Pujol ha dejado el pujolismo. Maragall, el maragallismo. Mas, nada de nada.
Por no dejar no ha dejado ni partido. Una fuerza política que gobernó
Catalunya durante 23 años y que ahora -con otro nombre- nada en la
irrelevancia parlamentaria: ni siquiere obtuvo representación en las
últimas elecciones." (Xavier Rius, director de e-notícies, 13/10/21)
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