"Voy a decirlo bien alto para que se entienda: Puigdemont es una desgracia para Catalunya.
Además en un día como hoy: cuando el Parlamento Europeo ha votado a favor del suplicatorio.
La verdad es que no está mal el apoyo que todavía tiene el expresidente entre sus colegas. El independentismo se ha apresurado a señalar que es el 42% de los eurodiputados. Otra cifra mágica. Aunque, entre sus apoyos, haya Marine Le Pen, la extrema izquierda de Francia insumisa, varios partidos euroescépticos, los nacionalistas flamencos del Vlaams Belang y Podemos. La crème de la crème.
Yo todavía no entiendo cómo una sociedad aparentemente madura, adulta, culta como la catalana pudo encumbrar a Puigdemont. Bueno, sí que lo entiendo: no es ni madura, ni culta, ni adulta.
Obviamente hubo otros factores. Fue una extraña conjunción de los astros. De esas que, por suerte o por desgracia, proliferan en la historia de Catalunya. Así nos va.
Lo puso Mas aquel 9 de enero del 2016. Habría que agradecer al líder del PDECAT semejante ojo clínico. Aunque previsiblmente había truco porque dijo aquello de “paso al lado”. El entonces líder de CDC aspiraba a volver por la puerta grande. El propio Puigdemont fue segundo plato. La primera opción de Mas era Neus Munté.
Ni siquiera tenían una relación estrecha. Puigdemont había llegado a la alcaldía de Girona, una de las asignaturas pendientes de CDC, de rebote. Lo hizo al segundo intento y cuando el nadalismo sin Nadal ya daba muestras de agotamiento. Aparte de eso lo pusieron de diputado en el Parlament. Pero como otros alcaldes de su generación.
Llegaron a la cámara catalana por el éxito de CiU en el 2010 (62 diputados). Era una manera de agradecer los servicios prestados -con frecuencia se cobra más de diputado que de alcalde- o de reforzar su perfil institucional en el territorio.
Había otros como él: Santi Vila (Figueres), Pere Regull (Vilafranca), Ferran Bel (Tortosa), Albert Batet (Valls), Lluís Guinó (Besalú). Pero no recuerdo en Puigdemont ninguna intervención parlamentaria destacada. Ni a favor, ni en contra.
Cuando Mas puso a Puigdemont fue recibido con olor de multidudes en la entonces sede de CDC en la calle Provença. Ahí estaban todos aplaudiendo com locos: Artur Mas, Jordi Turull, Josep Rull, Pere Macías, Jordi Vilajoana, Àngel Colom, Jordi Martí. Incluso en las últimas filas se ve a Marta Pascal, Santi Vila, Germà Gordó, Damià Calvet, Felip Puig. Algunos ya no debían ver clara la operación.
Pero la mayoría respiraron aliviados. Debían pensar: “estamos salvados” porque la perspectiva era repetir elecciones y correr el riesgo de quedarse sin las prebendas y canonjías.
La historia luego es conocida.
Hasta el propio Puigdemont se mostró reacio a tirar adelante la República porque, como confiesa en algunos de sus libros, no quería ser presidente de una república de papel. Aquellla noche del 25 de octubre del 2016 optó por elecciones. Parece que Santi Vila tuvo la mala idea de decirle que las elecciones no se convocan de madrugada. Al día siguiente se desdijo. Todavía recuerdo que, en Palau, convocaron una comparecencia para las doce -señal inequívoca de elecciones- luego se retrasó a la una y finalmente se suspendió.
Puigdemont se acojonó por los 2.000 estudiantes que llenaron la Plaza Sant Jaume, las redes en ebullición y los tuits de una panda de valientes: Gabriel Rufián, Toni Castellà, Titon Laïlla, Jordi Cuminal, Albert Batalla, Antonio Baños. También por la presión de Esquerra. La que más había presionado la noche anterior con la DUI, Marta Rovira, acabó largándose a Suiza tras aquella memorables frases entre lágrimas a las puertas del Supremo: “hasta el final, hasta el final”.
Aunque Oriol Junqueras -su superior en el partido y el hombre que la puso de secretario general- no está exento de responsabilidad. Al menos tuvo la dignidad de quedarse, no salir huyendo.
En fin, el resultado es también conocido: la inevitable aplicación del 155.
Catalunya se ha instalado desde entonces en un pozo sin fondo, en un bucle del que costará mucho salir: inestabilidad política, incertidumbre económica, inseguridad jurídica y bloque legislativo. A lo que hay que añadir la pandemia y la crisis turística. Es casi un cóctel letal.
Por eso: no pueden imaginarse el daño que ha hecho el tridente Mas-Puigdemont-Torra.
Dentro de unos años todavía lo estaremos pagando. Y los historiadores del futuro -o los psiquiatras- se preguntarán cómo los catalanes, en momentos cruciales de nuestra historia, la cagamos.
Por eso, a estas alturas casi me da igual que Puigdemont vuelva o se quede en Bélgica. Supongo que la decisión del Parlamento Europeo no tiene recorrido jurídico porque los jueces belgas ya sentaron un precedente con el exconsejero Lluís Puig.
Es más: casi prefeririría que Puigdemont se quede. La que se liará si volviese. El tiempo, aunque no lo parezca, corre en contra suya. De momento, la presidencia de la Generalitat previsiblemente ya no será para JxCat sino para ERC. Y no creo que Pere Aragonès vaya a rendir pleitesía a Waterloo aunque con los de ERC nunca se sabe.
Pero lo dicho: no pueden imaginar el daño que ha hecho Puigdemont a
Catalunya y a los catalanes porque los países están hechos por personas." (Xavier Rius, e-notícies, 09/03/21)
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