"La pandemia del COVID-19 ha sacado lo peor de muchos nacionalistas,
su bajeza moral y su indignidad como personas: desde pedir ─como el edil
de la CUP en Vic, Joan Coma─ toser en la cara o escupir a los miembros
de la Unidad Militar de Emergencias (UME) que están desinfectando las
residencias geriátricas donde se hallan sus propios padres o abuelos,
¡sí!, hasta hacer política usando el miserable hashtag #EspanyaMata, muy
representativo del odio lazi generalizado que ha explotado en redes
sociales contra España, sus instituciones y sus abnegados servidores
públicos, pero también contra los catalanes libres de nacionalismo que
osan contradecir el unga unga de la tribu teledirigido por el espacio mediático catalán y sus lacayos de panza en gloria (o panxacontents, como decimos en catalán).
Uno
de los muchos voceros vividores del régimen, Jordi Graupera, cuando
finalmente Ada Colau entró en razón y requirió la ayuda de la UME,
escribió el siguiente tweet el 22 de marzo: “Una de las funciones no
escritas de un alcalde democrático de BCN es evitar a toda costa que el
ejército español haga algo ─hay buscar todas las alternativas posibles e
imposibles. Aquí viven muchas familias perseguidas por esta banda
durante generaciones”.
A lo que Ignasi Guardans respondió dos días
después, definiendo perfectamente a esta clase de personas: “Mi rechazo
a determinados líderes independentistas es porque creo que son personas
moralmente miserables, egoístas, dañinas socialmente, difusores de odio
y bilis. Vamos: desgraciados”.
Sólo le faltó añadir que Graupera,
quizás no sólo estaba preso del odio sino del rencor de haber fracasado
como candidato de la lista separatista Barcelona és Capital (BCap) a la
alcaldía, que no consiguió afortunadamente un solo edil de
representación ya que su programa electoral consistía básicamente en
como ejecutar un golpe de Estado e independizarse.
Por todo ello, ese
odio y rencor es en su caso comprensible, ya que a todos siempre nos
acompañan nuestros fantasmas, y si uno es como Graupera, debe
acompañarlo el Hades entero, encabezado por Companys junto con el resto
de habitantes del Tártaro.
El
nacionalismo es un mal endémico y metastásico que se ha propagado de
manera dirigista por todas las capas de la maltrecha sociedad catalana.
Estamos ya a finales de mayo y este discurso del odio no solo no se ha
detenido sino que se ha acrecentado entre los representantes públicos y
la sociedad civil separatistas para ocultar su pésima gestión económica,
sanitaria y humana en esta crisis, el enorme número de fallecidos
(especialmente las personas mayores y aquellas que moraban en
residencias) y, de paso, usarlo como remedo para grotescamente tratar de
asegurar sus prebendas o sus cargos y sus sueldos, aunque sea a costa
de la ruina económica y de la mortandad, anteponiendo el viaje eterno
hacia la Ítaca independiente, porque esa es la altura moral del
separatismo.
Para aquellos que no me crean, vean un ejemplo más de
esas execrables excreciones por parte de esa grey nacionalista
rebosante de inquina que, un día tras otro, usa lo que sea menester para
transmitir su cansino mensaje y que no decaiga dicho odio: “Cataluña
independiente hubiera salvado miles de vidas… España es paro y muerte,
Cataluña vida y futuro”. Esto es lo que vomitó el presidente de la
Cámara de Comercio de Barcelona en un tweet el 21 de abril, en plena
pandemia, politizando así los muertos en clave identitaria.
En la misma
línea, el vicepresidente primero de la Mesa del parlamento autonómico,
Josep Costa, afirmaba en un tweet de 4 de mayo respecto a la gestión de
la pandemia que “el único caos lo ha provocado esta suma de
centralización e incompetencia [del gobierno español]”, sin reconocer
responsabilidad alguna por parte de su partido y de su gobierno,
encabezado por Torra, de lo sucedido aquí en Cataluña, claro está. En
definitiva, todo es válido si sirve para atacar el concepto de España
como nación y para ensalzar las (imposibles) bondades de una Cataluña
independiente.
¿Y quién está al frente de esta pestilencia
nacionalista y permite que todo esto suceda y se normalice? El mismo que
hoy, 21 de mayo, mientras escribo estas líneas, acaba de espetar en el
parlamento autonómico que “la nueva normalidad tiene que culminar en un
Estado independiente… no tengo ninguna duda de que Catalunya será
independiente… para mí, eso es una cuestión irreversible”.
El infando
Torra, el Nada Honorable President, el Muy Supremacista President de
verbo enfermizo y odio visceral, el intolerante que no debe ser
tolerado, el inhabilitado que debería ser expulsado con urgencia de las
instituciones para preservar la poquísima dignidad democrática que aún
sobrevuela la Generalitat, ese proyecto de adulto que sigue siendo el
niño retraído que leía con fruición aquel libro poblado de bestias
parlantes y cuya imagen ha proyectado en los catalanes libres de
nacionalismo y en el resto de españoles que osan desafiar su ponzoñosa
ideología, está causando un daño irreparable con su actuación como
marioneta de Puigdemont y el resto de líderes procesistas, esos freedoms fighters
de salón, que esconden su responsabilidad cobardemente de manera
sucesiva en otro a modo de una matrioshka rusa, pero en vez de muñecas
usando un sinfín de decrecientes barretinas.
El nacionalismo, como
cualquier otro movimiento totalitario, es siempre antitético respecto
al progreso ya que supone regresión y pensamiento único (y cuando
triunfa, partido único e instituciones al servicio de ese partido, se
convierten en el Estado) y contraviene todos los principios sobre los
que se asienta el desarrollo humano. Por ello, cuanto más avance la
peste nacionalista más se destruirá nuestra sociedad, más dañados
quedarán nuestros derechos civiles y nuestras libertades fundamentales y
cada vez será más difícil recuperarlos, que se produzca el cambio.
Decía
George Bernard Shaw que “el progreso es imposible sin el cambio, y
aquellos que no pueden cambiar sus mentes no pueden cambiar nada”, lo
cual indica que desde el conjunto de España debe existir una
responsabilidad compartida para ayudarnos a aquellos catalanes libres de
nacionalismo (y por ende españoles sin ambages) a luchar no solo contra
un régimen despótico de sátrapas nacionalistas sino a mostrarles, a
nuestros hermanos que han sido abducidos mentalmente por la escuela y el
espacio mediático hipersubvencionado catalán, que España no es paro y
muerte sino paz y vida, garantías y oportunidades, derechos y
libertades.
Shaw afirmaba que la libertad supone responsabilidad y que
por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto. Que no la teman,
que es mucho peor el sometimiento a un régimen fascistoide cuyo único
interés es “la nació” y cómo seguir viviendo de ésta, tanto ellos como
sus hijos y sus futuros descendientes, al modo de una nobleza de rancio
abolengo de famiglie separatistas.
Y todo ello es posible
por la connivencia y la bajeza moral del actual gobierno de España, que
dice defender el progreso y la igualdad, y pacta, aprovechando el
estado de alarma, con aquellos que defienden justo lo contrario, con los
nacionalistas de todo pelaje: desde los que practican el laissez faire, laissez passer a los herederos de los terroristas asesinos pasando por los que aspiran a ser como estos últimos y por los extorsionadores
profesionales de competencias.
Lo cierto es que, ante este panorama,
cuando finalmente pase la pandemia del coronavirus, la peste
nacionalista seguirá ahí, y aún más fuerte y resiliente, ya que el
desastre económico sin precedentes será campo abonado para los
populismos y extremismos de todo tipo, el caldo de cultivo ideal para el
excluyente egoísmo nacionalista.
Describe Albert Camus en su novela La Peste
(1947) cómo será la vida después de que la peste haya arrasado la
ciudad de Orán: “Una de las nuevas muestras de que la era de la salud,
sin ser abiertamente esperada, se aguardaba en secreto, sin embargo, fue
que nuestros ciudadanos empezaron a hablar con gusto, aunque con aire
de indiferencia, de la forma en que reorganizarían su vida después de la
peste”.
Pero que nadie se lleve a engaños, nosotros no podremos
permitirnos el hablar con indiferencia de cómo reorganizar nuestras
vidas, porque la peste nacionalista no nos lo va a permitir, porque es
resiliente y refractaria al progreso humano. Camus nos lo expone
claramente en otro párrafo de la novela: “Oyendo los gritos de alegría
que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está
siempre amenazada.
Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba
lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere
ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en
los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las
bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar
un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres,
despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Y
para que ese bacilo no despierte, les propongo que escuchemos juntos,
por la ventana abierta, como hizo Miguel Hernández, víctima de la
sinrazón de una guerra fratricida que deseamos que no se vuelva a
repetir jamás.
“Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida”
Antes
de que sea demasiado tarde, seamos ese rayo de sol que venza para
siempre a las tinieblas nacionalistas, o éstas acabarán inundando
nuestras vidas y todas nuestras ciudades con ratas portadoras de esa
pestilente oscuridad que pacientemente espera decenios dormida para
alcanzarnos cuando menos lo esperemos." ( Pau Guix
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