"(...) La desazonadora sensación de una Gran Bretaña partida en dos emerge
por doquier por poco que uno esté atento a su prensa: amigos que dejan
de hablarse, encuentros que se desconvocan, brotes racistas, amenazas a
políticos, divisiones entre patriotas y traidores, ... Dadas las trincheras cavadas, nadie sabe qué les espera y cómo podrán, si es posible, desactivarse los conflictos aparecidos, sean entre ciudades y el mundo rural, entre el norte/centro y el sur o entre Escocia/Irlanda e Inglaterra.(...)
Aquí, los acontecimientos vividos han tenido algunas consecuencias similares. Conocen mi preocupación por sus potenciales efectos económicos (...)
Pero hoy, de la mano del 'brexit', se impone tratar otro aspecto, sustancialmente más relevante, el de la profunda herida social generada: una creciente fosa construida sobre el mito de que los catalanes han decidido ser independientes. Un mito que, como todos, tendrá consecuencias imprevistas e indeseables: inevitablemente, excluye de la catalanidad a todo aquel que no lo comparta.
Ello está generando rupturas traumáticas
que, más allá de las anécdotas, han terminado con sueños que parecían
convertirnos en un país mejor. De entre ellos, el final de aquella
visión tan querida de una Catalunya tierra de integración.
Desde la Transición, ese objetivo formaba parte de un deseo ampliamente compartido por derecha e izquierda: dar nacimiento a un nuevo país, libre de ataduras del pasado y de fracturas futuras. Un consenso que, traducido en la inmersión lingüística, pretendía evitar la división entre
trabajadores manuales, inmigrantes mayoritariamente
castellano-hablantes y clases medias y ejecutivas de lengua catalana.
Fue de lo mejor que, como país, ha dado a luz Catalunya, pero su espíritu meritocrático y mestizo, del que la presidencia de Montilla fue su expresión más palmaria, ha recibido un severo golpe. (...)
Desde Barcelona, la emergencia de colectividades enfrentadas refleja la exclusión de la catalanidad de los no partidarios de la independencia, sean o no nacidos aquí.
No es que no hubieran existido señales de esa división. Las habían mostrado 40 años de elecciones, con marcadas diferencias según fueran para el Parlament o las Cortes. También emergían más sutilmente en ese tono de superioridad moral que
expresaba, y expresa, parte de la narrativa catalana sobre todo lo
español.
Y en la necesidad de preservar, por encima de todo, la
catalanidad heredada: en el discurso independentista, integrar la
inmigración equivale a asimilación. Con ello se ha querido olvidar que aceptarla conlleva mestizaje y, con él, la aparición de identidades diferentes
a las preexistentes, sean las de los catalanes de origen como los de
adopción. En todo caso, de aquellos polvos estos lodos: ni la
integración era tan profunda, ni tan duraderas sus consecuencias.
¿Dónde quedó aquella sociedad mestiza, más justa y más progresiva? ¿Dónde los vientos que traían consigo Paco Candel y
tantos otros? En esa confrontación, todos hemos perdido. Por ello, hay
que regresar al pasado y reemprender la muy dura tarea de recoser el país: los radicalmente independentistas deberán ser capaces de dialogar y pactar un nuevo futuro con los fervientemente españolistas. ¿Política ficción? Quizá. Pero no hay más cera que la que arde." (Josep Oliver Alonso, El Periódico, 05/02/20)
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