"Van pasando los años –hito tras hito, Diada tras Diada– y las
predicciones más aciagas van cumpliéndose. Mientras la extraordinaria
maquinaria de propaganda oficialista, con sus medios públicos, sus
celebérrimos tertulianos, sus alimentadas redes sociales y su influencia
internacional se dedica a enmascarar emocionalmente las verdaderas
consecuencias de esta escapada a ninguna parte, la realidad va
imponiéndose como una losa fría y desnuda. (...)
El resultado de tanto trabajo improductivo es una sociedad
dividida, sin discusiones políticas porque los contrarios ni se hablan.
Una sociedad parcialmente amordazada, porque aquellos que dicen lo que
piensan se arriesgan al castigo pueril pero incisivo del agitprop y sus
redes sociales. Es el de un territorio, de gente trabajadora y seria,
del que han huido las sedes de más de 5.000 empresas (entre ellas, las
más importantes) y con ellas, poco a poco, sus directivos y centros de
decisión.
Un lugar donde las élites intelectuales han permitido que se
ultraje un prestigio de moderación ganado en siglos de convivencia con
el resto de España, y donde todavía desde el poder se hacen esfuerzos
sobrehumanos para ganar una visibilidad internacional, antes
inexistente, con el triste objetivo de decirle a un mundo estupefacto
que somos una víctima maltratada que se ha ganado el derecho natural a
la protesta y el conflicto.
Pero la realidad se impone porque se ha vendido un
imposible. Volvamos a repetirlo: un país verdaderamente democrático no
puede cambiar su estructura constitucional porque lo quiera un 7% de su
población. Dos millones de personas no son suficientes para cambiar la
voluntad de 47. No habrá referéndum porque sería tremendamente
antidemocrático autorizarlo.
Y no habrá presión internacional suficiente (aparte del
apoyo que puedan dar antisistema y desorientados de otros países) porque
la comunidad internacional no quiere que los países se secesionen y,
especialmente, no tiene interés alguno en que lo haga Catalunya, un
lugar próspero pero insignificante para las grandes potencias.
Y ya
vemos cómo va el Brexit en el Reino Unido para que nadie en su sano
juicio piense todavía que un referéndum es una solución a nada. Creo que
tampoco habrá ruido internacional contra las sentencias: un intento de
ruptura de la integridad territorial desde un poder del Estado es un
grave delito en cualquier país.
Muchos catalanes que no participaron en la fiesta y muchos
arrepentidos suplicamos terminarla ya. No queremos políticos en la
cárcel. Por ello queremos que cumplan con las leyes y las sentencias,
como se exige al resto de la ciudadanía. Para eso les pagamos. No
queremos otro 155, y por ello pedimos que los impuestos se dediquen al
bienestar de las familias y no a la promoción de lo que jamás pasará.
También queremos medios de comunicación públicos que sean neutros como
ocurre en todo país democrático con lo que se llama el cuarto poder.
Y
no pensamos que estas grandes manifestaciones cargadas de estudiado
simbolismo sean un bien en sí mismas como tampoco lo son las cruzadas
oficiales contra la judicatura y la monarquía. En cuanto a las entidades
de presión social promocionadas desde el poder, que toman las calles y
se arrogan el papel de toda la sociedad, la historia está llena de
ejemplos similares, todos ellos terribles por lo que finalmente pasa
cuando no se les pone límites.
España es un buen país, aunque es verdad que en términos
históricos deja que desear. Es, por ejemplo, uno de los pocos países
occidentales que ha tenido cuatro guerras civiles en los últimos dos
siglos (todas ellas, por cierto, muy catalanas).
Pero desde el 78 las cosas no han ido mal. Según Bloomberg,
España tiene el mejor sistema sanitario del mundo. Es el país donde sus
ciudadanos viven más años (después de Japón). Es un país muy seguro
(con unos escasos 320 homicidios al año) y nos visitan anualmente más de
80 millones de personas. Nuestro PIB per cápita se ha multiplicado por
seis en 40 años (¡600%!) y tenemos influencia en una amplia parte del
planeta gracias a nuestro vínculo transatlántico.
En este mundo que viene, con sus disrupciones tecnológicas,
económicas, geopolíticas y medioambientales, la verdadera oportunidad
no es seguir insistiendo en la agotadora construcción de una república
imposible, sino por el contrario coliderar, equilibrar y reforzar sin
complejos y cuanto antes, por y desde Catalunya, a este país
extraordinario llamado España.
Seguramente algún lector pensará que esta es la reflexión de un
nacionalista español. Pues no. Esta es, sencillamente, la humilde
opinión de un catalán de enraizada tradición de catalanismo prudente y
pragmático, que como una gran mayoría –demasiado tiempo silenciada– ama
intensamente a su tierra y por ello abjura de todos aquellos insensatos
que quieren arruinarla."
(Jaime Malet , Presidente de AmchamSpain, Cámara de Comercio de Estados Unidos en España , La Vanguardia, 16/09/19)
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