"La provocación de la funcionaria responsable de “Memoria Histórica” de la Generalidad en el campo de exterminio nazi de Mauthausen
nos echa encima algo que nos negamos a ver. Estamos ante una nueva
versión de revisionismo histórico al que no queremos denunciar por su
auténtica naturaleza, la que nace del nacionalismo y se nutre del
espíritu de la extrema derecha. (...)
Una persona conocida en su casa a la hora de comer, como lo fueron hasta anteayer los que la designaron, Pugidemont y Torra, de quien nada sé salvo su nombre, Gemma Domènech,
directora general para la Manipulación de la Memoria Histórica, evocó a
los encarcelados en prisión de Cinco Estrellas, como parte de los
exterminados por el nazismo, en un gesto “trumpiano”.
Nuestra tibieza
ante esta manifestación de “revisionismo histórico”, que atenúa las
matanzas y ensalza la rebelión contra el Gobierno legalmente constituido
me recuerda aquel modelo de cinismo político que caracterizó al
franquismo: que sus víctimas antes de ser ejecutadas fueran acusadas de
“colaboradores de la rebelión”. Los golpistas denunciaban la
culpabilidad de sus víctimas.
A mí lo que diga Puigdemont, Torra y su partida de
curillas y monjitas del Cura de Santa Cruz -hoy día hay que recomendar
en ocasiones que le echen una miradita a la Wikipedia porque de no
hacerlo no entenderían nada, y nos obligaría a los plumillas a tantas
notas y subordinadas que harían aún más farragosos nuestros artículos-
me importan muy poco; lo que hagan, sí, porque lo voy a sufrir. Por eso
me conmueve el silencio de los portavoces de la ciudadanía catalana, por
más hipotecados que estén.
Un rasgo de dignidad intelectual es lo que
se les pide. La provocación de la extrema derecha catalanista fue
titulada así en el El País, diario de la moderación post-canovista. “La Generalitat utiliza el acto para reclamaciones políticas”. ¡El acto!
Detrás de “El Acto” y de las “Bestias con aspecto humano”,
de la exportación de cerdos, de la xenofobia y el racismo, de los
obispos impositores de señeras independentistas -les recuerdo que en
Euskadi existía una revista de teólogos, en su mayoría jesuitas, “Herria
2000”, que no se cortaba un pelo en la justificación del terrorismo-,
de la violencia hacia el diferente, lo que queda es el terreno de la
extrema derecha. No es Vox, porque los grupos que viven de mitos que se
han inventado nunca comparten referentes, pero se comportan como lo que
son: racistas, xenófobos y fanáticos. (...)
Lo de Mauthausen y la señora del
abrevadero catalán tendría que herir las sensibilidades incluso de los
más conspicuos partícipes del pensamiento políticamente correcto. Quizá
porque ellos abominan de su memoria desean borrar la de los demás. Si se
pudiese hablar claro, no digamos ya escribir, sobre el último lustro en
Cataluña, habría que seguir el rastro de los usufructuarios de este
vergonzoso período de la inteligencia ausente.
He visto casos tan
patéticos como el del presunto filósofo Josep Ramoneda,
que en dos años, es decir, lo que dan un par de negociaciones de
intereses, pasó de apoyar a la CUP -Candidatura de Unidad Popular-
independentista -“soberanista” en la jerga tartufesca al uso-, a las
defensas utilitarias de Pedro Sánchez, “el
estadista pacificador”.
Pero no es el único, por más que sea el más
divertido en sus búsquedas de otra oportunidad en las instituciones
dedicadas a la cultura subvencionada. No es extraño que los más notorios
intelectuales en Cataluña, expertos tertulianos y columnistas
salomónicos, sean ágrafos. Les falta tiempo y algo más.
En Barcelona, la ciudad de los milagros, la otra Lourdes de la cultura, ya nadie exclama apuntando con el dedo que Rajoy
fue el mayor fabricante de independentistas, una forma que daría a
Mariano un impulso del que carece biológicamente. Hay que inventarse
otra cosa que evite que alguien crea que fueron esos mariachis de la
cultura sumisa los que acicalaron la impudicia de los ladrones de
pasado." (Gregorio Morán. Vox Populi, 05/05/19)
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