"(...) argumento, repetido en el Supremo, de que la
manifiesta desobediencia del nacionalismo a la ley se habría visto
compensada por el ejercicio del "principio democrático".
La alusión concreta a dicho principio que manejan los
nacionalistas procede de la "Decisión del Tribunal Supremo de Canadá,
en respuesta a una remisión del Gobierno Federal sobre algunas
cuestiones relacionadas con la secesión de Quebec", de 20 de agosto de 1998.(...)
El objetivo fundamental de la resolución es negar al
Quebec la posibilidad de una secesión unilateral. Pero la resolución
contiene una zona erógena de la pasión nacionalista a la que aludieron
las alegaciones de la Generalidad ante el Tribunal Constitucional con
motivo de un recurso del Gobierno contra la habilitación de presupuesto
para el referéndum ilegal, varios de los escritos de la defensa de los
hoy procesados y sus propias manifestaciones en el juicio.
Estas son las
líneas calientes: "Es igualmente cierto que un sistema de gobierno no
podrá sobrevivir con el único respeto a la ley. Un sistema político
debe, asimismo, dotarse de legitimidad, lo cual exige, en nuestra
cultura política, una interacción entre la primacía del Derecho y el
principio democrático".
Conviene, sin embargo, reproducir lo que viene antes:
"El asentimiento de los gobernados constituye una
función fundamental en nuestra concepción de una sociedad libre y
democrática. Sin embargo, la democracia, en el sentido verdadero del
término, no puede darse sin el principio de la primacía de la Ley. Es la
Ley la que crea el marco en el cual debe determinarse y aplicarse la
'voluntad popular'.
Para ser legítimas, las instituciones democráticas
han de reposar, en definitiva, en unos fundamentos jurídicos. Esto
significa que deben permitir la participación del pueblo y responder
ante él mediante instituciones públicas creadas con arreglo a la Constitución".
Y reproducir también lo que viene después:
"El sistema debe poder reflejar las aspiraciones de
la población. Pero hay algo más. La legitimidad de nuestras leyes reposa
también en un llamamiento a valores morales, muchos de los cuales están
incardinados en nuestra estructura constitucional. Sería un error grave
reducir la legitimidad a la única 'voluntad soberana' o a la única
regla de la mayoría, excluyendo otros valores constitucionales".
Sería interesante que sobre la incardinación constitucional de determinados valores morales el legislador o el poder judicial respondieran algún día a la cuestión de si la xenofobia -fuerza motriz de la reivindicación secesionista- entra en contradicción con la moralidad constitucional.
Toda la fuerza del argumento nacionalista del Proceso
ha cargado siempre en el principio democrático. El nacionalismo concede
que la Ley no está de su parte, pero no admite discutir la legitimidad
democrática que lo ampara: "Solo queremos votar".
Nadie puede negar el éxito que ha alcanzado en la opinión pública
global. La democracia es siempre más sexy que la Ley. Entre otros muchos
factores porque la democracia expresa y la Ley obliga. A la gente le
gusta mucho expresarse. (...)
El tribunal jamás da a entender que la democracia, y por lo tanto la legitimidad,
estén en manos de las provincias y la Ley en manos del Estado, como
aspiran a que creamos, tan toscamente, nuestros nacionalistas. Tanto la
democracia como la Ley son partes indisolubles de la organización
política del Estado y las provincias, como no podía ser de otro modo.
Taxativamente la resolución declara: "Una mayoría política en cualquier
nivel que no actuase de acuerdo con los principios constitucionales
mencionados pondría en riesgo la legitimidad del ejercicio de sus
derechos y, en definitiva, la aceptación del resultado por parte de la
comunidad internacional".
Y añade: "El ordenamiento constitucional
canadiense existente no podría permanecer indiferente ante la expresión
clara, por parte de una mayoría clara de quebequeses, de su voluntad de
dejar de formar parte de Canadá".
Pero este ordenamiento constitucional reposa
igualmente en el principio democrático. Así, cuando el Supremo llama a
la negociación política entre el Estado Federal y las provincias no está
llamando a una negociación entre la Ley y la legitimidad,
sino a una negociación entre legitimidades. Y fundamenta la negociación
en razón de la naturaleza de la democracia canadiense, que define como
«una democracia en evolución» en oposición implícita a una democracia
militante, cuya capacidad de reforma está sometida a ciertos límites.
La
invocación del principio democrático por parte del tribunal solo trata
de justificar la legitimidad de la Constitución canadiense para
reformarse a sí misma.
La imaginaria aplicación de esta decisión jurídica,
en la que se ampara de manera ignorante o malintencionada la propaganda
nacionalista, impugnaría de arriba abajo el Proceso.
Según la instrucción canadiense los nacionalistas deberían actuar no
solo respetando la ley ¡sino el principio democrático! del que se llenan
la boca. Para empezar en el interior de su propia comunidad política.
Entre los variadísimos mantras que rigen la propaganda y que han sido
expuestos abundantemente en el juicio está el de la supuesta mayoría favorable al derecho de autodeterminación, que se cifra en el 80% de los catalanes. Un absurdo porcentaje. La suma de los partidos autodeterministas no supera el 55%,
tomando como referencia las últimas elecciones autonómicas.
Si la suma
se proyecta no sobre los votos emitidos, sino sobre la totalidad del
censo electoral, alcanza el 43%. Y si, como hizo el viernes Tadeu, se incluye, como quisieron los nacionalistas el 1 de octubre, a los extranjeros, el porcentaje baja hasta el 37%.
El principio democrático interno queda lejos de esa
mayoría vigorosa favorable a la autodeterminación que el Supremo
canadiense ve imprescindible para el inicio de cualquier proceso.
Pero
si algún día los nacionalistas la alcanzasen, la instrucción canadiense
tampoco deja dudas: forzados por el principio
democrático, habrían de negociar con el resto de españoles los cambios
constitucionales imprescindibles que permitieran el derecho a la
autodeterminación. Naturalmente es una vía difícil.
Así debe
ser, porque la secesión en un Estado democrático es un objetivo costoso,
destructivo e inmoral. La vía elegida por los catalanes es, como su
objetivo: costosa, destructiva e inmoral. Y, además, imposible." (Arcadi Espada, El Mundo, 24/02/19)
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