"(...) Señala como objetivo central de este populismo las prácticas inciviles como la persecución de los críticos.
Las prácticas inciviles son parte del proceso de nacionalización en
cuanto expropiación-apropiación emprendido por Pujol. Recuérdese el
trato a Jordi Solé Tura.
He citado antes a McCarthy, van en el lote las listas negras; nos suena la música.
Todos los intentos de presencia pública de organizaciones contrarias a
la homogeneización pujolista antes y secesionista ahora han sido
estigmatizados, desde el Foro Babel a Societat Civil Catalana (por
cierto, un juzgado acaba de condenar a varias asociaciones por vincular a
SCC con el franquismo, la extrema derecha y el nazismo).
Se trata de una maniobra sutil y muy eficiente que consiste en
impedir las opiniones críticas, yes un signo claro de autoritarismo e
iliberalismo, al que denomino antimovilización. Precisamente, el
negativo de ese pluralismo y transversalidad de que el secesionismo
presume.
La uniformidad se consigue con esta presión psicológica sobre los discordantes. La magnífica novela de Margarita Rivière, Clave K, fue rechazada por muchas editoriales y se publicó sólo después de la confesión de Pujol.
¿Cómo se consigue esa identificación de que la «persecución»a Pujol es la persecución contra Cataluña?
En parte por la herencia del franquismo y la alianza tardía de
nacionalistas (que, recordemos, no se caracterizaron por la resistencia
antifranquista) y fuerzas de izquierdas.
Retrospectivamente hay responsabilidades claras de estos sectores.
También en el apuntalamiento de una figura a la que no calificaré
pero que desempeñó un papel fundamental en la construcción del mito
Pujol: Josep Benet.
Él es quien acuña ese emblema superlativo del victimismo que es la
tesis del genocidio cultural, recién reverdecida por otro historiador en
ejercicio y presentada en una revista de la casa, es decir, de esa
batería de instituciones e instrumentos parapolíticos que sirven de
guarnición al secesionismo.
El excipiente del nacionalismo romántico (Volkgeist) proporcionaba el resto: organicismo, esencialismo, nativismo, liderazgo carismático…
¿Cuál es la percepción de la sociedad catalana que no cree en esta pararrealidad? ¿En qué lugar se encuentra?
Es una percepción difícil, porque ha sido reducida a un componente
residual (una palabra, residualización, que Pujol utilizó para
caracterizar el trato que recibía Cataluña).
El éxito de la nacionalización se manifiesta de muchas maneras,
algunas de ellas muy sutiles, como la que se observa en la
transliteración, la modificación gráfica de los apellidos o la
alteración del orden.
El nacionalismo catalán aspira a validar esa ecuación sinecdoquial
propia de las lógicas identitarias: «nosotros»(los nacionalistas
catalanes) somos nosotros (los catalanes); aunque el núcleo
autoproclamado titular nunca haya rebasado el listón del 48 %.
Los que no caben en la ecuación son actores secundarios, estorbos y, a menudo, fascistas.
Por eso desaparece del lenguaje la noción de ciudadanía y es
sustituida por el patronímico y el ‘mandato popular’; la igualdad por la
diferencia.
La élite secesionista ha jugado con la ventaja comparativa edificada
por el pujolismo que convierte a la etnocatalanista en identidad de
prestigio.
Necesita por eso activar los marcadores diferenciales; para lo que
enrola a la lengua, la historia, el fútbol y otros elementos culturales
construidos a la medida. En ese proceso de excavación del foso
identitario hay que excluir a lo impuro u hostil, lo español como
anticatalán por definición.
Hay que instituir los mecanismos para que la comunidad real se
parezca a la comunidad imaginada, de un nosotros puro y sin mezcla; como
escribió Orwell, en las fantasías de la mente nacionalista «las cosas ocurren como deben».
Pero estas dinámicas desencadenan una lógica saturnal de fractura
recursiva: siempre hay alguien que no es suficientemente puro, o que ha
dejado de serlo si disiente de tal o cual posición formulada por el
teólogo identitario de guardia.
Este es el aspecto más grave en términos sociales: la fractura que ha
tenido que crear el secesionismo para justificarse. Una fractura
multidimensional y profunda, de un coste incalculable.
Cuyo remedio no se podrá afrontar mientras la irracionalidad mantenga
su imperio e impida ver la policromía social, la pluralidad de la
sociedad.
El coste del daño producido debe ser un estímulo para la motivación colectiva en esa dirección.
Porque no podemos desatender esa tarea esencial que consiste, en
palabras de Gabriel Jackson, en “recordar, con obras y con palabras, que
antes que nada somos seres humanos, y en segundo lugar, miembros de una
comunidad religiosa o nacional”.
(Entrevista a Martín Alonso Zarza, doctor en Ciencias
Políticas, licenciado en Sociología, Filosofía y Psicología, formó
parte del grupo de expertos de la Escuela de Paz de Bakeaz (Bilbao), Adelaida del Campo, ConfiLegal, 13/01/19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario