15/1/19

«Nosotros» (los nacionalistas catalanes) somos nosotros (los catalanes); aunque el núcleo autoproclamado nunca haya rebasado el listón del 48 %. Los que no caben en la ecuación son actores secundarios, estorbos y, a menudo, fascistas. Por eso desaparece del lenguaje la noción de ciudadanía y es sustituida por ‘mandato popular’...

"(...) Señala como objetivo central de este populismo las prácticas inciviles como la persecución de los críticos. 

Las prácticas inciviles son parte del proceso de nacionalización en cuanto expropiación-apropiación emprendido por Pujol. Recuérdese el trato a Jordi Solé Tura.

He citado antes a McCarthy, van en el lote las listas negras; nos suena la música.

Todos los intentos de presencia pública de organizaciones contrarias a la homogeneización pujolista antes y secesionista ahora han sido estigmatizados, desde el Foro Babel a Societat Civil Catalana (por cierto, un juzgado acaba de condenar a varias asociaciones por vincular a SCC con el franquismo, la extrema derecha y el nazismo).

Se trata de una maniobra sutil y muy eficiente que consiste en impedir las opiniones críticas, yes un signo claro de autoritarismo e iliberalismo, al que denomino antimovilización. Precisamente, el negativo de ese pluralismo y transversalidad de que el secesionismo presume.

La uniformidad se consigue con esta presión psicológica sobre los discordantes. La magnífica novela de Margarita Rivière, Clave K, fue rechazada por muchas editoriales y se publicó sólo después de la confesión de Pujol.

¿Cómo se consigue esa identificación de que la «persecución»a Pujol es la persecución contra Cataluña?

En parte por la herencia del franquismo y la alianza tardía de nacionalistas (que, recordemos, no se caracterizaron por la resistencia antifranquista) y fuerzas de izquierdas.
Retrospectivamente hay responsabilidades claras de estos sectores.

También en el apuntalamiento de una figura a la que no calificaré pero que desempeñó un papel fundamental en la construcción del mito Pujol: Josep Benet.

Él es quien acuña ese emblema superlativo del victimismo que es la tesis del genocidio cultural, recién reverdecida por otro historiador en ejercicio y presentada en una revista de la casa, es decir, de esa batería de instituciones e instrumentos parapolíticos que sirven de guarnición al secesionismo.

El excipiente del nacionalismo romántico (Volkgeist) proporcionaba el resto: organicismo, esencialismo, nativismo, liderazgo carismático…

¿Cuál es la percepción de la sociedad catalana que no cree en esta pararrealidad? ¿En qué lugar se encuentra?

Es una percepción difícil, porque ha sido reducida a un componente residual (una palabra, residualización, que Pujol utilizó para caracterizar el trato que recibía Cataluña).

El éxito de la nacionalización se manifiesta de muchas maneras, algunas de ellas muy sutiles, como la que se observa en la transliteración, la modificación gráfica de los apellidos o la alteración del orden.

El nacionalismo catalán aspira a validar esa ecuación sinecdoquial propia de las lógicas identitarias: «nosotros»(los nacionalistas catalanes) somos nosotros (los catalanes); aunque el núcleo autoproclamado titular nunca haya rebasado el listón del 48 %.

Los que no caben en la ecuación son actores secundarios, estorbos y, a menudo, fascistas.
Por eso desaparece del lenguaje la noción de ciudadanía y es sustituida por el patronímico y el ‘mandato popular’; la igualdad por la diferencia.

La élite secesionista ha jugado con la ventaja comparativa edificada por el pujolismo que convierte a la etnocatalanista en identidad de prestigio.

Necesita por eso activar los marcadores diferenciales; para lo que enrola a la lengua, la historia, el fútbol y otros elementos culturales construidos a la medida. En ese proceso de excavación del foso identitario hay que excluir a lo impuro u hostil, lo español como anticatalán por definición.

Hay que instituir los mecanismos para que la comunidad real se parezca a la comunidad imaginada, de un nosotros puro y sin mezcla; como escribió Orwell, en las fantasías de la mente nacionalista «las cosas ocurren como deben».

Pero estas dinámicas desencadenan una lógica saturnal de fractura recursiva: siempre hay alguien que no es suficientemente puro, o que ha dejado de serlo si disiente de tal o cual posición formulada por el teólogo identitario de guardia.

Este es el aspecto más grave en términos sociales: la fractura que ha tenido que crear el secesionismo para justificarse. Una fractura multidimensional y profunda, de un coste incalculable.

Cuyo remedio no se podrá afrontar mientras la irracionalidad mantenga su imperio e impida ver la policromía social, la pluralidad de la sociedad.

El coste del daño producido debe ser un estímulo para la motivación colectiva en esa dirección.
 Porque no podemos desatender esa tarea esencial que consiste, en palabras de Gabriel Jackson, en “recordar, con obras y con palabras, que antes que nada somos seres humanos, y en segundo lugar, miembros de una comunidad religiosa o nacional”.

(Entrevista a Martín Alonso Zarza, doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Sociología, Filosofía y Psicología, formó parte del grupo de expertos de la Escuela de Paz de Bakeaz (Bilbao), Adelaida del Campo, ConfiLegal, 13/01/19)

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