21/1/19

La posición de Montilla es típica de la hiperadaptación de los charnegos, que representa ahora en modo tan original Gabriel Rufián.

"(...)  Cita usted a Caro Baroja cuando afirma que tener ilusiones es legítimo pero discutible pues de hacerlo en algo problemático podemos estrellarnos y, lo que es peor, estrellar a los otros. ¿Resume esta reflexión lo que ha ocurrido con el procés

La referencia a Caro Baroja –la creencia en las brujas tuvo las consecuencias que conocemos– obedece a que llama la atención sobre el tema de la irracionalidad.

Es el problema fundamental en política precisamente porque impide afrontar todos los demás.
Cuando los imaginarios se pueblan de fantasías redentoras, de utopías de sustitución, de burbujas cognitivas, los procesos sociales adoptan trayectorias tortuosas, a menudo muy dañinas.

No es una exclusiva del procés, ocurre con los populismos en sus variantes –de UKIP a AfD pasando por Vox–, y ocurrió en situaciones más crudas: véanse las noticias sobre el nacionalismo serbio en los últimos años del siglo pasado, utilizando el Pisuerga de la derrota de Kosovo (1389), como el procés hizo con la caiguda (1714).

Ocurrió también cuando una nutrida proporción de alemanes aceptaron los mitos nazis que actuaron como una pantalla que les impedía ver la realidad.

El procés es, en efecto, un producto de la irracionalidad política.

Pensemos, para terminar, y con un ejemplo más cercano, en que el abertzalismo radical ha justificado durante décadas el asesinato, la extorsión y el acoso en la alucinación de un conflicto ancestral entre España y Euskal Herria; en realidad de un ataque incesante de la primera contra la segunda, en sus términos.

Estos casos ilustran el potencial destructivo de la irracionalidad: las comunidades imaginarias pueden hacer estallar las comunidades reales.

En esos años que van del 2006 al 2010 se planteó el riesgo que se corría de no aprobarse el Estatuto. El propio presidente José Montilla dijo en 2007 que crecía el desafecto emocional hacia España. En el 2009 doce diarios catalanes publicaron un editorial conjunto «La dignidad de Cataluña», en el mismo sentido.

Son años en que Convergencia Democrática de Catalunya está fuera del gobierno, dado que fue desplazada por un Maragall que estuvo dispuesto a jugar la carta identitaria, adelantando a dicho partido por la pista nacionalista al proponer la reforma del Estatut (en la línea del federalismo asimétrico y con esa carga de historicismo romántico que impregna el preámbulo del texto).

La oposición partidaria de carácter ideológico (el 3% en aquella sesión memorable del Parlament) es enterrada por la comunión nacional (más tarde: el abrazo entre David Fernàndez y Artur Mas). La posición de Montilla es típica de la hiperadaptación (de los charnegos), que representa ahora en modo tan original Gabriel Rufián.

Y el editorial conjunto es, en retrospectiva, el hito discursivo que marca el tránsito del pujolismo al procesismo; un hecho fundamental por muchas razones que no caben aquí, pero sobre todo y de nuevo porque cambia el foco de la agenda política.

La segunda mitad de 2009 ve acumularse una secuencia de casos que muestran el carácter estructural de la corrupción en Cataluña y principalmente en CDC (caso Palau); como reacción, en un momento se produce una negociación entre partidos y poco después aparece el editorial conjunto, consensuado entre las cúpulas de El Periódico y La Vanguardia, que hace de la dignidad la alfombra patriótica que oculta las inmundicias.

Algunos de sus promotores –convendría recordar sus nombres– han modificado sus posturas pero no se hacen cargo de la responsabilidad derivada de aquella meta volante y siguen pontificando desde los medios como entonces.

Por otro lado, los recursos retóricos como el desapego o la construcción de un supuesto ataque a la dignidad (preventivo, además, porque la sentencia del TC no saldrá hasta el verano siguiente), son elementos universales y una constante en el argumentario nacional-populista.

 (...) ¿considera como lo hace Carlos Jiménez Villarejo, que hay que remontarse a Pujol y sus asuntos económicos? ¿Es el proceso un entretenimiento para desviar la mirada de la corrupción? 
 
La de Carlos Jiménez Villarejo es la línea interpretativa con más solvencia, el caso Banca Catalana inaugura lo que podríamos llamar, con menos impropiedad que se hace con el régimen del 78, el régimen del 84 catalán, para volver a la pregunta inicial.

El marketing mediático-social de Banca Catalana es el hecho fundacional de esa secuencia de datos falsos que hace pensar en las piruetas de los defensores del geocentrismo para desautorizar a Galileo.
A resultas de la operación, Pujol/Cataluña se envolvió a la vez en la bandera y en la coraza victimista.
Recuérdese que allí logró Pujol torcerle el brazo al derecho transformando su conducta criminal en aval de un magisterio moral: «De ética, moral y juego limpio hablaremos nosotros».

Le faltó decir, y de verdad. A partir de ese momento la verdad fue también víctima de la nacionalización y la irracionalidad el corolario.

Banca Catalana es una jugada maestra de Pujol, lo que vivimos ahora es impensable sin aquella impostura fundacional. Que incluía, recordamos, una convocatoria desde los medios públicos para rodear el Parlament, lo que desautorizaba entonces como ahora el carácter ‘desde debajo’ de la movilización.

Y se adelantaba a esas prácticas que han dado lugar a etiquetas novedosas (posverdad, hechos alternativos, fake-news). Banca Catalana fue también el principio de una práctica ininterrumpida: la persecución de los que se atrevían a poner en cuestión las industrias irregulares del virrey, de sus amigos por corruptos que fueran, o de sus dogmas.

Entre los señalados (y boicoteados cuando era ministro de Cultura) figura Jordi Solé Tura, que se atrevió a disentir del padre de la patria en esa circunstancias después de haber disentido de la tesis oficial sobre el catalanismo de Josep Benet.

Pero sus palabras, de aquel mismo 84 y escritas al calor del tratamiento del caso Banca Catalana, resultan premonitorias: «Se está configurando el Estado de las Autonomías como un proceso de conflicto permanente en el que se están desencadenando demonios que al final nos pueden desbordar a todos».Con esos demonios estamos. (...)"

(Entrevista a Martín Alonso Zarza, doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Sociología, Filosofía y Psicología, formó parte del grupo de expertos de la Escuela de Paz de Bakeaz (Bilbao), Adelaida del Campo, ConfiLegal, 13/01/19)

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