"(...) A menudo en España se afirma, tanto desde el
independentismo como por parte de la izquierda equidistante, que Canadá
ha sabido dar una “respuesta democrática” a la tensión
secesionista con la llamada 'ley de la claridad' (2000).
También se dice
que la mejor manera de contener el problema es ofreciendo la
posibilidad de votar la autodeterminación. Sin embargo, eso no es así.
En realidad, Canadá y Quebec son más bien un contraejemplo, la
demostración práctica de que no existe una solución política acordada, una fórmula para regular el derecho a la secesión, que pueda satisfacer a ambas partes.
Hay que recordar que los independentistas quebequeses
jamás aceptaron dicha ley, impulsada por el liberal Stéphane Dion, que
deja en manos del poder federal la determinación sobre qué se entiende por una mayoría clara.
También establece que si Canadá es divisible también lo podría ser
Quebec tras un hipotético referéndum: las partes que hubieran votado en
contra de la secesión podrían quedarse.
Como respuesta, los
independentistas aprobaron en paralelo su propia ley, que fija una
mayoría solo del 50+1 y la indivisibilidad de la provincia. Es cierto
que no se ha vuelto a hacer otro referéndum desde 1995, pero no por
falta de ganas de los políticos del PQ sino porque la sociedad quebequesa se ha cansado del asunto.
Cuando lo han vuelto a plantear, les han retirado la confianza, como
ocurrió en el 2014; y en estas últimas elecciones ni tan siquiera lo han
propuesto. La otra formación independentista, Quebec Solidaire, nacida
en 2006, de orientación izquierdista y que se ha convertido en la
tercera fuerza parlamentaria, tampoco lo plantea.
En definitiva, es falso que Canadá haya sabido encontrar una solución acordada. No olvidemos que los referéndums de 1980 y 1995 fueron unilaterales.
Además, el acta constitucional de 1982, que determinó la completa
independencia de Canadá del Imperio Británico, no ha sido ratificada
todavía por el Parlamento de Quebec: una anomalía que ahora no parece
importar mucho pero que sumió a toda la federación en una crisis
constitucional.
Solo el paso del tiempo y el relevo generacional
ha permitido entrar en una etapa post-soberanista. La sociedad
quebequesa se ha cansado de la tensión referendaria y, como su identidad
francófona está a salvo, ha decidido centrarse en otras cuestiones,
como el debate sobre el medioambiente, la educación o la sanidad.
Lo
mismo ocurrirá en Catalunya en unos años porque el referéndum acordado
tampoco es posible y la vía unilateral se ha demostrado impracticable.
Como afirmó Dion, “democracia y secesión son difícilmente
compatibles. A la frustración independentista, le sucederá una fase de normalización en la que lamentaremos el tiempo perdido." (Joaquim Coll, El Periódico, 12/10/18)
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