"La
machada del 23-F no habría sobrevivido si hubiera triunfado, porque la
sociedad entera y los políticos en pleno estaban en contra.
La audacia y
la malicia del secesionismo se alimentan precisamente de la fuerza que
da haber logrado envenenar la mente de dos generaciones hasta lograr
pervertir la interpretación de las palabras democracia y libertad
y de borrar por completo la mala conciencia de semejante perversión.
Tienen la calle y, sobre todo, el temor de quienes no comparten su
delirio. Además de la ausencia del Estado.
Es ahí
donde surge Felipe VI el 3-O, el jefe del Estado, el rey de la nación
asediada, a sabiendas de que la cobardía del Gobierno y la equidistancia
de la izquierda están poniendo en riesgo al Estado. Alguien tiene que
apostar por un mensaje de autoridad, poner sobre la mesa la soberanía
nacional y defender las instituciones y la Constitución. Y lo hace
incluso contra la voluntad de un presidente que nos vendió prudencia
para ocultar su cobardía.
Es ahí
donde el valor del discurso impecablemente democrático supera con mucho
el riesgo tomado por su padre. De él surge el levantamiento popular del 8
de octubre, con un millón de ciudadanos españoles y cientos de banderas
nacionales hasta entonces postergadas en Cataluña. Por primera vez, el
pueblo abandonado tiene quién le escriba.
Sabe que
esos dos millones de catalanes que no respetan las leyes le odiarán,
sabe que su acto de responsabilidad y coraje no borrará la rebelión,
pero sabe, como sabemos todos, que estos políticos consentidos que nos
han traído hasta aquí solo han dado muestras de debilidad cuando se ha
aplicado la ley.
Puede que la prisión preventiva no les guste, pero, por
primera vez, el presidente del Parlamento, Roger Torrent, y el
presidente de la Generalidad, Quim Torra, hablan mucho pero se cuidan de
no pasar la línea roja que los llevaría a prisión. El Rey ni siquiera
nombró el diálogo, sino el cumplimiento de la Ley." (Antonio Robles, Libertad Digital, 05/10/18)
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