"(...) En seis años de obstinado asalto a la democracia la calle ha perdido
solamente un ojo. El que lo perdió me escupirá con toda razón y
naturalidad: «Era mi ojo, ¡fill de ta mare!». Pero en términos
generales un ojo es poca cosa.
¡Compárese con los accidentes de tráfico,
con los suicidios, con el crimen de pareja! Aun siendo poca cosa es lo
máximo que se han mostrado dispuestos a pagar. ¡Una revolución cuesta un
ojo de la cara! Pero estrictamente.
Lo cierto y lo irrevocable es que
la calle les falló. A los Jefes les falló. Más exactamente: la calle los
traicionó. Declararon en el Parlamento la república catalana y se presentaron dos mil en la calle para hacerla efectiva.
Ni siquiera llevaron un anxaneta a la cúpula del Palacio de la Generalidad
para que arrancara la bandera española que hoy sigue ondeando impávida.
La calle ya ha establecido sus condiciones. La revolución ha de ser en
domingo, preferentemente soleado. Deben poder ir los niños y los
viejecitos, porque las sudacas tienen el día libre. La revolución ha de
ser bonita y en terreno llano.
Ha de empezar a su hora y, sobre todo,
acabar a su hora para que los autocares puedan hacer fluidos la vuelta a
Comarquinal. Descontado que el precio de la revolución haya de ser la
vida, no puede suponer tampoco la pérdida de una sola hora de trabajo.
El precio no puede superar, exactamente, ese ojo del que hablo,
repartida la posibilidad en seis años y dos millones de candidatos. Es
un riesgo que la calle acepta con valentía y vehemencia.
Pero están las élites encarceladas o en el exilio, claro. La calle no
puede evitar un rictus contrariado. La calle sabe que tiene su parte de
responsabilidad en el encarcelamiento. La calle quiere que estén libres,
sobre todo para acabar con esta pesadumbre que les agarrota en los días
festivos. Pobres presos. (...)
Durante años y hasta llegar al 1 de octubre
la calle jugó con fuego, pero los que se acabaron quemando fueron los
Jefes. Bien: para eso son jefes. Pero el catalán es un pueblo de
terneros sentimentales. Puede que alguno, además, mientras se anuda el
lacito, presto a salir y a hacerse el milhomes, registre una sinapsis y piense que debieron advertir a los Jefes: «No em mateu, que tinc dos fills i una esposa».
Pero a la calle le cuesta perderse una mientras sea gratis.
Así pues, dadas las condiciones impuestas por las
masas revolucionarias, es la hora del repliegue. Esta es una operación
de las élites en la que la calle nada tiene que decir. La calle es un
plató de TV3, que aplaude, silba, salta, da palmas a las órdenes del
regidor. (...)
Hace unos días, y hablando del Asunto, el periodista Javier Blánquez me recordó un artículo de Hans Magnus Enzensberger de los años 90 que Anagrama publicó en un libro de ensayos llamado Zigzag. Me acordaba de él, porque mencionaba a Adolfo Suárez. Y a Gorbachov. Y a Jaruzelski. Todos ellos, «héroes del repliegue» (Die Helden des Rückzugs).
Hay párrafos de ese artículo muy inspirados, que someto a la
consideración de encarcelados y exiliados y, sobre todo, de los que aún
están en libertad:
«Del héroe clásico de la historia no queda más que
una caricatura. En su lugar han aparecido en las últimas décadas unos
protagonistas diferentes, según supongo, más importantes; héroes de
nuevo cuño que no representan la victoria y la conquista, sino la
renuncia y el desmantelamiento».
«Si la grandeza de un héroe se mide según la
dificultad de la tarea a la cual se ve confrontado, resulta que el
esquema del héroe no sólo se debe revisar, sino invertir. Cualquier
cretino puede lanzar una bomba, pero resulta mil veces más difícil
desactivarla».
«La mayoría [¡la calle coral!] sigue reclamando el
papel del actor imperturbable y exige una moral política consecuente y
de principios inamovibles, lo que en casos extremos lleva a la falta de
escrúpulos. Pero el héroe del repliegue no ofrece precisamente este
carácter inequívoco. Porque todo aquel que abandona la posición que
ocupa, no sólo abandona terreno objetivo, sino también una parte de sí
mismo». (...)
En efecto. Al independentismo catalán sólo le queda esa épica. Y no
debería confundirse: es el único que puede rimarla. No hay posibilidad
de que el Estado le dispute el papel.(...)
El repliegue sólo está al alcance de los que dieron un paso adelante,
cretino e incivil. De los que perdieron y sólo les queda retirarse en
buen orden, como lo hacen ahora mismo estas masas descargadas y rurales (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 12/09/18)
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