24/9/18

La calle les falló. A los Jefes les falló. Más exactamente: la calle los traicionó. Declararon en el Parlamento la república catalana y se presentaron dos mil en la calle para hacerla efectiva... queda el repliegue

"(...) En seis años de obstinado asalto a la democracia la calle ha perdido solamente un ojo. El que lo perdió me escupirá con toda razón y naturalidad: «Era mi ojo, ¡fill de ta mare!». Pero en términos generales un ojo es poca cosa.

 ¡Compárese con los accidentes de tráfico, con los suicidios, con el crimen de pareja! Aun siendo poca cosa es lo máximo que se han mostrado dispuestos a pagar. ¡Una revolución cuesta un ojo de la cara! Pero estrictamente. 

Lo cierto y lo irrevocable es que la calle les falló. A los Jefes les falló. Más exactamente: la calle los traicionó. Declararon en el Parlamento la república catalana y se presentaron dos mil en la calle para hacerla efectiva. 

Ni siquiera llevaron un anxaneta a la cúpula del Palacio de la Generalidad para que arrancara la bandera española que hoy sigue ondeando impávida. La calle ya ha establecido sus condiciones. La revolución ha de ser en domingo, preferentemente soleado. Deben poder ir los niños y los viejecitos, porque las sudacas tienen el día libre. La revolución ha de ser bonita y en terreno llano. 

Ha de empezar a su hora y, sobre todo, acabar a su hora para que los autocares puedan hacer fluidos la vuelta a Comarquinal. Descontado que el precio de la revolución haya de ser la vida, no puede suponer tampoco la pérdida de una sola hora de trabajo. El precio no puede superar, exactamente, ese ojo del que hablo, repartida la posibilidad en seis años y dos millones de candidatos. Es un riesgo que la calle acepta con valentía y vehemencia. 

 Pero están las élites encarceladas o en el exilio, claro. La calle no puede evitar un rictus contrariado. La calle sabe que tiene su parte de responsabilidad en el encarcelamiento. La calle quiere que estén libres, sobre todo para acabar con esta pesadumbre que les agarrota en los días festivos. Pobres presos. (...)

Durante años y hasta llegar al 1 de octubre la calle jugó con fuego, pero los que se acabaron quemando fueron los Jefes. Bien: para eso son jefes. Pero el catalán es un pueblo de terneros sentimentales. Puede que alguno, además, mientras se anuda el lacito, presto a salir y a hacerse el milhomes, registre una sinapsis y piense que debieron advertir a los Jefes: «No em mateu, que tinc dos fills i una esposa».

 Pero a la calle le cuesta perderse una mientras sea gratis. Así pues, dadas las condiciones impuestas por las masas revolucionarias, es la hora del repliegue. Esta es una operación de las élites en la que la calle nada tiene que decir. La calle es un plató de TV3, que aplaude, silba, salta, da palmas a las órdenes del regidor.  (...)

Hace unos días, y hablando del Asunto, el periodista Javier Blánquez me recordó un artículo de Hans Magnus Enzensberger de los años 90 que Anagrama publicó en un libro de ensayos llamado Zigzag. Me acordaba de él, porque mencionaba a Adolfo Suárez. Y a Gorbachov. Y a Jaruzelski. Todos ellos, «héroes del repliegue» (Die Helden des Rückzugs).

 Hay párrafos de ese artículo muy inspirados, que someto a la consideración de encarcelados y exiliados y, sobre todo, de los que aún están en libertad:

«Del héroe clásico de la historia no queda más que una caricatura. En su lugar han aparecido en las últimas décadas unos protagonistas diferentes, según supongo, más importantes; héroes de nuevo cuño que no representan la victoria y la conquista, sino la renuncia y el desmantelamiento».

«Si la grandeza de un héroe se mide según la dificultad de la tarea a la cual se ve confrontado, resulta que el esquema del héroe no sólo se debe revisar, sino invertir. Cualquier cretino puede lanzar una bomba, pero resulta mil veces más difícil desactivarla».

«La mayoría [¡la calle coral!] sigue reclamando el papel del actor imperturbable y exige una moral política consecuente y de principios inamovibles, lo que en casos extremos lleva a la falta de escrúpulos. Pero el héroe del repliegue no ofrece precisamente este carácter inequívoco. Porque todo aquel que abandona la posición que ocupa, no sólo abandona terreno objetivo, sino también una parte de sí mismo».  (...)

 En efecto. Al independentismo catalán sólo le queda esa épica. Y no debería confundirse: es el único que puede rimarla. No hay posibilidad de que el Estado le dispute el papel.(...)

 El repliegue sólo está al alcance de los que dieron un paso adelante, cretino e incivil. De los que perdieron y sólo les queda retirarse en buen orden, como lo hacen ahora mismo estas masas descargadas y rurales (...)"                (Arcadi Espada, El Mundo, 12/09/18)

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